sábado, 31 de julio de 2010

SIN DIARIO XIV


El presente y sus ausencias, en la azotea donde descansa Amanda. Un firmamento barrido de briznas algodonosas, impoluto, corona la ruta de un ayer que nunca se ha extinguido del todo. Quizá la expectativa que se ha ido conformando involuntariamente en las fibras sensibles de Amanda, sea lo único que altera el sosiego latente en la noche.

Y el tamaño que le ha dado el tiempo, la fortaleza puesta en contra de los vientos furibundos, esa acumulación de consejos y recomendaciones de las que cualquiera hace acopio y pone a disposición de los otros, todo el bagaje adquirido durante esos años de vida, no la eximen de las dudas, del picotazo imperceptible del desamparo...

Recoge puntos de luz dispersos en la bóveda. Mira y recupera asombro. Tal vez el mismo que espera encontrar bajo la tela de su vestido, cuando logre apartar dudas, reflexiones, análisis, temores.



Intensidad. Si los sonidos de su interior fuesen audibles. Si los calendarios atareados en fabricar cuadernos la remitieran a una fecha indolora. Si la luz de entonces la tomase por sorpresa, mientras apoya sus codos distraída en la almena de esa muralla heredada en el camino. Si el disfraz, adecuado o no, que le vistió la vida, se descosiera definitivamente mostrando su desnudez olvidada. Si las posturas o imposturas aprendidas soltaran sus vértebras y su musculatura. Si el vocabulario prendido con verbos suficientes, hallase un recodo insuficiente donde el gesto fuese imprescindible. Si el freno impuesto perdiese todo ese líquido que un día fue lluvia y la detención fuese imposible. Si los rostros que ahora son, en la cronología inevitable, careciesen de sentido.

Porque Amanda había escrito:

Desde entonces, como una caja vacía, tu jersey abandonado, te representa en una soledad de colores al abrir el ropero. Son días de asueto, días baldíos, todos están fuera de la ciudad. Como cuando finaliza un año y hacemos la consabida lista de propósitos, me propuse tareas y cometidos que siempre aplazo. Sin embargo, la insustancial presencia vino a instalarse otra vez, a traición, en el amplio espacio solitario de estos días y la fuerza de la gravedad me arrastra hacia abajo. Doy vueltas por la casa y reviso muecas en los espejos de este silencio denso. Retomo lecturas y entre los renglones siempre me asalta alguna frase, que me aleja del momento y regresa a las despedidas.

La ciudad casi desierta y poblada ahora de marquesinas donde nadie espera, se transforma en espiral. He vuelto a pasar cerca o delante de los lugares anotados en la memoria.

En esta casa también suena el teléfono y al descolgar abre una puerta donde las voces callan. Estas anécdotas son habituales en todas las casas del planeta, me digo. Aunque sea inevitable volver al tiempo de las señales y el vértigo.
 



miércoles, 28 de julio de 2010

SIN DIARIO XIII




A las seis de la tarde ha finalizado la clase de física, Teresa y Amanda avanzan por el pasillo del instituto hacia la calle.

-Necesito unos guantes.

-Y unas gafas de sol. ¿Cómo son las gafas que lleva "Vampi"?

-¿Vampi?

-Vampi, ése que va clavando sus colmillos en Inocencias como tú.

-Jajajaja... Son metálicas, las clásicas que lleva todo el mundo.

-No todo el mundo.

-Eres una pejiguera, la mayoría de la gente lleva esas gafas.

-Ya no, querida Amanda.

-Bueno, qué más da. No me voy a comprar unas gafas iguales. Joder, Teresa, tengo las manos congeladas, como para hablar de gafas de sol, lo que me hace falta son unos guantes.

Ha dejado de llover y el celeste se abre paso entre la persistencia de algunas nubes. Las aceras aún están húmedas y las chicas sortean algunos charcos.

-Tenemos que ir caminando, Amanda, no tengo ni un duro más, lo justo para el autobús de vuelta a casa.

-A mí tampoco me sobra, con lo que he ahorrado no sé si me alcanzará para las gafas y los guantes. Los guantes es lo primero, Teresa, digas lo que digas, con este frío se me congelan los dedos y no soy capaz de moverlos. Si no me llega para las gafas, otro día será.

-No estoy de acuerdo, ya veremos cómo lo arreglamos. ¿Me dejas una moneda para llamar a casa? No dije que iba a llegar más tarde y hoy mi padre libra por la tarde.

Amanda revuelve con torpeza en su monedero, tiene los dedos rígidos del frío.

-Vaya, pues sí que es verdad lo de tus manos heladas.

-Toma.


En la siguiente cabina telefónica que encuentran a su paso, Teresa, abre la puerta y entra.

-Te espero fuera, ahí dentro huele a perro muerto.

Mientras espera, Amanda, se acerca al escaparate de un restaurante. Bajo una luz fluorescente, como de depósito de cadáveres, yace un diminuto cerdo de ojos achinados entre otras viandas. Toma conciencia de que nunca ha comido cochinillo y, mirando el angelical gesto del animalito muerto, se promete que no lo comerá jamás. ¿Cómo, visto de esa forma, tan indefenso, puede alguien comerse un animal tan pequeño? Sólo comeré cerdos adultos, se dice.


Su amiga está tardando más de lo previsible. Se acerca otra vez a la cabina. Teresa está en el interior sonándose con un pañuelo, ya no habla por teléfono. Amanda abre la puerta. Teresa seca sus ojos y vuelve a sonarse.

-Ya salgo.

-¿Te han echado la bronca por no ir a casa al salir de clase?

-No, que va, si he hablado con mi padre y está la mar de contento.

-¿Y por qué lloras?

-De alegría, ya te lo contaré.

Amanda no hace más preguntas, nadie en su sano juicio confundiría el llanto doloroso con el llanto alegre. Comprende a su amiga, hablar en ese momento sería romperle a la tarde la esquina divertida y sumirse en la causa de su angustia. Ambas caminan de nuevo, ahora en silencio. Teresa recompone su ánimo. Amanda, apaga de alguna manera la preocupación, postergándola, al arrastrar su mirada sobre el enlosado contando baldosas.

Y contando baldosas su pensamiento vuelve a esa mañana. Mentalmene hace un sencillo cálculo de las horas que restan hasta el próximo encuentro. Evade el momento opaco y deja el espacio necesario en el que su amiga intenta equilibrar sus emociones. No quiere entristecerse, prefiere arroparse con el sentimiento y el, todavía irreconocible para ella, deseo.

... seis, siete, ocho, nueve..., walking, walking on the moon... Imagina. Llueve, un paragüas les cubre. La cortina de agua es tan gruesa que les aisla bajo la frágil tela, como la infantil invención de una tienda de campaña bajo las sábanas. Se miran y comparten la tentación y el temor. Todas sus vísceras hormiguean ante la fantasía...


Diez, once, doce, trece, catorce... A las ocho, faltarán aproximadamente doce horas. Dormirá al menos siete de las doce. Soñará, tal vez con él. Ya le ha soñado.

