domingo, 28 de junio de 2009

DIARIO VIII

08:01h- EL PASEO CON RAÚL

Al principio caminamos en silencio, a buen ritmo aunque bastante más lento que el acostumbrado en mis paseos solitarios. Rumbo a la playa, la circulación iba aumentando el cauce y los perfiles de la ciudad aclaraban sus formas. Cuando avistamos el mar entre líneas rectas –marco arquitectónico no siempre estiloso-, Raúl me miró y dijo: “Soñé con la prima Mada”.

Durante esta convalecencia de mi hermano, apenas habíamos podido apartar nuestras conversaciones de la catástrofe sentimental que lo acuciaba, a excepción del relato de algún sueño que había dejado una huella indeleble en su pensamiento. Esto, a mí, lo confieso, me causaba un efecto desconcertante, ya que debido a un incómodo acúfeno que padecía desde hacía tres años, jamás recordaba mis sueños vilmente ahogados por el intenso sonido que invadía mi cerebro.

Ya al borde de la playa, la luz del sol emergente lavaba las fachadas de los edificios, dotándoles de una aparente inocencia.

Como Raúl se quedó callado, fui yo quien le preguntó qué había soñado.

“Mada venía a buscarme, esperaba en su coche y me decía: ‘Venga, Raúl, sube o llegaremos tarde’. No sé a dónde íbamos, ella estaba muy contenta. Después, por el camino, discurríamos por una carretera entre árboles frondosos, me decía: ‘Raúl, encontré tu llave’. ‘¿Qué llave?’, le preguntaba yo, ‘no he perdido ninguna llave’. ‘Sí’, decía ella, ‘una llave antigua, oxidada, pero bonita. La llave de la puerta que tienes que cerrar’. Luego oí su voz susurrándome que me despertara: ‘Despierta, despierta, despierta...’ Y aquí estoy, paseando contigo”.

Mada había llamado a Raúl la noche anterior. No habló conmigo, tenía prisa, la estaban esperando. A través de él me hizo llegar su intención de escribirme en breve un correo electrónico.

Hacía una hora aproximadamente que caminábamos sin que mi hermano diese muestras de sentir cansancio. Al cabo de ese tiempo, y algo ensimismado, me propuso que tomáramos algo. Entramos en un bar y pedimos dos aguas minerales, que consumimos sentados en sendos taburetes de la barra.

-Estoy mejor, hermana, hoy, por primera vez, me siento mucho mejor. Gracias por estar a mi lado.

-No sabes cuánto me alegra oírte decir esto.

De regreso a casa, percibiendo a Raúl más receptivo, me atreví a contarle mi encuentro con Jorge. Más que el hecho de poder compartir con alguien las anécdotas que iban conformando mi cotidianidad –tengo amigos con quienes lo hago-, lo que realmente me reconfortaba era volver a ver en mi hermano signos, todavía mínimos, de una vuelta a la, digamos, normalidad. Me escuchó, no indagó, pero escuchó y eso no lo hacía desde que Silvia se había marchado y mucho menos desde que salió del hospital.

21:00h- Ron está tumbado a los pies de Raúl, supongo que intenta recuperar la atención de su verdadero amo, renunciando ocasionalmente a la tutoría que ejerzo y al rito de vigilar mi escritura. Volvió alegre de su paseo, se besuqueo con cuanta perrita, e incluso perrito, nos encontramos. Al entrar, corrió hacia Raúl, que lo recibió con los mimos y carantoñas desterradas en este tiempo de enfermedad y ausencia. Otro signo vital.

00:00h- Llamó Alberto, vuelve de Ibiza, quiere pasar unos días con su tío. Llegó el correo de Mada, nuestra primita pitonisa. Y tú, tú también has llamado.

Fumo. Todas las luces apagadas. Solo la claridad prestada de los edificios de enfrente.

(Voluta de esperma triste, elucubración lenta que se eleva e inserta en la interpretación del aire la cadencia del discurso interno. Noche –y noches tantas- en el exilio epidérmico: imaginación activa de inevitables proposiciones.)

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