martes, 2 de noviembre de 2010

SIN DIARIO/SIN NÚMERO (D)


Volviéndome loca. Envolviéndome en la locura de quizás un sueño. Si al menos pudiera escribirlo con mayúscula. Así: Sueño.

Porque la presencia que no se refleja en los espejos volvió con sus estipulaciones, su capacidad de incapacitar límites entre las realidades más crudas y las ficciones mejor cocidas.

¡¡Quiero dormir!!, grité. Vampi, asomó la nariz al dormitorio y me preguntó si estaba bien. Desde debajo de las sábanas le respondí que estaba perfectamente, siempre que todos se estuvieran callados. Preguntó si él también debía callarse. Sí, tú, que aún no tienes nombre, también, al menos que tengas algo importante que decir y sirva en la solución de este lío, le contesté.

Sentí cómo alguien se sentaba en el borde de mi cama. Retiré un poco la sábana, destapándo uno de mis ojos y vi a Vampi sentado, pensativo.

Si no fuese fruto de tu imaginación, diría que te estás enamorando un poquito de mí, dijo.

Me destapé, además del ojo derecho, la nariz.

Que yo sea el único que no tiene nombre y Amanda la cabecilla de la revuelta, es muy significativo.

Ay, Señor, éste me quiere psicoanalizar. Me destapé el ojo izquierdo. ¿Y qué más?, dije.

No sé, tal vez te recuerde a alguien.

Soy yo la que te ha dado voz en esta historia, ¿no lo has pensado?

Por eso mismo.

Tú no sabes lo que dices, todavía eres muy joven. Vete a la sala y a ver si te encuentras a tu Amanda y no a la del mate, ¿vale?. Llévatelos a todos, diles que no le voy a cambiar el nombre a ninguno, si no les gustan los que tienen tendrán que esperar a otra historia, es decir, a otra vida. Adiós, Vampi, encantada de conocerte.

Se levantó con cierta pereza.

Una cosa más, le dije, no te hagas ilusiones, tú también tienes o tendrás nombre y puede que no te haga ninguna gracia.

Él salió de mi habitación y por fin me dormí.

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