-Ya se me ha pasado el moqueo. Como si no hubiera pasado nada. Mañana o pasado te lo cuento.

Están delante de la puerta de los Almacenes. Amanda se da cuenta de que no ha contado bien, tendría que haber sumado un número de baldosas mayor, su pensamiento se ha entretenido en el amor. Así se lo explica a sí misma, me he entretenido en el amor. La palabra acaricia su garganta como si la hubiese pronunciado. Sonríe.

-Tía, baja, que te has quedado colgada de una nube.

-¿Qué?

-Nada. Te ha dado tan fuerte que empiezas a preocuparme.

-¡Qué dices!

-¿A que estabas pensando en ese vampiro de greñas?

-Sí. Me has pillado. No puedo dejar de pensar en él.

Las dos amigas entran en la tienda y se dirigen al expositor donde están las gafas de sol. El sonido de un fuerte trueno entra en el comercio. La incoherencia de probarse gafas de sol en un día como ése, cuando los truenos vuelven a amenazar con el retorno de la lluvia, les divierte y ríen.

Teresa le va pasando gafas a Amanda y ella se las prueba mirándose en un pequeño espejo, esperando el visto bueno de su amiga. Ésas, dice de pronto. Son metálicas, plateadas, rectangulares y los cristales son azulados.

-Sinceramente, me parecen una horterada, el caso es que te quedan genial. Pareces otra. ¿Cuánto cuestan?

-Poco, al fin y al cabo son una burda imitación. Puedo comprar también los guantes y me sobra para las cañitas en el bar del "Fresco". Si te apetece, me cuentas qué está pasando en tu casa.

-Acepto la invitación y ya veremos si hablamos hoy, o no, de mi dulce hogar. ¿Nos probamos sombreros?

-¿Cómo vamos de tiempo? Yo no tengo problema, avisé en casa. No me esperan hasta las nueve y media.

-Son las siete y media. Venga nos probamos un par de pamelas con flores y nos vamos. No te quites las gafas, vamos a revivir el Woodstock. Yo me llevo éstas, estilo Lennon.

-Ja,ja,ja... Te faltan los cupones. Pero te quedan bien, son tu modelo de gafas, cuánto cuestan, a lo mejor te las puedo regalar.

Amanda coge las gafas y mira el precio.

-Nos las llevamos. Sólo tenemos que compartir una caña y asunto arreglado.

-Tía, estás como una cabra.

-Le dijo la sartén al cazo.
 




lunes, 26 de julio de 2010

SIN DIARIO XII


Seda. Transparente. Un velo tibio cubre el rostro de la luna, la virginal imagen de una novia en el foco de una cámara. Virginal como devoción, como una representación de algo interno, al margen del tabú. Las azoteas de Madrid ignorando esa cualidad presente en la magnánima luna. A lo lejos pasa un avión del que tan sólo se ven las luces relampagueantes, insertándose en la calurosa noche.


En el avión desde Barna a Madrid, una cuerda tensa separa el espacio entre el asiento de Amanda y el de Alberto. Las azafatas pasan con su carrito de bebidas y Alberto pide un whisky con hielo, Amanda un gin tonic. Alberto hojea el periódico y Amanda abre la novela que está leyendo. Pero no lee sino la inscripción en el bolígrafo de plata. Se acusa de inocencia y autoengaño. Lo primero que pensó fue en un regalo de empresa, Alberto tiene muchos. Sin embargo ningún obsequio de esa clase ha sido nunca tan romántico, como para grabar "Te quiero" junto a una fecha de múltiples posibles significados. Es en esa trampa en la que no quiere caer Amanda, la evidencia es suficiente, torturarse con los motivos a los que alude la fecha sería masoquismo puro. Inocencia y el autoengaño que arrastra un tiempo de evasivas, excusas, distanciamiento, incomodidad mal simulada, un pack de oferta dispuesto para el camuflaje entre años de matrimonio. Es lógico que las cosas se enfríen después de tantos años de convivencia. Y la lógica encuentra biombos chinos, detrás de los que esconder carencias acentuándose semana a semana.

Amanda comienza a aprender como atrincherarse dispuesta a pensar y pasa una página que no ha leído. Inevitablemente se pregunta cómo será ella y desde cuándo sucede. En un acceso de íntima sinceridad, también se pregunta qué le importa de verdad en la situación descubierta y por qué no se ha desquiciado ni le ha dicho nada a Alberto. Y se pregunta, como si el vuelo la predispusiera a la reflexión serena, a qué se debe ese absurdo descuido de su marido, dejando el bolígrafo entre su ropa. Suponer que no ha podido separarse del objeto por apego afectivo, le duele. Quiere creer, y tal vez sea cierto, que ha sido uno de tantos despistes de su marido. Pero, en ese caso, por qué no buscó un lugar menos accesible donde guardarlo.

Pasa otra página sin leer y mira de reojo al hombre que se sienta a su lado, intentando reconocerlo. Cierra el libro, lo deja sobre la mesita abatible y coge el gin tonic. Da un largo trago, posa de nuevo el vaso y se recuesta en el respaldo del asiento, cerrando los ojos.

Walking, walking on the moon...

No sabe de dónde sale esa canción. Mantiene los ojos cerrados. Escucha. Unos instantes suaves, aligerados de lastre. El trago de gin tonic arde en su garganta, ha olvidado pedirlo corto de ginebra. Abre los ojos, alcanza el vaso, toma otro trago y vuelve a recostarse con los ojos cerrados.

We could live together, walking on, walking on the moon...


Casi ha vaciado el vaso y algo se vacía dentro de ella. La canción sigue sonando. El calor en su garganta destensa el cuello, algo pretende descargarse y se esfuerza en asegurar las compuertas. Abre un poco los ojos y mira por la ventanilla. Un destello rojo recorre el cristal. Cierra otra vez los ojos y le extiende la mano al recuerdo, como si hallase el antídoto adecuado.

El local de antaño sustituye el interior del avión. Amanda tiene su espalda apoyada contra la pared y observa a sus amigos bailando bajo los focos de colores. Apoya su mano derecha en la pared para corregir su postura y encuentra otra mano... walking on... Fórmula espacio-tiempo, acción-reacción frustrada. Aguijones. Zumbido. ¿Qué enigma en la combinación de epidermis? La otra mano ha atrapado la mano, la eleva hasta su boca y da una suave dentellada... walking, walking on the moon... Amanda siente que ha perdido consistencia y gira, sin poder soltarse. El disparo de luz roja subraya la mirada, suspendida para siempre en el tiempo y el espacio que altera la fórmula. Todas las puertas se abren y sin embargo permanecen cerradas, porque Amanda no encuentra ninguna que facilite su huida. Sucumbe, se desliza en el interior de aquellos ojos y halla una dimensión desconocida... we could live together, walking, walking on the moon...

Desde la cabina del avión habla el comandante. Están a punto de aterrizar. El miedo la invade por completo. El calor de la ginebra se diluye poco a poco. Siente frío.


