viernes, 18 de junio de 2010

¡Zinc!




Zinc. Ése era el sonido, ¡zinc! Caja de metal vacía. La lluvia había lustrado tejados y calles a primera hora, aunque siempre dude de cuál es la hora primera. ¡Zinc!, como la moneda en la alcancía recién estrenada, como tu nombre en el asiento vacío al otro lado de la mesa y, ahora, aquí, en este túnel. Si recordara. Si lo recordara al salir de aquí y en la sugestión serena de la tarde enamorándose del horizonte. Porque el día transcurre desde una paleta de grises al barrido insolente del sol, ocupado en fabricarse segundo a segundo. Y allí vi rostros y cuerpos metálicos, a las diez, después de la lluvia, antes de la bulliciosa costumbre del domingo lanzándose a la conquista de las calles. Y otra vez tu nombre, para inventarle una ausencia la día y a su melancólico amanecer.

(Bicho inventándose una ausencia)
 
Tenía que inventarte otra vez.


¡Zinc!
 
(Thanks)
 
 

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