sábado, 10 de julio de 2010

SIN DIARIO III




"Las mujeres son a menudo una razón en el teatro de cartón de la escritura de los hombres. Con frecuencia se les regala la forma de las princesas y se las condena a esa forma. Luego se inventa otro nombre para poder por fin alejarse de ellas. Decir que algo ya ha pasado es tan arbitrario como pensar que el tiempo vivido nos abandona.


Olvidar, y eso está científicamente demostrado, es imposible en la salud. Todas las formas de olvido son ya marcas registradas por la enfermedad. Para arrancar una corona, hay que cortar la cabeza de una reina". (SOMBRERO Y MISSISSIPPI, Ray Loriga)


Ahora no hay nadie. Sólo Ron está en la casa. Aunque parece no advertir mi presencia. En realidad nadie advertiría mi presencia, al entrar quise mirarme en el espejo del hall y no había reflejo alguno de mi forma. Sé que podría traspasarlo y llegar al otro lado, justo a ese lugar al que ni Amanda ni su hermano Raúl son, ahora, capaces de llegar.

He venido convocado por Amanda y sus garabatos en el cuaderno, junto a una serie de vocablos que, inconscientemente, me han gestado.

Hay más, es decir, estoy aquí por otras razones o sinrazones anidadas en los rincones de esta casa, en la maleta de Amanda, en sus cuadernos aparentemente inocentes, en la tragedia vivida por Raúl, en el callado mundo que antecede a las circunstancias actuales...

No siempre son palabras deshilachadas, algunas frases dispersas y a simple vista sin coherencia con otras, aguardan esos puentes uniendo las riberas de un cauce que podría desbordarse con las próximas lluvias.


Amanda imaginó muchas veces el infierno de Raúl, el momento dramático en que el abismo y el vacío son lo mismo, atrayendo, subyugando, mostrando la puerta falsa por la que se puede salir de la deseperación y el dolor. En alguna página de alguno de sus cuadernos escribió algo al respecto, e incluso llegó a imaginarse a ella misma sucumbiendo a la tentación de un final definitivo.

Mi átipica forma, indescifrable sobre el azogue, en oposición a la cualidad de traspasarlo y cambiar de dimensión, me proporciona otras capacidades y todas vinculadas a la desproporcionada intención de Amanda de relatarlo todo o casi todo en sus libretas, amontonadas luego sin objetivo alguno.

Y una de las cualidades que me son propias a este lado del espejo, me ha permitido deshacer una contienda consigo misma, en la que se contaba en una de esas irreparables situaciones, sólo remediables mediante el olvido, como algo que se sumerge en el agua, ocultándolo a la vista. De esa parte sumergida, le rescato lo que sigue, algo inconexo, y una cita en la ciudad de la que partió, sin la seguridad de un retorno y con el apremio que impone un acercamiento de la muerte.


“La única venganza es el reloj roto, mi amor. Lo que podría ser una calavera encima de tu mesa, mi querido 'Shakespeare enamorado', muerde el aliento de tu letra”.

Mis dotes premonitorias me dicen que en ésto, sin saberlo, como si alguien se lo hubiese dictado, Amanda se ha anticipado con su escritura y cuenta lo que aún no ha sucedido, ni en su realidad ni en sus bocetos de ficción.

Y ahora, en este momento, mientras la casa sigue en el silencio de todas las ausencias y los cuadernos reposan sus pequeñas ambiciones, voy a traspasar la lámina que no me repite y a recoger el sentimiento sumergido. Porque todo continúa...



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