martes, 18 de enero de 2011

LV (55)



00:08h- Sé que no debería tener delante de mí el tercer café de la mañana. Alguna mañana varada en la ausencia del enfermo, intenté indagar en mis dotes hereditarias y observé atenta los posos y su dibujo, como si buscara una forma coherente en alguna nube. Fue absolutamente inútil. Un día descubrí un ojo perfecto y guardé la taza hasta que se levantó Raúl. Le pregunté qué veía él en el fondo. Un tulipán, contestó. La afición de mi hermano a los ramos de flores, en el fondo de una taza de café y el convencimiento de que no estaba dotada para las artes adivinatorias. De todos modos, me dije, qué significado podía tener un ojo.

Ese mismo día, llamó Mada y volvió a insistir en el oráculo de las llaves. Aproveché la ocasión y le comenté lo del ojo en los posos de café y lo que veía Raúl. Ese ojo es mío, dijo de inmediato. Y el tulipán también, dije con cierta ironía. No, prima, el tulipán es de tu hermanito y su pasado, pero también está en mi ojo.

Después de comer, Raúl y yo nos sentamos en la sala silenciosos. Raúl miraba un cuadro bastante extraño y de mal gusto que conservaba de la abuela, donde se veía un caldero con flores y un peldaño de piedra. Sin alejar la vista del cuadro y contra todo pronóstico, Raúl, el pez extenuado sobre la arena húmeda de la playa, comenzó a hablar.

23:00h-Mis dedos tocan la palabra lejana, la piel de papel perdido y besan la tela tibia y soñadora. Recuesto pensamientos amorosos entretejidos con el sabor a salitre que tuvo el día. El viento salaba la ciudad, entrando desde el mar.

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