We could be together, walking on, walking on the moon... Luna novia ha dejado caer su velo sobre la azotea de Madrid, donde Amanda descalza sus zapatos de ayer y deja al aire los próximos pasos, sobre la repisa estival de la espera.



 
 

sábado, 24 de julio de 2010

SIN DIARIO XI


Ni Amanda ni Teresa habían llevado paragüas y estaba diluviando.

-Otoño.

-Vaya con el otoño. ¿Vamos a tomar una caña y me lo cuentas?

-Vamos.

Pusieron sus carpetas de anillas sobre sus cabezas y echaron a correr riendo.

-Los Rolling le están sacando la lengua a la lluvia, a ése que nos la manda con tanta generosidad.

Alcanzaron unos soportales y se detuvieron. Sus carpetas estaban completamente mojadas y ellas apenas habían conseguido mantener a salvo parte de la melena. Amanda seca con la manga del chaquetón la carpeta donde, además de otros símbolos, destaca la inconfundible lengua.

-Venga entremos en ése mismo.

-Pero, Teresa, está lleno de viejos, vamos al de al lado, están poniendo Satisfaction.

-Bueno, vale, pero no la líes, tenemos poco tiempo y me vas a dejar a medias con tu novelita de amor.

Se sientan en una mesa del fondo buscando la intimidad necesaria a las confidencias. Proud Mary envuelve la voz del camarero que les pregunta desde el otro lado de la barra, qué van a tomar. Teresa le pide dos cañas. Y una tapa de palillos, ¿no?, comenta divertido, el camarero.

-¡Suéltalo ya, me tienes en ascuas!

-Lo veo todos los días. Por la mañana, en el autobús.

-¿Desde cuándo?

-Desde que empezamos las clases?

-¿Te ha dicho algo?

-Nada, creo que ni siquiera me mira.

-¿Y tú?

-Nada, sólo lo miro, disimulando.

-Ya. Me imagino lo bien que disimulas esa locura que te ha dado.

-Vale, lo intento, aunque supongo que no lo consigo.

-Apostaría algo a que no.

-¿Cómo sabes que él ni te mira?

-Siempre lleva gafas de sol.

-¡Qué listo! Él sí sabe cómo disimular. Esta tarde vamos a conseguirte unas gafas de sol, guapa.

-Pero hoy ha sido distinto.

El camarero les avisa desde la barra que sus cañas están esperando. Amanda se levanta, las coge en la barra y las lleva hasta la mesa.

-Acelera, nos quedan veinte minutos.

-Ha sido distinto...

-Eso ya lo has dicho.

-No me pongas nerviosa.

-Está bien, sigue.

-Acababa de subir al autobús temblando como una vara, tratando de no caerme de culo en medio del pasillo, hasta que encontré un hueco y me agarré a la barra. Él estaba sentado al fondo del autobús y para verlo tenía que girar el cuello al menos un poco. Iba mirando hacia la calle y sonrió levemente...

-Ese chulo se lo está pasando pipa. Y dices que ni te mira, ya.

-Después me puse en el hueco donde no hay asientos y me apoyé en el cristal. Así podía verlo con más facilidad. Él no cambió su postura en ningún momento. Sólo cuando estaba llegando a mi parada, unos segundos antes de que se abriera la puerta, levantó una mano, la acercó a su boca y la mordió lentamente.

Teresa estalla en carcajadas sonoras. Amanda enrojece y ríe.

-Esta tarde después de clase vamos hasta SEPU, nos probamos los sombreros y te buscamos unas gafas de sol.

-Estás loca.

-Le dijo la sartén al cazo.

Se levantan, se acercan a la barra, revuelven en sus monederos y pagan las cañas. Exquisita, la tapa de palillos, le dice Teresa al camarero.

-Volved esta tarde y os pongo algo para acompañar a los palillos, invitación de la casa.

-Te tomamos la palabra, chaval, que sea algo fresco, como tú. Corre, Teresa, que nos va a pasar el autobús y si lo perdemos tenemos bronca segura.

Llegan a la parada casi sin respiración y en ese momento están abriendo las puertas los dos autobuses.




jueves, 22 de julio de 2010

SIN DIARIO X


Madrid extiende sus escaleras de cemento a los pies de la mujer que se reencuentra y espera. Los viajes acuden al borde de la barandilla de la terraza y se despeñan. Caen al vacío pedazos que no pueden repararse. Ardiente, el aire está quieto y aún así algo roza el brazo de Amanda.




De pronto la ciudad es Barcelona y el lugar una habitación de hotel cercano a la Plaza de Cataluña. Alberto ha salido de la ducha.

-Mientras te duchas tú, yo llamo al niño. No tardes, nos esperan a las 11:00h.

Amanda saca su neceser de la maleta y entra en el baño. Mira Alberto, que ya se ha puesto un pantalón y hojea su agenda telefónica, antes de cerrar la puerta. Al enfrentarse con el espejo descubre un gesto que comienza a grabarse en torno a sus labios. Desde la habitación llega la voz de Alberto. Busca el cepillo de pelo dentro del neceser y en uno de los bolsillos descubre un billete de cinco mil pesetas. Abre el grifo de la ducha e intenta recordar cuándo y por qué ha puesto ese billete en su neceser.

La presión del agua de la ducha deshace nudos y todas las preguntas sin respuesta inmediata pueden aplazarse.

Al salir del baño, Alberto habla todavía por teléfono, aunque ya ha terminado de vestirse, y la conversación termina con una seca despedida.

-¿Cómo está el niño?

-Había salido con mi padre. Hablé con mi madre y dice que está feliz, como siempre que se queda con ellos. Ya sabes que se convierte en el rey de la casa y hace con ellos lo que le da la gana.

-¿Con quién hablabas ahora?

-Con mi madre, ya te lo he dicho. Te espero tomando un café abajo.

-Vale.

Alberto sale de la habitación y Amanda abre el armario. Deja la puerta abierta y se acerca a la ventana, aparta un poco la cortina y ve que está lloviendo. Vuelve hasta el armario y abre por error el cajón donde Alberto ha colocado sus jerseys y sus camisas. Entre la ropa asoma una pequeña caja rectangular de color rojo. La curiosidad, conoce todos los objetos de Alberto menos ése, conduce su mano y la abre. En el interior, un bonito bolígrafo de plata con una inscripción. Amanda lee y vuelve a colocar la caja donde estaba. Abre el cajón de abajo y saca un jersey de cuello vuelto de color negro y descuelga de una de las perchas unos vaqueros.

Se viste de prisa. Frente al espejo del baño suelta su melena, la cepilla y acerca su cara para revisar ese gesto recién descubierto. Una lágrima resbala sobre su mejilla. La seca, apaga la luz y sale del baño pensando cuándo y por qué puso ese billete de cinco mil pesetas en su neceser.

Cuando llega a la cafetería del hotel, Alberto ya ha tomado su café. Ella se sienta frente a él y saca un cigarrillo, sus manos muestran un ligero temblor que Alberto no aprecia. Extiende su mechero y le da fuego.

