sábado, 19 de febrero de 2011

LXII (62)



23:23h- La hora parece mágica. Es sólo una sensación, la coincidencia al mirar el reloj, veintitrés y veintitrés, y anotarlo en el diario. Como si me lo hubiera propuesto, en torno a esta hora, retomo el diario y escribo. Y no es la hora bruja, ésa en que las carrozas se convierten en calabazas. Nadie perdió un zapatito de cristal y no hay madrastras a la vista. Los cuentos llegan por otras vías, los recuerdos.

Esta tarde volví al baúl y recogí una tacita de porcelana, de las que tenían los abuelos en el pueblo. Tal vez cualquiera de nosotros, recogiendo las cosas de la abuela, la puso ahí. Un objeto contando las manos que lo sujetaron.

Y después de releer algunas líneas del viejo diario, que te mencionaban, vi la tacita allí colocada, ya limpia, sobre mi mesilla. Con su frágil asita y sus flores. De inmediato estábamos los cuatro, Mada, Raúl, la abuela y yo en la salita del pueblo, era la hora de la merienda y ella daba pequeños sorbos mientras nos contaba sus historias.

Pero a las cinco y media, él siempre regresaba de su paseo y la abuela se interrumpe. Escucha atenta. Suenan los tres golpes en la ventana de la cocina. Los oímos. El abuelo entraba a la casa por la parte trasera, por el huerto y la señal de llegada eran esos tres golpecitos en la ventana de la cocina. “Ahí viene el abuelo”, decía. Esa tarde también lo dijo y todas las tardes en que estábamos con ella. Y se oían los tres golpecitos en el cristal. Aunque el abuelo había dejado de venir, hacía casi un año que había fallecido.

Nunca hablamos de ello, tengo que comentárselo a ellos, a Mada y a mi hermano. Puede ser sólo un recuerdo mío.

00:00h- Los dígitos. Las huellas digitales. El asombro de los biorritmos, las olas trazando curvas concéntricas. Los remolinos, los dedos extraviados en otro siglo. Planeta gira, barca navega sobre la espalda del océano y el tiempo. La mano reptando sola sobre la sábana blanca y otra mano la alcanza. Jóvenes y enamoradas manos.

Te leo aquellas horas nuestras y vas llegando, a dar tres golpecitos en la ventana.




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