Esa
mañana el despertador sonó a las siete, pero Luis se había
despertado a las seis y media con el vientre algo revuelto. Había
ido al baño, se había sentado en el váter e inmediatamente había
comprendido la falsa alarma del dolor que había sentido.
Apagó
el desertador del móvil y se levantó con la intención de ingerir
una taza de café y una tostada con mantequilla y mermelada, tenía
hambre y la necesidad de una dosis de cafeína que terminara de
despejarlo. Mientras se hacía el café fue hasta el baño y reparó
en sus ojeras reflejadas en el espejo. Pensó que si se presentara
con ese aspecto en la oficina nadie le respetaría. En el espejo de
la pared se vio de pies a cabeza y se dijo a sí mismo que todavía
conservaba cierto aspecto juvenil a pesar de haber cumplido ya los
cuarenta y cinco.
Desayunó
pensando en los trabajos pendientes para esa jornada.
Entró
en la ducha a las siete y cuarto. Quería estar en la oficina a las
ocho, la mañana se presentaba entretenida, tenía que hacer un
informe y una reunión a las once. Su barriga volvió a dar señales,
sintió una procesión de gases sospechosos que no salían de su
escondrijo.
Con
la toalla anudada a su cintura volvió a mirarse en el espejo de la
pared y reconoció sus largas piernas, algo musculadas aunque no iba
al gimnasio, simplemente caminaba lo suficiente para sentirse en
forma. Su elevada estatura hacía que la toalla pareciese más
pequeña de lo que en realidad era.
Se
afeitó y usó una crema hidratante masculina. Alguno de sus amigos
usaba cremas hechas para el cutis femenino, pero él era de los que
pensaban que el cutis femenino y el masculino son diferentes, por lo
tanto la composición debería ser distinta.
Salió
a la calle vestido con traje y corbata, porque esa mañana la reunión
era de jefes y por alguna razón algo arcaica todos asistían de
traje, nadie se atrevía a romper la norma. Faltaban justo veinte
minutos para las ocho, los que tardaba en recorrer el camino hasta la
empresa. Sintió nuevamente un leve cólico intestinal, la cercanía
de la oficina calmó su angustia.
A
las ocho en punto estaba en su despacho. Tomó de la estantería el
informe del anterior trimestre y las notas del trimestre corriente.
De pronto, una amenazante ventosidad hizo acto de presencia, pero la
expulsó con sumo cuidado, además estaba en su despacho, estaba
protegido, y en la oficina aún había pocos empleados, la mayoría
llegaban a las nueve.
Aquel
gas salió despacio e insonoro, sin embargo algo húmedo se había
instalado entre sus nalgas. Se levantó intuyendo lo peor. El
ambiente del despacho cambió el olor a ambientador por algo
putrefacto. Sin prisa pero sin pausa se encaminó hacia el servicio,
tenía la sensación de que ese olor lo perseguía por toda la
oficina. Entró en el baño, donde no había nadie, y se introdujo en
una de las cabinas.
Una
vez dentro, desabrochó su cinturón y se bajó los pantalones.
¡Mierda!, pensó. Una mancha marrón, casi líquida, adornaba su
calzoncillo. Se sacó los zapatos, unos mocasines castellanos negros,
se quitó el calzoncillo y se limpió lo mejor que pudo. Salió de la
cabina con una bola de papel higiénico que humedeció con agua en
el lavabo y volvió a entrar. Se sentó en el váter y una tormenta
infecta y líquida se precipitó en el inodoro mientras el aroma se
extendía en el interior del cubículo. Cuando ya no quedaba nada en
su vientre, se limpió, primero con papel seco y después con la bola
mojada, tras lo cual se secó, envolvió el calzoncillo en papel y lo
depositó en la papelera. Se puso el pantalón y salió. Se lavó las
manos con jabón y se abrochó la chaqueta que disimulaba su falta de
ropa interior.
Saludó
a su secretaria que acababa de llegar y le anunció que saldría de
la oficina porque tenía que hacer un par de recados. En la puerta de
la empresa, pidió un taxi y se acercó hasta su casa.
Volvió
a ducharse, había sudado y tenía la sensación de que el olor de su incidente se le había pegado al traje.
Regresó
a la oficina en taxi y no había tardado ni una hora en hacerlo todo.
Le
parecía que todos lo miraban, tal vez aquel corrompido olor había
invadido la planta, vio a uno de los empleados entrar en el servicio
y salir de inmediato, tosiendo. La curiosidad le llevó a investigar
esa actitud del empleado y entró para lavarse las manos,
efectivamente el olor no había desaparecido aún.
Había
sido sólo una descomposición. De todas formas, por si acaso, no
volvió a tomar café en todo el día.
https://youtu.be/tf_k7eeHILE