-¿Te pido un café?

-Sí y una tostada.





martes, 20 de julio de 2010

SIN DIARIO IX


Amanda deja correr el agua caliente por su espalda e intenta recuperar los poros afilados de aquella noche. Son las 8h. En el pasillo suena el teléfono y su madre contesta. Diga, diga, diga, diga... La oye colgar y decir algo entre dientes. Golpea en la puerta del baño.

-¿Todavía estás ahí? Si no te das prisa perderás el autobús de las ocho y veinte.

Amanda cierra el grifo de la ducha como si se acabara de despertar de un sueño muy profundo y sale rápidamente. No puede, por nada del mundo, perder ese autobús.

A las 8:10h el teléfono vuelve a sonar. Amanda corre hasta el teléfono y descuelga. Hay alguien al otro lado, alguien que no dice nada. Ha dicho diga una sola vez y se ha detenido escuchando la respiración, es una respiración tranquila, no parece que sea uno de esos tipos que suelen jadear mientras se tocan. Pregunta una vez más, diga. Sigue sin contestar. Cuelga y recoge sus libros.

-Me voy, hasta luego.

-Hasta luego.

Lleva el dinero justo del billete en la mano y la mano cerrada en el bolsillo, toma esas precauciones para que el temblor de su mano no sea advertido. Sube al autobús, mientras una docena de vaqueros cabalgan sobre sus libros apretados contra el chaquetón. Se niega a mirar, sabe que está porque le fallan los pasos y se esfuerza en conservar el equilibrio. Se aferra con fuerza a la barra y entonces gira su cuello unos centímetros y mira. Al fondo, en uno de los asientos, con gafas de sol, a pesar de las nubes cubriendo la ciudad, mirando hacia la calle, lo ve y ve cómo en sus labios se forma una leve sonrisa.

Amanda, busca una posición menos complicada y logra reposar su espalda sobre los cristales y sujetarse con una mano a la barra vertical. No hay ningún asiento libre.

El trayecto es corto, unos veinte minutos, son los veinte minutos más veloces del día. La distancia que separa al muchacho y a Amanda, dentro del autobús, está cargada de imanes. Ella simula entretener sus ojos en la gente que ocupa los asientos a su alrededor, cuando lo que realmente hace es buscar un camino que aproxime su mirada hasta donde está él. Y siente, sólo eso, siente. Vuelve a estar en aquel instante encapsulado, desaparece todo y solamente quedan ellos dos. En eso se han trasformado sus viajes en el autobús que la lleva a clase, en un sueño repleto de sensaciones que se repite cada mañana. Y cuando llega a su destino se divide, la que es sigue viaje con él y sólo baja la que no tiene peso, una que sabe y repite de memoria la mecánica rutinaria de la supervivencia.

Amanda ha pulsado el timbre solicitando la apertura de la puerta en la próxima parada y antes de apearse vuelve la vista hacia el muchacho que continúa mirando hacia la calle. Él acerca una de sus manos a su boca y la muerde despacio.



Y aquel gesto enarbola una bandera de algún país inexistente en el vientre del estío en el que dormita el presente.



Amanda camina hacia el Instituto agarrada a sus libros, barriendo con la vista la acera y contando baldosas, como si eso devolviera el ritmo normal a su respiración. En la entrada del Instituto, al tiempo que sube las escaleras, sube hasta su boca la mano derecha y muerde despacio la piel que regresa al silencio.

Cuando entra en clase, Teresa, desde el fondo del aula percibe algo que su amiga no le ha contado. Detrás de Amanda entra el profesor y ella se sienta al lado de Teresa.

-No te lo he contado todo. Hay algo más.

Teresa la mira con cierto asombro y Amanda sonríe de pies a cabeza.



domingo, 18 de julio de 2010

SIN DIARIO VIII


Amanda se piensa en la sensación rescatada, como si hubiese salvado a un niño de un incendio. El suelo de la terraza quema los tacones y los pasos no dados, el calor aplasta contra el cielo cualquier sospecha de muerte . Una mano roza otra mano y de pronto los dientes del pasado hacen vibrar las botas sobre los vaqueros. Una fuerza oculta, tal vez en el centro de la tierra, horada suavemente las suelas, cuando a la luna le nace aquella profunda mirada de la noche. Desde algún sitio acude la proposición: caminemos sobre la luna. Y el reloj sólo espera el beso.


Porque la noche de aquel viernes que agotaba el verano, Amanda, extendida sobre su cama discutía dulcemente consigo misma el desorden sufrido. Suma y resta se equilibraban en el desequilibrio de sus emociones. Los dedos de aquella mano y la mirada. Su mano entre los dientes de la silenciosa arrogancia. Y sus defensas, su chaleco antibalas, su látigo verbal, su virtuosidad en la huida, todas sus excusas, sin ella, suspendida de los desconocidos ojos, que la habían dejado en la vigilia, en un pasadizo secreto hasta entonces.

-No puede ser que sólo eso te haya dejado tan colgada de ese tipo.

Teresa, con su lógica, abría una brecha inútil en una realidad que ya no le pertenecía. Sólo eso era un millón de alfileres clavándose de arriba a abajo en todo su cuerpo y un enigmático código, capaz de eludir durante minutos eternos la palabra, trasladándola al sitio que prescinde de todo entorno y almacena la huella imborrable.


viernes, 16 de julio de 2010

SIN DIARIO VII


We could live together, walking on, walking on the moon... Amanda esperaba a Teresa y la canción volvía a sonar, como si se hubiera impreso en el aire. La soltaba de sus amarras un bar cercano. Teresa apareció doblando la esquina y le hacía señas con la mano en alto. Amanda caminó hacia ella.


-Vamos, suéltalo ya Doña Misterios. ¿Qué es eso tan importante?


-Entremos en algún sitio. ¿Conoces algún lugar por aquí que no huela a calamares fritos?


-¡Caray! Qué delicada. ¿Es que tu secreto no se lleva bien con la gastronomía típica?


La terraza de Amanda gira alrededor de la luna, gira incluso alrededor de su cara oculta, iluminando los recodos de la espera. Una luna adulta con el aspecto juvenil de otro verano.


El rostro de Teresa va adquiriendo seriedad sobre el espejo. Amanda la ve sorprendida. Toda la cafetería tiene las paredes empapeladas en rojo y varios espejos simulam una amplitud inexistente. La pretensión de crear un ambiente acogedor, supone Amanda, ha logrado un collage extraño. La luz ámbar de los apliques de la pared, deja fuera de lugar a los dos señores mayores que juegan a las cartas en la mesa del fondo.


