Ensortijar los recuerdos en el ritmo de los paseos marítimos conocidos.
Luego, con paciencia, desgranar almanaque por almanaque y dorar los días de silencio y ausencia, para añadirlos a la mezcla feliz de todo buen momento.
Tamizar los días nublados y añadirle las gotas de sol necesarias, hasta lograr una emulsión calmante y nada tópica.
De los ramilletes de ideas prohibidas, extraer la semilla que da valor a la osadía, convirtiendo aquel acto en un privado premio y redención de traicioneros reproches lanzados por las soledades.
Y cuando el surtido de ingredientes forme un escudo de consuelo, en ese amargo instante que nos envuelve, ponerlo suavemente, con mucho cuidado, al calor del pulso, dispuestos a escucharlo.