jueves, 28 de octubre de 2010

SIN DIARIO/SIN NÚMERO (C)




Amanda se había dormido durante unos minutos. Al despertar la luna ocultaba una parte detrás de uno de los edificios más altos. De esos escasos minutos de sueño, sólo rescató la imagen de Vampi sentado en un autobús completamente vacío, recorriendo una playa.



Eres igual a mi madre, te lo aseguro, dijo Lucía.

No soy tu madre, afirmé irritada. Y debí de elevar demasiado el tono, porque en la sala se hizo un silencio profundo, un silencio que difuminó a mis personajes y su revolución bautismal.



Amanda nunca había estado con Vampi en una playa. Tan sólo la imagen de Vampi la había acompañado una vez hasta la orilla rota. También había una enorme luna entonces, espiando su dolor adolescente.



En aquel silencio redentor, en el que todavía permanecía el eco apenas perceptible del reclamo de Lucía, salí de la sala hacia mi dormitorio. Allí, apoyado en la barandilla del balcón, me encontré a Vampi.

¿Tú también? Ahora me dirás que no estás conforme con ostentar un mote cuando todos tienen un nombre, al que, por cierto, todos quieren renunciar, dije exaltada.

No, tranquila, a mí me gusta el mote que me puso Teresa, dijo Vampi sonriente.

Vale, me alegra que te guste y que hagas responsable del mismo a Teresa. Ahora, si no te importa, vete con los demás o donde te parezca, me duele la cabeza y me voy a recostar un rato, le dije.
Me tiré en la cama y miré hacia el balcón. Vampi ya no estaba y la casa continuaba en silencio. Cerré los ojos e intenté relajarme.
 






miércoles, 27 de octubre de 2010

SIN DIARIO/SIN NÚMERO (B)



Teresa apareció antes que Lucía. No sé cómo entró, cuando me di cuenta estaba de pie en medio de la sala y me miraba con cierta extrañeza. Curiosamente, y para mi alivio, vino sola, no la acompañaban ni Leo ni los niños, es más, vino adolescente.

Hola Teresa, le dije. Hola. ¿Todos éstos qué hacen aquí?, preguntó. Eso me gustaría saber a mí, contesté, al parecer no están de acuerdo con sus nombres, pero yo creo que aquí hay gato encerrado. ¿Y tú, a qué has venido?

Se sentó en una silla, la acercó a mi mesa, y se acomodó los vaqueros dentro de las botas como suele hacer.

Verás, dijo, estoy un poco cabreada. ¿Por qué?, le pregunté. Es que me he enterado de que me vas a casar con Leo y que voy a tener niños con él, dos. Como comprenderás, con la bronca que tuvimos, si cedo, voy a tener que repartir el nombrecito dichoso. A uno de los niños le voy a tener que llamar Leo y al otro Nardo. ¿Tú has pensado bien en eso?

¡¡Dios mío!! No me lo puedo creer, dije abrumada por la situación, mientras a los demás les daba un ataque de risa.

Tiene razón, che, dijo Charly, que se había convertido en el alma de la reunión. Si son mellizos, no le va a quedar más remedio.

Tú deja ya de meterte donde no te llaman, listillo. ¿Quién dijo que los hijos de Teresa son mellizos?

Venga, no te hagas la tonta, son idénticos, dijo Teresa.

Pero, ¿tú cómo lo sabes si todavía eres una adolescente? Además, los mellizos no son idénticos.

Me puse en pie y salí de la sala hacia el cuarto de baño, necesitaba refrescarme la cara. Aquello me estaba superando, no entendía nada.
 
Mientras estaba en el baño oí sonar el timbre del telefonillo. Cuando salí, allí estaba Lucía discutiendo con Charly por lo de siempre, la estilográfica hurtada. En realidad, no parecía que Lucía tuviese ningún conflicto con su nombre, ella continuaba en el papel que le había asignado. En ese momento sospeché que la revuelta había sido provocada por Amanda y secundada por el entusiasta Charly.


