jueves, 3 de diciembre de 2009

03/12/2009 - Jueves.





Anoche hubo un apagón. La salida del metro se abrió como una boca exhalándome hacia la oscuridad, todas las farolas tristes. La calle sin luz y mi "pachuchez" al unísono. No vi a nadie. No hablé con nadie. Siluetas desdibujadas. Más tarde la caja del supermercado, el precio, las escaleras, el peso más pesado cada vez... El precio pagado es desmesurado y no sé por qué, lo juro.

Una preocupación secreta persigue el anochecer de la violada iniciativa, es por eso que acudo al sueño con un cansancio de mil noches y tardes esquivas. Ya no estoy siendo.

Sueño interruptus. Todo se borra y, antes de un portazo desquiciado en algún lugar, hay hogueras, temblores, arritmias, un sismo sobre el lecho dolorido.

Hoy me cuesta extender la mano que consiente en el despertar de la alarma, las falanges hormiguean en torno la botón de apagado y resurge la tentación de cerrarle los ojos al día, carpetazo y a archivarlo, como si no hubiese servido de nada, o por si se le ocurre discurrir de la misma forma que el anterior.

Las voces radiófonicas y el café no parecen darse cuenta de nada de lo que sucede en los mundos diminutos, el tono y el aroma apuestan todo o nada por un recomienzo verdaderamente nuevo y sin los lastres que ayer impidieron algunas vidas.

No llueve, pero hace más frío y brotan falsas lágrimas. Esta mañana no tomo nota de lo que falta, a veces acudir al supermercado puede ser considerado delito o error.

Aspirina. Go on.

Consuelo la mirada exhausta en los andares y gestos de los niños que sonríen sobre la ciudad, ajenos a lo cierto y lo incierto, con la inocencia que los años convierten en un tesoro perdido.

Respiro profundamente y me propongo, cueste lo que cueste, libremente, enamorarme de nuevo.









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