domingo, 21 de noviembre de 2010

XLIV


Llovía como si hubieran hecho agujeritos con un alfiler en el cielo nublado . El autobús iba lleno, pero su asiento no estaba libre y el de Vampi estaba ocupado por un señor con boina y bigote. Sorteando espaldas, bolsos, mochilas..., encontró a Vampi cerca de la puerta de bajada.

Aquí no se puede respirar. ¿Nos bajamos en la próxima y cogemos el siguiente? De acuerdo, toca el timbre, lo tienes detrás de ti.

Esta noche soñé contigo, le dijo ella, mientras bajaban. ¿Y cuándo me lo vas a contar? Ahora. ¿No tienes clase? Hoy no. Perfecto, una mañana de lluvia con un sueño por delante, vamos a tomar un café con porras.

Se apearon de la mano, como quien se baja de una barca que surca un río aburrido. Sin paraguas, desafiaron los hilos de lluvia persistente y a tramos de inquietud corrieron y caminaron, cuando sin resuello se miraban y reían.

Entraron en un café con mesas de madera y mármol, donde los cristales estaban empañados y al sentarse contemplaron en silencio, recuperando el ritmo de la respiración, las formas difuminadas al otro lado del ventanal. Amanda pidió dos cafés y una de porras para los dos, desde la mesa.

Pareces contenta.

Tú también.

Lo estoy y estoy impaciente por oír tu sueño.

¿Y tú soñaste conmigo?

Esta noche no.

Amanda pareció decepcionada. Su rostro se ensombreció levemente. Dirigió su mirada hacia el camarero que venía con los cafés y las porras.

Ahí va, te lo cuento. Me quedé dormida después de leer la nota que escribiste en la servilleta, pensando en por qué me pedías que si no soñaba inventara. Con la luz apagada, intenté imaginar algo fantástico, no quería decepcionarte, no sabía si preferías algo así o algo relacionado con el suspense. En realidad, aunque no sea real, la que estaba en suspense era yo. Más bien en suspenso, para empezar. Me vino una imagen de caparazones de tortugas gigantes, no sé por qué. Recordé la pared en la que nos apoyábamos aquella noche, la del mordisco, jajajaja... Y regresaban los caparazones de tortugas gigantes, con esos dibujos atractivos y la sensación de que pesan demasiado para sostenerse a flote en el agua.

¿Te enfadarías si te dijera que me estás poniendo un poco nervioso?

Sí.

Vale, sigue con las tortugas.

¿No te gustan las tortugas?

Vampi extiende la porra que sostiene en su mano hacia la boca de Amanda. Ella muerde y mastica.

No tengo nada en contra de las tortugas.

Bueno sigo. ¿Sigo?

Sigue, por favor.

Pensando en todas esas cosas, y en que no había escrito nada en mi diario, me dormí.

¡Ah, tienes un diario!

Sí, me lo regaló mi prima Mada en mi cumpleaños.

No recuerdo cómo empezaba el sueño, sólo una parte. Estaba leyendo un libro raro, estaba escrito al revés y tenía que leerlo frente a un espejo. Me veía en él mientras leía. Entonces el libro desaparecía y me quedaba mirando las palmas de mis manos extendidas. En cada una tenía un ojo. Tapaba mis ojos con mis manos y aparecías tú. Me decías: "Tú no te llamas Amanda". Te contestaba que ya lo sabía. Estábamos en otro lugar, un lugar desconocido. Yo te preguntaba cómo habíamos llegado allí. Y tú me decías: "Lo que no sé es cómo hemos ido a otro sitio". Me destapaba los ojos y dejaba de verte, estaba de nuevo frente al espejo con el libro entre las manos, pero el libro ya no estaba escrito al revés. Seguía leyendo y se me cerraban los ojos, como cuando estás quedándote dormida sin darte cuenta. Tú me dabas la mano y caminábamos hacia una plaza. En el centro de la plaza había un banco de color blanco y en él estaba mi carpeta. Cogía la carpeta y apuntaba tu nombre.

¿Vampi?

No, otro. Y después el nombre de otros que iban apareciendo en la plaza. Tú te sentabas y mirabas cómo iba escribiendo los nombres de los que venían. Cuando todos se fueron, me senté a tu lado. Y tú decías: "Sé el nombre que me has puesto y no me hace ninguna gracia".

¿Qué nombre me pusiste?

Me dijiste que ya lo sabías, tú estabas allí.

¡Qué graciosa!





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