domingo, 4 de julio de 2010

DIARIO X - XI


08:30h- Hace días que no escribo. De alguna manera he adquirido un compromiso en el hábito de redactar este diario. Los cuadernos se van apilando y, aunque jamás me compararía con ANAÏS NIN, quizá acabe acumulando tantos cuadernos como ella. Cuando no escribo siento que al día le ha faltado algo y no es, desde luego, porque los días de los últimos seis meses no hayan estado colmados de hechos significativos.

La atmósfera tensa que hemos respirado durante este tiempo, tiende a relajarse. Las mejorías van apareciendo paulatinamente, con cierta irregularidad pero sumando. Sólo es necesario que poco a poco vayan asentándose.



La casa está vacía, rodeada de murmullos que vienen del exterior. Raúl ha salido a pasear a Ron, que movía el rabo vertiginosamente cuando comprendió que su dueño se disponía a retomar la responsabilidad perdida. Alberto, que llegó anoche, salió a comprar el periódico y a tomar café.

Mi hijo ha dejado de ser un niño en casi todos los aspectos. Lo miro, le descubro y me siento orgullosa del hombre en el que se está convirtiendo.

Por la noche, cuando ya se había acostado, después de habernos contado, a su tío y a mí, sus aventuras y desventuras en Ibiza –la chica que lo “flipaba”, dejó de “fliparlo” dos días después-, me llamó y por un momento volví a recordar su niñez.

-Ven, mamá, siéntate a mi lado un momento.

Sonreía. Esperaba alguna de sus bromas.

-Cuéntame un cuento.

-¿Un cuento? Te estás burlando, ¿no?

-Ni un poquito. Lo digo en serio, muy en serio. Quiero saber si todavía eres capaz de dormirme con un cuento.

-Me temo que no sabría contarte el adecuado a tu edad. Tal vez si me das alguna pista...

-No, no hay pistas. Te las tienes que arreglar tú solita.

-Qué difícil me lo estás poniendo.

-Venga, mamá, prueba con cualquier historia.

-Está bien. Había una vez un chico de tu edad que quería rodar un “corto”. Un cortometraje basado en una versión, escrita por él mismo, sobre el cuento de BLANCA NIEVES Y LOS SIETE ENANITOS.

Alberto abrió mucho los ojos y soltó una risita.

-Si te ríes no te lo cuento.

-Sigue, sigue, ya has conseguido despertar mi curiosidad.

-Ves como no es el cuento adecuado, se trata de que te duermas, no de lo contrario.

-...

-Vale, sigo. El chico que era de “moral invencible”, comenzó por visitar las productoras de un listado, elaborado con datos de internet. Era absolutamente profano en el medio y no conocía suficiente gente como para intentarlo por sí mismo. Además y sobre todo, no tenía dinero, ni poco ni mucho.

En la mayoría le propusieron, con la fórmula de rigor, que dejara una copia del guión, pero el chico era terco como una mula y estaba empeñado en tener una entrevista personal con el productor o productora.

Infatigable, cada mañana salía de su casa con el guión en la cartera y visitaba varias productoras. El listado se había reducido considerablemente, a pesar de lo cual no se mostraba desalentado.

Una mañana, despertó con fiebre y, al levantarse de la cama, se dio cuenta de que sus condiciones físicas le imponían una limitación que su entusiasmo no había logrado hasta ese momento. Decidió, entonces, llamar por teléfono a la productora correspondiente, según el plan estricto establecido en su lista. Curiosamente, le respondieron con amabilidad, sólo le hicieron esperar unos minutos, escuchando ALELUYA de Leonard Cohen, y cuando la chica que había atendido la llamada sustituyó a Leonard Cohen, fue para preguntarle si podía pasarse esa misma tarde a las 17h. Al muchacho le descendió la fiebre de la alegría y por supuesto contestó que sí, que iría encantado. Él no lo sabía, pero la insistencia y constancia de su recorrido había sembrado un reguero de rumores y bromas. Era el chico de BLANCA NIEVES.

-Alberto me miraba divertido y no parecía tener sueño.

-Cariño, es muy tarde y el cuento es un poco largo. ¿Qué te parece si continuamos mañana?



-Pues me joroba.

-Estoy un poco cansada y tú también debes de estarlo.

-Bueno, vale.

-Que descanses.

Me dirigí hacia la puerta y cuando estaba a punto de salir volvió a llamarme.

-¿No querrás, ahora, que te traiga un vaso de agua como cuando eras pequeño?

-No, graciosa. Quería decirte que no has perdido del todo la capacidad de “cuentear”, la verdad es que me dejas con la espina, con la raspa. Eres la leche, mamá.




08:00h- Cala bobos. Orvallo. Chirimiri. Llovizna. Tules húmedos: danza transparente, envolviendo a la ciudad en delicados papeles grises. El abultado vientre del sol ocultando pudoroso su ombligo y la cocina en fraganacias de café.

Ron ya sabe que los “chicos” dormirán hasta media mañana y observa mis movimientos analizando hasta qué punto podrá contar conmigo para sus urgencias. Me tomo el café y vamos, le digo. Y él gira y se retira tranquilo, como si hubiese entendido. Me deja a solas en este rato de intimidad, hábito y recogimiento. Admiro el respeto del que hacen gala los perros.

Tío y sobrino, llevan dos días haciendo una moderada vida nocturna. Y Ron ya aprendió el cambio que esto supone. Esa misma circunstancia ha detenido el cuento, aunque no el interés o curiosidad de mi hijo, quien me sugirió la posibillidad de que lo escribiera y así leerlo sin interrupciones. La idea me sedujo, entre otras razones, por escapar un poco del comprometido “a diario”. Este cuaderno y yo somos como una pareja que nunca, o casi nunca, se separa y corremos el riesgo de aburrirnos una del otro o viceversa.

Le escribiré, pues, el cuento a mi niño.

Te lo conté y te hizo gracia. Porque tus llamadas han adquirido una frecuencia de cercanía. Y me pediste, si no me importaba, que te enviara una copia por correo electrónico. Y me hiciste otra propuesta.


(Cadena exhibidora de Santa Fantasía, la devoción que nos/me redime de delitos menores e íntimos. Oración que alberga tanto presente y a la vez tanto pasado, en la dislocada sintaxis que ya es futuro. Cadena leve que ata y a un tiempo libera, sanando alas rotas. La estirpe voladora del verbo, conjugado en el silencio herido de una ausencia que no se define y asiste, sin embargo, a la construcción de la frase que nos ha unido vocablo a vocablo entre dientes. Murmullo de uno con sus acepciones, entre la última luz del deseo, acotado el espacio que sobra desde los puntos suspensivos, y el alba. Con su bagaje de letra inmersa en el sueño dilatado y enredado al pie de página en blanco firmado beso en la misiva, siente caricia escrita en tinta y color del interior de la noche, que gime, suspira, exhala adjetivos e imperativos símiles de ruegos, hasta el punto y aparte del aliento exhausto. Y el gesto relatado cincunscribe dos nombres alejados mediante prepotente potencia de preposición. Los desmadeja y los une en la amalgama de lo escrito, otros, dos, susurrados a la piel de cada uno y el oído de la letra conmovida les reclama en su historia: uno más uno. Sinfín de re/queridos a la almohada que los sumerge siempre oníricos y punto seguido.)





 
 

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