Se lo ha contado todo. Casi todo.




lunes, 12 de julio de 2010

SIN DIARIO VI


En la terraza de la casa de Amanda en Madrid, la espera. Jorge estaría dando vueltas en busca de un aparcamiento. Y ese instante, paralizado en las yemas de los dedos palpando la espesura cálida de un verano, presentándose presente y volcándose en el regazo de la maternal remembranza. Tanto espacio de tiempo ondeando en una azotea, sobre la que reposan en su abandono los tacones del hoy, asomándose al hace tiempo de mocasines y libros. Escudo aferrado con los dos brazos, aún sin haber practicado el nudo de la emoción más intensa con el otro, aún en el acostumbrado lazo de los afectos paternales. Los brazos que esa noche descansan del sobrepeso de la responsabilidad y los contratiempos, acunando el pensamiento y el recuerdo más bello.


La situación empujaba a Amanda hacia el centro de lo olvidado dentro de la caja de música del latido. Esperanza de una posibilidad, pálpito sobre las trémulas luces de la ciudad reencontrada junto a su piel de otro tiempo.

Había llegado jadeante a la clase de matemáticas y se había perdido sobre los folios garabateados. El autobús y el perfil de él, aprisionado entre otros cuerpos ajenos, pasaba una y otra vez distrayendo la atención de Amanda que volvería a suspender la asignatura.

Por la noche la llamó Teresa. Le contó un millón de cosas de sus discusiones con su padre, de lo pesada que estaba su madre con el aspecto de su habitación, de la pelea que había tenido con Leo, de la falda que le había hecho su madre y cómo esa misma noche le subiría el dobladillo cuando todos se hubieran dormido.


Ella sólo le dijo, antes de despedirse, que tenían que verse al día siguiente, sin falta. Tenía que hablarle de algo muy importante. Teresa se burló. Le preguntó si quería que le volviera a prestar el disco de Tequila.



SIN DIARIO V


“Y bailan bien, algunos con verdadero entusiasmo. No entusiasmo contagioso pero entusiasmo al fin y al cabo, y por más que algunas chicas y algunos chicos muy guapos vienen a animarme, la verdad es que no me animo, porque sea lo que sea lo que tenga que venir y lo que haya pasado antes, una cosa es segura, la muerte no me encontrará bailando”. (TOKIO YA NO NOS QUIERE, Ray Loriga)



Aquella había sido la canción. El pub estaba repleto de gente bebiendo y bailando.

Amanda se miró en el espejo del baño mientras secaba su melena con una toalla. Pensó que estaría horrible si él la había visto al pasar, con el pelo completamene mojado y pegado a la cara.

Era ésa la canción, la que sonaba en la radio de la cocina.

No había mucha luz y cada ciertos segundos un relámpago rojo desdibujaba los rostros de los que, como ella, apoyaban la espalda en la pared y observaban a los que bailaban en el centro del local. Había buscado el rincón que le pareció más protegido y Teresa se había acercado un par de veces a decirle que no se amuermara, que bailara con ellos. Ella estaba bien, no se amuermaba, le gustaba estar ahí, viendo las los movimientos de los que bailaban, escuchar las canciones, el juego de luces dando sombras y color intermitentemente, dejar volar sus pensamientos al ritmo de la música...

Cuando volvió a casa, estuvo mucho tiempo tumbada en la cama, con la lámpara de la mesilla encendida mirando al techo, no leyó, sólo pensó y pensó y se imaginó de mil formas diciendo mil cosas. A la mañana siguiente había amanecido muy soleado, todo brillaba, nada presagiaba un gris como el que hoy sujetaba al día con tenacidad.

Miró su reloj de pulsera y oyó la voz de su madre desde la cocina, le advertía que no llegaría ni siquiera a la segunda hora de clase y ésa era la clase de matemáticas. La asignatura que peor llevaba. Tenía que darse prisa y prescindir de usar el secador.

Cogió los libros de encima de su cama y corrió por el pasillo. Desde la entrada, antes de cerrar la puerta avisó en voz alta que se iba, su madre le volvió a decir que se diera prisa, a las 9:30h pasaría otro autobús.

Bajó las escaleras tarateando la canción y bailando en los descansillos.

Aún llovía. Con la mansedumbre que deja haber soltado toda la rabia, como si no hubiese intención de mojar.







¡¡ENHORABUENA A TODOS!!


Y el sueño, al menos éste, se hizo realidad. España ha ganado el MUNDIAL DE FÚTBOL 2010.

¡¡FELICIDADES!!

(¿salió el genio de la botella o el conejo de la chistera?)


domingo, 11 de julio de 2010

SIN DIARIO IV


Amanda siente que todas sus vértebras se sueltan y por primera vez, desde hace meses, afloja la tensión. Está sentada en una de las sillas de madera en su terraza y espera a Jorge. Ha olvidado todo lo escrito hasta ahora y siente el ficticio alivio que le proporciona el despejado firmamento, frente al calor extremo de Madrid. Ha puesto sobre la mesa la botella de cava que compró y dos copas. Mira hacia las luces que recorren el horizonte.

De pronto sus ojos se detienen en la luna, no había reparado hasta ese momento que estaban en plenilunio, la posición estratégica de la Diosa está ahora a su alcance. Suelta sus pies de los zapatos y los apoya en la silla que tiene enfrente.

La fina película del aire templado roza su rostro en un amago de brisa.

Llueve, llueve torrencialmente. Ha cruzado la calle con mucha dificultad, sorteando misteriosos ríos formados sobre la calzada y en la parada del autobús es casi imposible refugiarse, no hay marquesina y bajo el saliente del edificio hay ya demasiadas personas intentando cubrirse. El autobús pasa de largo, va demasiado lleno. Llegará tarde inevitablemente y el recorrido ya no tendrá sentido. Se descubre completamente empapada, el cabello, los vaqueros y los mocasines chorrean. Ha protegido los libros bajo el chaquetón y tiene la sensación de llevar entre ellos y su pecho la angustia de haberle visto en el interior del autobús que la ha dejado desamparada, esperando al siguiente, como si el siguiente la fuese a llevar al lugar a donde ella iba.


Decide cruzar otra vez esa misteriosa confluencia de arroyos y volver a su casa a ponerse ropa seca. Tendrá que ir al Instituto de todos modos.

Cuando su madre le pregunta quién es por el telefonillo del portero automático siente deseos de decir nadie, porque de repente algo en su interior se ha vaciado y fue arrastrado por el agua de la calzada, y ella es la sombra que falta en el autobús que se ha ido llevándoselo.


 

sábado, 10 de julio de 2010

SIN DIARIO III




"Las mujeres son a menudo una razón en el teatro de cartón de la escritura de los hombres. Con frecuencia se les regala la forma de las princesas y se las condena a esa forma. Luego se inventa otro nombre para poder por fin alejarse de ellas. Decir que algo ya ha pasado es tan arbitrario como pensar que el tiempo vivido nos abandona.


Olvidar, y eso está científicamente demostrado, es imposible en la salud. Todas las formas de olvido son ya marcas registradas por la enfermedad. Para arrancar una corona, hay que cortar la cabeza de una reina". (SOMBRERO Y MISSISSIPPI, Ray Loriga)


Ahora no hay nadie. Sólo Ron está en la casa. Aunque parece no advertir mi presencia. En realidad nadie advertiría mi presencia, al entrar quise mirarme en el espejo del hall y no había reflejo alguno de mi forma. Sé que podría traspasarlo y llegar al otro lado, justo a ese lugar al que ni Amanda ni su hermano Raúl son, ahora, capaces de llegar.