Éste parecía haber calmado a Lucía y estaban a punto de abrazarse cuando Lucía me vio. Parecía asombrada, sorprendida.

¡¡Mamá!!, exclamó de pronto acercándose a mí.




lunes, 18 de octubre de 2010

SIN DIARIO/SIN NÚMERO (A)





Ha ocurrido algo inexplicable en la realidad y quizás también en la ficción. Como no soy una experta en ninguna de las dos, tal vez me convenga pensar que fue un sueño.

Los personajes de este relato se rebelaron, no como seres extraordinarios, sino como el más corriente de los mortales, protestones, vanidosos, egoístas y con un afán de protagonismo que no les hubiera consentido, si ésto no hubiese trastocado la continuidad de la escritura.

Todo empezó por Amanda, la supuesta protagonista de la historia.

Una mañana bastante soleada, junto al café, Amanda se me acercó y puso sobre la mesa el mate. Me sorprendí al ver por primera vez a mi estimada y algo consentida Amanda. Le pregunté qué significaba aquéllo. Lee, me dijo, lee lo que pone en el mate. Amanda, dije, pone Amanda. ¿Cómo crees que me puedo sentir en cada punto y aparte, sabiendo que me has puesto el nombre de una yerba?, dijo.

Desde el sofá, colgando una llamada de móvil, me hacía señas Alberto, el casi ex marido de Amanda. ¿Y a ti que te sucede?, le pregunté. Verás, dijo, a mí el nombre no me disgusta, lo que no aguanto son las bromitas de todos éstos entre líneas y después de que guardas el documento. Albert Jamón, me llaman. ¿Tú estás segura de que guardas el documento mientras son adultos, o lo guardas con toda la adolescencia latiéndoles?

La verdad, dije casi disculpándome, no sé qué puedo hacer, todo esto me resulta extraño, se supone que soy yo quién decide cómo se llaman, qué hacen y qué no hacen, qué dirán y no dirán... Necesitaría la ayuda de alguien con experiencia en asuntos de este tipo. ¿Por qué se salen así del papel? A mí me pusieron el nombre que tengo y no pude decir nada al respecto.

En el descansillo de las escaleras, frente a la puerta de mi casa, sonaban las cuerdas de una guitarra afinándose. Me pareció algo raro, que alguien estuviese afinando una guitarra en las escaleras y me asomé. Un chico joven, de cabello algo largo aunque no demasiado, moreno, me sonrió y dijo: ¡Hola, soy Charly! Ya, dije, y resulta que a ti tampoco te gusta llamarte Charly. ¿No vino contigo Lucía? A lo mejor es la única que está conforme con su nombre.

Entonces me enseñó una estilográfica que sacó del bolsillo. Está viajando en metro, dijo, enseguida viene.

Entró detrás de mí en casa y se sentó en el sofá al lado de Alberto. ¿Así que vos sos el marido de Amanda, el papá de Albertito? Encantado. Che, ¿qué fue de tu vida desde que te separaste? Ésta no cuenta nada de eso.

Alberto no dijo nada. Me di cuenta de que podían rebelarse contra el nombre pero no podían ir más allá.

Charly se dirigió otra vez a mí. La verdad que a Lucía no le importa llamarse Lucía, a mí me gustaría que su nombre fuese otro. No sé cómo explicarte, me gustaría que sonara más fuerte, más grave.

Tomé un sorbo de café. Si les apetece café pueden servirse, están en su casa.

Jajajaja... Y en tu ordenador, dijo Charly. Está bien, pongo la cafetera. Lucía está llegando, me late distinto el corazón cuando se está acercando, me late en el cuello, como para que le cante.

¡Qué romántico!, dije. Todo culpa tuya, dijo Charly.

¿Alguno de ustedes sabe si va a venir alguien más, aparte de Lucía?





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