lunes, 26 de julio de 2010

SIN DIARIO XII


Seda. Transparente. Un velo tibio cubre el rostro de la luna, la virginal imagen de una novia en el foco de una cámara. Virginal como devoción, como una representación de algo interno, al margen del tabú. Las azoteas de Madrid ignorando esa cualidad presente en la magnánima luna. A lo lejos pasa un avión del que tan sólo se ven las luces relampagueantes, insertándose en la calurosa noche.


En el avión desde Barna a Madrid, una cuerda tensa separa el espacio entre el asiento de Amanda y el de Alberto. Las azafatas pasan con su carrito de bebidas y Alberto pide un whisky con hielo, Amanda un gin tonic. Alberto hojea el periódico y Amanda abre la novela que está leyendo. Pero no lee sino la inscripción en el bolígrafo de plata. Se acusa de inocencia y autoengaño. Lo primero que pensó fue en un regalo de empresa, Alberto tiene muchos. Sin embargo ningún obsequio de esa clase ha sido nunca tan romántico, como para grabar "Te quiero" junto a una fecha de múltiples posibles significados. Es en esa trampa en la que no quiere caer Amanda, la evidencia es suficiente, torturarse con los motivos a los que alude la fecha sería masoquismo puro. Inocencia y el autoengaño que arrastra un tiempo de evasivas, excusas, distanciamiento, incomodidad mal simulada, un pack de oferta dispuesto para el camuflaje entre años de matrimonio. Es lógico que las cosas se enfríen después de tantos años de convivencia. Y la lógica encuentra biombos chinos, detrás de los que esconder carencias acentuándose semana a semana.

Amanda comienza a aprender como atrincherarse dispuesta a pensar y pasa una página que no ha leído. Inevitablemente se pregunta cómo será ella y desde cuándo sucede. En un acceso de íntima sinceridad, también se pregunta qué le importa de verdad en la situación descubierta y por qué no se ha desquiciado ni le ha dicho nada a Alberto. Y se pregunta, como si el vuelo la predispusiera a la reflexión serena, a qué se debe ese absurdo descuido de su marido, dejando el bolígrafo entre su ropa. Suponer que no ha podido separarse del objeto por apego afectivo, le duele. Quiere creer, y tal vez sea cierto, que ha sido uno de tantos despistes de su marido. Pero, en ese caso, por qué no buscó un lugar menos accesible donde guardarlo.

Pasa otra página sin leer y mira de reojo al hombre que se sienta a su lado, intentando reconocerlo. Cierra el libro, lo deja sobre la mesita abatible y coge el gin tonic. Da un largo trago, posa de nuevo el vaso y se recuesta en el respaldo del asiento, cerrando los ojos.

Walking, walking on the moon...

No sabe de dónde sale esa canción. Mantiene los ojos cerrados. Escucha. Unos instantes suaves, aligerados de lastre. El trago de gin tonic arde en su garganta, ha olvidado pedirlo corto de ginebra. Abre los ojos, alcanza el vaso, toma otro trago y vuelve a recostarse con los ojos cerrados.

We could live together, walking on, walking on the moon...


Casi ha vaciado el vaso y algo se vacía dentro de ella. La canción sigue sonando. El calor en su garganta destensa el cuello, algo pretende descargarse y se esfuerza en asegurar las compuertas. Abre un poco los ojos y mira por la ventanilla. Un destello rojo recorre el cristal. Cierra otra vez los ojos y le extiende la mano al recuerdo, como si hallase el antídoto adecuado.

El local de antaño sustituye el interior del avión. Amanda tiene su espalda apoyada contra la pared y observa a sus amigos bailando bajo los focos de colores. Apoya su mano derecha en la pared para corregir su postura y encuentra otra mano... walking on... Fórmula espacio-tiempo, acción-reacción frustrada. Aguijones. Zumbido. ¿Qué enigma en la combinación de epidermis? La otra mano ha atrapado la mano, la eleva hasta su boca y da una suave dentellada... walking, walking on the moon... Amanda siente que ha perdido consistencia y gira, sin poder soltarse. El disparo de luz roja subraya la mirada, suspendida para siempre en el tiempo y el espacio que altera la fórmula. Todas las puertas se abren y sin embargo permanecen cerradas, porque Amanda no encuentra ninguna que facilite su huida. Sucumbe, se desliza en el interior de aquellos ojos y halla una dimensión desconocida... we could live together, walking, walking on the moon...

Desde la cabina del avión habla el comandante. Están a punto de aterrizar. El miedo la invade por completo. El calor de la ginebra se diluye poco a poco. Siente frío.


We could be together, walking on, walking on the moon... Luna novia ha dejado caer su velo sobre la azotea de Madrid, donde Amanda descalza sus zapatos de ayer y deja al aire los próximos pasos, sobre la repisa estival de la espera.



 
 

ME GUSTA

Seguidores

"Te podría contar..."




Archivo del blog