viernes, 16 de abril de 2010

Mensajes que no llegan a tiempo.

“Cuando cruzaba los brazos enfadado, solo, en la habitación de invitados de mi adorable tía, daba ya muestras de estar derrotado. De vuelta hacia su casa, Cordelia ya me sabía perdido y no lo ocultaba”. (EL DESTINO DE CORDELIA, Ray Loriga)





La carta se había perdido. Además ya nadie recibe cartas, salvo de las compañías de suministros o del banco. Poco más.

Pero allí estaba esa señora, que algún día, yo casi no lo recordaba, había sido vecina en uno de los edificios en los que viví.

Durante todos estos años, la había guardado, sin saber muy bien por qué. Pensaba que las posibilidades de volver a verme eran nulas. Cuando dejé aquella casa, cambié también de ciudad.

Pero volví.

Y mi antigua vecina, se cruzó un día con una amiga que solía visitarme. Le preguntó por mí y ella le comunicó que había regresado. Le contó lo de la carta y le pidió que la acompañara a buscarla. No se perdonaría haber atesorado durante tanto tiempo un mensaje y no aprovechar la oportunidad de hacerlo llegar.

Con tono confidencial informó a mi amiga de que la carta era de un hombre.

Tengo tu carta, pues. En el remite hay una dirección en la que no sé si estarás, ha pasado demasiado tiempo. Todavía no me he atrevido a leerla.

Nunca dejarás de sorprenderme. Me abandonaste con un mensaje en el contestador, te sentías atado, y ahora vuelves en un papel que se extravió y vivió durante todo este tiempo en la casa de mi vecina.




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