lunes, 11 de mayo de 2009

¡ ZINC!

















Zinc. Ése era el sonido, ¡zinc! Caja de metal vacía. La lluvia había lustrado tejados y calles a primera hora, aunque siempre dude de cuál es la hora primera. ¡Zinc!, como la moneda en la alcancía recién estrenada, como tu nombre en el asiento vacío al otro lado de la mesa y, ahora, aquí, en este túnel. Si recordara. Si lo recordara al salir de aquí y en la sugestión serena de la tarde enamorándose del horizonte. Porque el día transcurre desde una paleta de grises al barrido insolente del sol, ocupado en fabricarse segundo a segundo. Y allí vi rostros y cuerpos metálicos, a las diez, después de la lluvia, antes de la bulliciosa costumbre del domingo lanzándose a la conquista de las calles. Y otra vez tu nombre, para inventarle una ausencia la día y a su melancólico amanecer.

Más tarde registré expositores de libros, revisé titulares de prensa, leí artículos de opinión, miré escaparates y puestos ambulantes, con la memoria presa de un sonambulismo inexplicable.

Tenía que inventarte otra vez.

¡Zinc!

Como la gota que colma el vaso, pasado ya un abril de aguas mil…

… y una noche.

* * *

(thanks)

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