viernes, 21 de mayo de 2010

Naranjas de la China.




De Valencia, cuando no son de la China, las naranjas.


Y con la tiza tinta las sombras fijadas, todas en el muro, opaco espejo. Los pocos enseres y lo que soy agazapada, de silueta, hoy, informe, impulsados los objetos y yo misma hacia la pared blanca. Con haces blandos de ámbar anochecido, nos ha adherido la superficie blanca y nos plasma en planas sombras y no somos más que eso: recortadas penumbras chatas, dejando atrás la luz que nos traslada.


De ese modo, sin relieve palpitante, sin un estallido de brazos y aspavientos, ejerzo el arte de reptar hasta el techo, me deslizo por el suelo y es tan exiguo el espacio sometido que podrían invadir la casa, y hasta los cinco sentidos, todos los fantasmas. Mientras, creciente, igualmente plana, con su contrasentido de color, se aleja de esta atalaya, sumergida en su añil destejido, esa sombra que alumbraba los insomnios y los sueños de tanto amor desvalido.
 
 




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