jueves, 3 de junio de 2010

Extraño (de extrañar).


Aquel día el diario decía:

No sé donde he dejado los poemas. Creo que los guardé con las facturas de la luz. Desde que te has ido pienso tanto en ti, que nunca recuerdo donde he puesto las cosas. Esta tarde me encontré tu libro en el horno, crudo, tal como lo dejaste, con el marcapáginas en el capítulo cinco. No hay bromas que valgan. No sé lo que leo o leo lo que no está escrito, así que fuera rimas graciosas. La televisión no me distrae y los escaparates conspiran con un precio que no estoy dispuesta a pagar. Además, te llevaste la tarjeta de crédito.

Tienes tantas zapatillas deportivas. Esta mañana las coloqué desde la puerta de entrada a lo largo del pasillo, parece que estás llegando. También tomé mi café y el tuyo, puse dos tazas sin darme cuenta.


Y ahora es de noche, otra más, y otra muesca en la pastilla de jabón, como si su espuma tuviese alguna propiedad capaz de disparar fuera tanta ausencia.
 
 
 

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