jueves, 10 de diciembre de 2009

10/12/2009 - Jueves.




"Sin dudarlo, camina hacia la carretera, lo cual le dice algo de su condición. Un hombre que camina hacia el interior del bosque, está huyendo, y sin embargo, un hombre que camina hacia la carretera, seguramente sólo piensa en volver. A su pesar, ya ha empezado a reconstruir su historia". (El final, por ahora, Ray Loriga)

* * *

La noche de ayer consumió un silencio prolongado, internándose en la inútil pendiente que baja hasta el sueño, sin alcanzar la cristalina imagen que devuelve la respiración propia, ese pulso vital. Así, una especie de copia extraña, como una foto en sepia, harta de grietas y demoliciones del tiempo, sustituyó el derecho fundamental de una hora nueva y libre de fantasmas.

De nuevo amanece con un golpe traidor de frío. Antes de dormirme había pensado en la nieve cubriendo los tejados. Cumbre, Copenhague, la sirenita. El color blanco ya cubre las cimas. El café es imprescindible, a veces no sé si por su sabor o por su aroma. La sirenita mira al mar ajena a todo, incluso a su pasado manco, cuando aquellos gamberros robaron su brazo.

Desde la cumbre de Kioto, me parece que cada una debería llamarse la cumbre Poroto. "Se apuntó un poroto", se decía por allá cuando alguien acertaba, tenía un golpe de efecto ingenioso o cuando su actuación dejaba mucho que desear. Por lo tanto, apuntarse un Poroto es flexible en su significado. Yo también me apunté un poroto, pero no voy a decir por qué.

Cuando a la Sirena de Copenhague le cortaron el brazo, siguió barajando la posibilidad de quedarse sentada para siempre mirando el horizonte, siendo el símbolo mutilado de quienes pasan por encima de todo. A la  Cibeles también le cortaron la mano en una ocasión, nadie la oyó decir esa mano es mía, siguió en su sitio tal como el prócer en su pedestal y al que jamás le cortaron nada.

Las típicas luces navideñas están colgadas en las calles. Todo comienza a tener ese sabor de retorno inevitable. Algunos usan esa excusa y regresan a su pesebre con una nostalgia que les delata. Otros aprovechan la ocasión y regresan a las comidas copiosas y prohibidas. Lo prohibido atrae más y mejor. Estoy segura de que habrá alguien escribiendo una tarjeta navideña, aunque jamás lo haya hecho, sólo por nombrarse en el buzón que no se olvida.

No me molestan los villancicos, me molesta que en todas las tiendas y supermercados y a todas horas suenen sólo villancicos.

Terminé el libro. Lo echo de menos, me gustó ese libro. Me resulta difícil adaptarme al siguiente cuando esto ocurre, como cuando tienes que cambiar de persona por alguna razón. Por ejemplo, cuando un día vas al bar donde siempre tomas café y ya no encuentras al camarero o camarera que te daba los buenos días.

Tengo que llamar sí, tengo que llamar. Aunque no estoy muy segura de que quiera seguir haciendo llamadas, seguir haciendo esto o seguir calculando cuánto tiempo queda para el final.

Esta mañana subí al tren pensando en ese beso de despedida que se repite por las aceras, como una baraja de naipes que sólo tiene una carta repetida para que el truco no falle. Luego me puse a leer el libro de cuentos.

Está soleado, debería de sonreír a pesar de todo.












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