jueves, 1 de abril de 2010

Al bies..., my lord.

[la tela, de cuadros, puesta sobre la mesa, espera la tijera que de vértice en vértice, con su filo, corta en diagonal y como no es de araña -insecto (de un sector tan concreto, dícese habitualmente bicho)- compone rombos que no prohiben sino que recomiendan, my lord]





… ruedo, después de un eclipse de sueño contra el cristal.

Arriba lucha de claros y oscuros, tamiz del sol irrumpiendo con su intermitencia cálida. Algunos montes conservan el legado de las nieves. Desfile de árboles desnudos y sus enramados como arabescos.

De pronto los bosques son depositarios de misterios que, desde la distancia en que los contemplo, atesoran sus duendes. La lluvia ha dejado su impronta en la frondosidad.

… paseamos. En silencio, el sonido de tus pasos me habla del movimiento que te es propio, lo que piensas cuando caminas, hasta que una primera palabra enmudece la voz habitante de la arboleda y trae de nuevo el alma que vagó en ella... Hablamos y el bosque es la escenografía extraordinaria sustrayéndonos de los edificios y sus ecos constanes, nos convierte en protagonistas de una secuencia distinta.

Como la ruta descrita en la palma de nuestra mano, el laberinto de calles del pueblo, que al pasar perseguimos con la mirada, abre mil posibles vidas...

Regreso detrás del cristal y abro el libro.

* * *

“Workman es un asesino tranquilo, no uno de esos asesinos espectáculo que causan sensación antes de hacer historia. Lleva un traje azul pálido y un sombrero Fedora. Workman se dedica a hacer lo que le mandan, sin más. Le aburren tremendamente las extravagancias de algunos de sus compañeros de oficio y nunca habla de sí mismo. No se hace llamar “Perro Loco Charlie” ni nada por el estilo. Algunos le llaman el bicho.”(EL HOMBRE QUE INVENTÓ MANHATAN, Ray Loriga)





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