He venido convocado por Amanda y sus garabatos en el cuaderno, junto a una serie de vocablos que, inconscientemente, me han gestado.

Hay más, es decir, estoy aquí por otras razones o sinrazones anidadas en los rincones de esta casa, en la maleta de Amanda, en sus cuadernos aparentemente inocentes, en la tragedia vivida por Raúl, en el callado mundo que antecede a las circunstancias actuales...

No siempre son palabras deshilachadas, algunas frases dispersas y a simple vista sin coherencia con otras, aguardan esos puentes uniendo las riberas de un cauce que podría desbordarse con las próximas lluvias.


Amanda imaginó muchas veces el infierno de Raúl, el momento dramático en que el abismo y el vacío son lo mismo, atrayendo, subyugando, mostrando la puerta falsa por la que se puede salir de la deseperación y el dolor. En alguna página de alguno de sus cuadernos escribió algo al respecto, e incluso llegó a imaginarse a ella misma sucumbiendo a la tentación de un final definitivo.

Mi átipica forma, indescifrable sobre el azogue, en oposición a la cualidad de traspasarlo y cambiar de dimensión, me proporciona otras capacidades y todas vinculadas a la desproporcionada intención de Amanda de relatarlo todo o casi todo en sus libretas, amontonadas luego sin objetivo alguno.

Y una de las cualidades que me son propias a este lado del espejo, me ha permitido deshacer una contienda consigo misma, en la que se contaba en una de esas irreparables situaciones, sólo remediables mediante el olvido, como algo que se sumerge en el agua, ocultándolo a la vista. De esa parte sumergida, le rescato lo que sigue, algo inconexo, y una cita en la ciudad de la que partió, sin la seguridad de un retorno y con el apremio que impone un acercamiento de la muerte.


“La única venganza es el reloj roto, mi amor. Lo que podría ser una calavera encima de tu mesa, mi querido 'Shakespeare enamorado', muerde el aliento de tu letra”.

Mis dotes premonitorias me dicen que en ésto, sin saberlo, como si alguien se lo hubiese dictado, Amanda se ha anticipado con su escritura y cuenta lo que aún no ha sucedido, ni en su realidad ni en sus bocetos de ficción.

Y ahora, en este momento, mientras la casa sigue en el silencio de todas las ausencias y los cuadernos reposan sus pequeñas ambiciones, voy a traspasar la lámina que no me repite y a recoger el sentimiento sumergido. Porque todo continúa...



viernes, 9 de julio de 2010

DIARIO XIII


21:00h- Acepté tu propuesta y aquí estoy, en la terraza de mi casa en Madrid, esperándote. Me he puesto aquel vestido tan caro que aún no había estrenado y logré maquillarme adecuadamente, después de tanto tiempo sin hacerlo. Raúl y Alberto insistieron tanto en que viniera, incluso fingieron un enfado. Llegué esta mañana y estuve escribiendo hasta la hora en que fui a comer con Lucía y Charly. Le prometí a mi hijo que volvería con el cuento terminado, y lo cierto es que me he entusiasmado con la idea. Con Mada, mi prima pitonisa, he quedado mañana. Faltan veinte minutos para que pases a buscarme y veinte años para que reencuentre entre mis recuerdos esta sensación tan extraña y tan dulce.

“La linde que contemplo, abrazada a los colores del regalo atardecer, posee el nombre de un equilibrista arriesgado. Ya ha tragado su moneda de la suerte y exhala la canción de un verano que hizo un ramillete de cuentos con nombres y ciudades dispares. Como si la lengua de la ficción hubiese encontrado la pócima mágica, escondida en el interior de la lámpara que ya no le “servía” al genio. Y me brinda la imagen clara de un pentagrama, construido con azoteas solidarias en las noches de maullidos interiores y campanas silenciosas al vuelo de las mariposas que renacen en la aurora. Creo que sí...”

21:24h- Has tocado el timbre y te he dicho que busques donde aparcar el coche. Porque me gustaría compartir contigo este instante de paz desde la altura, este paisaje de luces y líneas escalonadas.

“Dejaré que el corazón de la ciudad me lleve y resistiré el embite. No se apagará la lámpara, el genio, esté donde esté, lo sabrá y cumplirá con su cometido, concederá al menos uno de los tres deseos típicos y tópicos. Y quizás alguno más, son tan excéntricos los genios que salen de sus botellas.

No es sólo la mano de la noche y este momento en que se han cruzado los caminos y los pasos, es algo más y más grande dormido durante tanto tiempo.”
 




jueves, 8 de julio de 2010

DIARIO XII


"Y él, que se tenía por un hombre inteligene, había caído como un bobo en el mundo de Alicia (la de Carroll), y ahora que detestaba el mundo de Alicia, y quería salir de él, no podía.


[...]

Y, si bien es cierto que esos dos pasos que le alejaban del alegre agregado cultural le acercaban a Mónica (de pronto el siniestro no era el agregado sino él), también hay que reconocer que no le acercaban lo suficiente, nunca lo suficiente ni mucho menos. Nunca tan cerca como un joven suizo bailón y dispuesto". (YA SÓLO HABLA DE AMOR, Ray Loriga)

* * *

Pudor. Letra estertor de “streapper”. Tanto tiempo vacilado, pendiendo del hilo de la lluvia que amaga y después... Tejado ardiente: fervores, furias, fe, funambulismo, flaqueza, fusión, fetiche, “farol”, filamento, festín, festones, foulard, fiebre, foso, ficha, fanatismo, “fresco”, fonética, “fonostone”, football, fobias, favores, frenos, frenopático, falta, “fantasma”, fiar, “frena-doll”, “fiu-fiu”, forma, faz, falacia, foto, ferrocarril, farragoso, felino, flauta, fragancia, follón (sin comillas)... Y que nadie me asome a MR. FREUD a esta ventana discreta. El rubor me da en la diana, con acierto y desconcierto; luna otra vez clareando las penumbras de las azoteas.

Postergando esta costumbre de posar oraciones, convertir el folio (otra efe) en altar y redimir la deuda conmigo, he ido deshilachando el diario en puntos suspensivos. Sin embargo, sin olvidar los acontecimientos a la espera, “hoy es para mí”, ordené a la tinta y, así, con un apunte, un esbozo, un ejercicio de pulso, de equilibrio o desequilibrio (siempre a gusto del consumidor) en la palabra, sucumbo a la tentación de izarme bandera blanca y ondear en el espacio que me obsequio. Porque decir, ahora, literalmente, sin los aspavientos, elipsis, metáforas y demás artilugios que velan desvelando, no sería posible tras un silencio amenizado con susurros y préstamos a fondo perdido.

