sábado, 7 de agosto de 2010

SIN DIARIO XVIII


No es consciente de subir al autobús, ni de pagar. Le ha dado tiempo de ponerse las gafas antes de subir, su misión consiste en desenmascarar al "comemanos", para ello tiene que lograr sentarse a su lado. Su sospecha era vana, se siente protegida tras ese antifaz y el frío maquilla su rubor, quién puede adivinar si ese color es causado por las bajas temperaturas o por su timidez. No está demasiado convencida de creerse el cuento, pero contra todo pronóstico de su interior lo va a intentar.

Camina más segura. Al fondo, ya lo ha visto, como si aquel asiento le estuviese reservado, despliega una sonrisa sin tapujos y sin desviar su rostro hacia la ventanilla. El asiento junto al "comemanos" está vacío.

El pasillo se alarga, los nervios son tan intensos que casi superan la barrera de la máscara de sol. Por la columna vertebral siente resbalar una gotita de sudor y su frente amenaza con empañar los cristales.

Se sienta sin poder evitar el estrépito de su libro de matemáticas cayendo al suelo. El "comemanos" ni se inmuta y al agacharse a recogerlo está a punto de perder su antifaz de heroína. Antes de reincorporarse, con un movimiento ágil de su mano, coloca el complemento defensivo y se levanta. El "comemanos" la está mirando impúdicamente, lo ve por el rabillo del ojo. En su columna vertebral se ha organizado un desfile de gotitas y ella no puede articular palabra y él sólo mira.

Disimuladamente, Amanda, echa un vistazo a su pecho y comprueba que su chaquetón no se mueve con el galope insensato de su corazón. Posa sus libros y su carpeta sobre el regazo y las manos sobre ellos. Pregúntale si se acuerda de ti, se dice, pregúntaselo, vamos, venga, pregúntaselo ya cobardica, a qué esperas faltan sólo dos paradas...

Pero no puede, no le salen las palabras, su mandíbula está rígida y sus dientes tan apretados que le duelen.

El autobús arranca de la penúltima parada y la cabeza de Amanda se llena de malos presagios. Un día ya no estará en el autobús y no volveré a verle. La desilusión comienza a embargarla como si ya hubiese ocurrido. Tanto que ha olvidado la presencia a su lado, las gafas... Ha dejado de sudar y piensa, cerca ya de su parada, que ésta es una salvación y una condena al mismo tiempo.

Entonces, el "comemanos", toma de nuevo la mano de la discordia interna de Amanda y ella vuelve a notar la ligera dentellada. Lo mira, el bus para, Amanda sale corriendo hacia la puerta y bajando le sonríe.





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