Abordar la hora, el oportuno momento, el instante ficticio, realmente imaginado, implora el requisito introductorio. Amalgama de ingredientes reales: fantasía, voz templada en el rincón silente, el cimiento real del que emerge el instante, una pizca de arrogancia, dos cucharadas de valor y la necesaria exclusión de un objetivo útil o práctico. Que el reproche simulado y clandestino, ese “bicho” que censura con su lógica aplastante, pierda fuerza y parcialidad, en la medida en que también esconde su cobardía.

(Hace meses que abandoné la máscara y con ello asumí el riesgo y ciertos condicionantes que adquiere el nombre propio, por más que éste sea el más anónimo de los nombres.)

La reja abre de cuando en cuando sus barrotes de auténtico hierro, con óxidos del tiempo –nunca hubo jaulas de oro- y deja salir bocanadas de aliento, duramente cosechado en la intemperie solitaria.

A determinadas horas del día, con la frecuencia de un anuncio de prometedora crema anti-edad, vienen los recuerdos, que jamás hallan edad concreta para instalar sus “aparecidos” entre la escoba y el libro, o la videoconsola y la rave...

No descarté del todo el abrazo, eso es cierto, aunque tampoco pude descartar del todo el temor. Y eso que apilé tanta palabra “amorosa” en el castillo de naipes, que nadie hubiese previsto mi involuntaria adscripción a la desmemoria del lugar en el que están situados los ases. Tal vez, la extensión de una construcción, cuyo material esencial es el sentimiento debiera ser más breve, o figurar en los planos con sus coordenadas y su rosa de los vientos correspondientes, a resguardo de huracanes y tornados.

Aún así, algunas noches plenas de plenilunio metódico, dentro de la anarquía en su forma de presentarse, sin fecha fija, veo latir un horizonte de luces. Y quiero creer a pesar de la distorsión que impone la distancia, que el pronóstico de sus matices coronados de ópticos haces, es un pronóstico halagüeño. Sólo algunas de estas noches, logran todavía una excepción majestuosa frente a tanta regla o norma mal aplicada. Sin embargo, sé, por encima del afán con que me capturan estos imaginarios hechos, que las columnas que los sustentan son de férrea realidad.

El apasionante vocablo que se ha dormido entre las páginas de tantos libros y tantas imágenes de películas, ese animal mutante en racional e irracional bajo el yugo de las emociones, tiende al exhibicionismo descarado, al protagonismo, suele mostrarse egocéntrico y llamar la atención dentro de cualquier historia e incluso de la Historia. ¿Podría, yo, desarmada, salvarme de sus caprichos y excluirlo o desterrarlo de la confusión de párrafos que engarzo? ¿Podrías, tú, aunque la duración del término (sin “acritú” ni segundas intenciones) se limitase a la “conquista” y su materialización ecuestre, tú, prócer de lo romántico?


Puesto que este desliz de tinta, este secreto con “tintes” colegiales y caligráficos, no tienen más objeto que aplicarme en el discurso escrito, envolver el verbo entre palabras de regalo y transformarlas en presente, sería tarea inútil la interpretación del mismo. Y aún así, un resquemor casi imperceptible me impide declarar su total inocencia.

Me quito lo único que, metafóricamente hablando, me queda puesto: el sombrero; y me dejo por pudor elipsis y espirales..., de lo cual debería deducirse que las alusiones o ilusiones de la letra son o pueden ser reversibles, como algunas gabardinas o como esos fantasmas que sirven a las mujeres en la construcción de sus marionetas.

Finalmente (otra f), mirando hacia atrás, hasta ese punto aplazado, donde abandoné la continuidad del diario, no logro dejar de sentir la impresión de evasiva actitud, tu nombre me situó aquí de nuevo y la inclinación que siento, unida al compromiso, de centrarme en acabar el cuento de Alberto.

(Tejado alunado: frágil, filarmónica, fleco, falda, flaco, feliz, faneca, fundar, filántropo, Foucault, fuerza, fatídico, frondoso, foca, following (que no es lo mismo que fall low in), “fetuchini”, falsario, feroz, firme, fantástico, “fouciño”, fantoche, flamante, fortaleza, felpa, fieltro, frazada, “farruco”, fondear, faro,... ¿fin?

P:D.: Evidentemente no, esto puede prolongarse eternamente y hasta es posible, en lo escrito, una resurrección necesaria, admito, que sustente la continuidad. Kisses.

domingo, 4 de julio de 2010

DIARIO X - XI


08:30h- Hace días que no escribo. De alguna manera he adquirido un compromiso en el hábito de redactar este diario. Los cuadernos se van apilando y, aunque jamás me compararía con ANAÏS NIN, quizá acabe acumulando tantos cuadernos como ella. Cuando no escribo siento que al día le ha faltado algo y no es, desde luego, porque los días de los últimos seis meses no hayan estado colmados de hechos significativos.

La atmósfera tensa que hemos respirado durante este tiempo, tiende a relajarse. Las mejorías van apareciendo paulatinamente, con cierta irregularidad pero sumando. Sólo es necesario que poco a poco vayan asentándose.



La casa está vacía, rodeada de murmullos que vienen del exterior. Raúl ha salido a pasear a Ron, que movía el rabo vertiginosamente cuando comprendió que su dueño se disponía a retomar la responsabilidad perdida. Alberto, que llegó anoche, salió a comprar el periódico y a tomar café.

Mi hijo ha dejado de ser un niño en casi todos los aspectos. Lo miro, le descubro y me siento orgullosa del hombre en el que se está convirtiendo.

Por la noche, cuando ya se había acostado, después de habernos contado, a su tío y a mí, sus aventuras y desventuras en Ibiza –la chica que lo “flipaba”, dejó de “fliparlo” dos días después-, me llamó y por un momento volví a recordar su niñez.

-Ven, mamá, siéntate a mi lado un momento.

Sonreía. Esperaba alguna de sus bromas.

-Cuéntame un cuento.

-¿Un cuento? Te estás burlando, ¿no?

-Ni un poquito. Lo digo en serio, muy en serio. Quiero saber si todavía eres capaz de dormirme con un cuento.

-Me temo que no sabría contarte el adecuado a tu edad. Tal vez si me das alguna pista...

-No, no hay pistas. Te las tienes que arreglar tú solita.

-Qué difícil me lo estás poniendo.

-Venga, mamá, prueba con cualquier historia.

-Está bien. Había una vez un chico de tu edad que quería rodar un “corto”. Un cortometraje basado en una versión, escrita por él mismo, sobre el cuento de BLANCA NIEVES Y LOS SIETE ENANITOS.

Alberto abrió mucho los ojos y soltó una risita.

-Si te ríes no te lo cuento.

-Sigue, sigue, ya has conseguido despertar mi curiosidad.

-Ves como no es el cuento adecuado, se trata de que te duermas, no de lo contrario.

-...

-Vale, sigo. El chico que era de “moral invencible”, comenzó por visitar las productoras de un listado, elaborado con datos de internet. Era absolutamente profano en el medio y no conocía suficiente gente como para intentarlo por sí mismo. Además y sobre todo, no tenía dinero, ni poco ni mucho.

En la mayoría le propusieron, con la fórmula de rigor, que dejara una copia del guión, pero el chico era terco como una mula y estaba empeñado en tener una entrevista personal con el productor o productora.

Infatigable, cada mañana salía de su casa con el guión en la cartera y visitaba varias productoras. El listado se había reducido considerablemente, a pesar de lo cual no se mostraba desalentado.

Una mañana, despertó con fiebre y, al levantarse de la cama, se dio cuenta de que sus condiciones físicas le imponían una limitación que su entusiasmo no había logrado hasta ese momento. Decidió, entonces, llamar por teléfono a la productora correspondiente, según el plan estricto establecido en su lista. Curiosamente, le respondieron con amabilidad, sólo le hicieron esperar unos minutos, escuchando ALELUYA de Leonard Cohen, y cuando la chica que había atendido la llamada sustituyó a Leonard Cohen, fue para preguntarle si podía pasarse esa misma tarde a las 17h. Al muchacho le descendió la fiebre de la alegría y por supuesto contestó que sí, que iría encantado. Él no lo sabía, pero la insistencia y constancia de su recorrido había sembrado un reguero de rumores y bromas. Era el chico de BLANCA NIEVES.

-Alberto me miraba divertido y no parecía tener sueño.

-Cariño, es muy tarde y el cuento es un poco largo. ¿Qué te parece si continuamos mañana?



-Pues me joroba.

-Estoy un poco cansada y tú también debes de estarlo.

-Bueno, vale.

-Que descanses.

Me dirigí hacia la puerta y cuando estaba a punto de salir volvió a llamarme.

-¿No querrás, ahora, que te traiga un vaso de agua como cuando eras pequeño?

-No, graciosa. Quería decirte que no has perdido del todo la capacidad de “cuentear”, la verdad es que me dejas con la espina, con la raspa. Eres la leche, mamá.




08:00h- Cala bobos. Orvallo. Chirimiri. Llovizna. Tules húmedos: danza transparente, envolviendo a la ciudad en delicados papeles grises. El abultado vientre del sol ocultando pudoroso su ombligo y la cocina en fraganacias de café.

Ron ya sabe que los “chicos” dormirán hasta media mañana y observa mis movimientos analizando hasta qué punto podrá contar conmigo para sus urgencias. Me tomo el café y vamos, le digo. Y él gira y se retira tranquilo, como si hubiese entendido. Me deja a solas en este rato de intimidad, hábito y recogimiento. Admiro el respeto del que hacen gala los perros.

Tío y sobrino, llevan dos días haciendo una moderada vida nocturna. Y Ron ya aprendió el cambio que esto supone. Esa misma circunstancia ha detenido el cuento, aunque no el interés o curiosidad de mi hijo, quien me sugirió la posibillidad de que lo escribiera y así leerlo sin interrupciones. La idea me sedujo, entre otras razones, por escapar un poco del comprometido “a diario”. Este cuaderno y yo somos como una pareja que nunca, o casi nunca, se separa y corremos el riesgo de aburrirnos una del otro o viceversa.

Le escribiré, pues, el cuento a mi niño.

Te lo conté y te hizo gracia. Porque tus llamadas han adquirido una frecuencia de cercanía. Y me pediste, si no me importaba, que te enviara una copia por correo electrónico. Y me hiciste otra propuesta.


(Cadena exhibidora de Santa Fantasía, la devoción que nos/me redime de delitos menores e íntimos. Oración que alberga tanto presente y a la vez tanto pasado, en la dislocada sintaxis que ya es futuro. Cadena leve que ata y a un tiempo libera, sanando alas rotas. La estirpe voladora del verbo, conjugado en el silencio herido de una ausencia que no se define y asiste, sin embargo, a la construcción de la frase que nos ha unido vocablo a vocablo entre dientes. Murmullo de uno con sus acepciones, entre la última luz del deseo, acotado el espacio que sobra desde los puntos suspensivos, y el alba. Con su bagaje de letra inmersa en el sueño dilatado y enredado al pie de página en blanco firmado beso en la misiva, siente caricia escrita en tinta y color del interior de la noche, que gime, suspira, exhala adjetivos e imperativos símiles de ruegos, hasta el punto y aparte del aliento exhausto. Y el gesto relatado cincunscribe dos nombres alejados mediante prepotente potencia de preposición. Los desmadeja y los une en la amalgama de lo escrito, otros, dos, susurrados a la piel de cada uno y el oído de la letra conmovida les reclama en su historia: uno más uno. Sinfín de re/queridos a la almohada que los sumerge siempre oníricos y punto seguido.)





 
 

viernes, 2 de julio de 2010

Sin diario II


"La niña Krumper me ha dicho, antes de irse a bailar, que hace mucho tiempo, cuando era aún más joven, antes incluso de la gran guerra, la orden que más le gustaba oír en los viejos buques era:

'Visitantes, abandonen el barco'.

Sólo después de esa orden comienza el viaje".
(TOKIO YA NO NOS QUIERE, Ray Loriga)



* * *

Y la idea del viaje da vueltas sobre la alfombra de la sala.

Amanda toma el cuaderno, que no es su diario, y traza garabatos, extraños mapas en los que engarza los pensamientos. Cuando no escribe en su diario, también escribe, el principio sin fin de un cuento. Esa voluntad de encadenar palabras, como si intentara amarrar el barco que navega a la deriva, debería servile para algo más que una relación de días más o menos disfrazados de intención poética en medio del caos que le afecta, que les afecta, piensa. Oye el profundo sonido de la respiración de su hermano.

Quizás un viaje a un lugar lejano le vendría bien a cualquier persona herida, el bálsamo de lo desconocido y diferente, desmontando, al menos por un tiempo, la rigurosa estructura de la rutina ineludible.

Los dibujos abstractos comienzan a apoyarse en palabras inconexas, columnas donde reposar las vértebras buscando nexos y sentido: los sentidos.



 
 


jueves, 1 de julio de 2010

Sin diario.


“...porque me estoy quedando sin respuestas para tantas preguntas siniestras y porque tengo la sensación de que con la punta de los pies, estoy pisándome el talón de mis propias botas.


Finalmente me quedo dormido a su lado, aunque ella por supuesto lleva ya varias horas soñando con dios sabe qué otras cosas igualmente peligrosas”. (TOKIO YA NO NOS QUIERE, Ray Loriga)

* * *

Raúl está tumbado en el sofá de la sala y Amanda sentada en el sillón que está enfrente. Raúl le habla en un murmullo con lo ojos cerrados, divaga. Amanda ya no recuerda exactamente cómo comenzó la conversación, sólo atiende a las señales vitales en las frases de su hermano. Cuando el sopor ralentiza más aún las palabras de Raúl, le oye decir algo sobre un viaje, lejos, muy lejos... Y menciona algunos lugares casi indescifrables, porque el sueño se lleva las coordenadas y apenas deja sílabas sueltas. Le pareció que el último sitio apagado en los labios de su hermano era Japón.






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