lunes, 20 de julio de 2009

DIARIO XII - EL CHICO DE BLANCA NIEVES I


Había una vez un chico de tu edad que quería rodar un “corto”. Un cortometraje basado en una versión, escrita por él mismo, sobre el cuento de BLANCA NIEVES Y LOS SIETE ENANITOS.

El chico que era de “moral invencible”, comenzó por visitar las productoras de un listado, elaborado con datos de internet. Era absolutamente profano en el medio y no conocía suficiente gente como para intentarlo por sí mismo. Además y sobre todo, no tenía dinero, ni poco ni mucho.En la mayoría le propusieron, con la fórmula de rigor, que dejara una copia del guión, pero el chico era terco como una mula y estaba empeñado en tener una entrevista personal con el productor o productora.Infatigable, cada mañana salía de su casa con el guión en la cartera y visitaba varias productoras. El listado se había reducido considerablemente, a pesar de lo cual no se mostraba desalentado.Una mañana, despertó con fiebre y, al levantarse de la cama, se dio cuenta de que sus condiciones físicas le imponían una limitación que su entusiasmo no había logrado hasta ese momento. Decidió, entonces, llamar por teléfono a la productora correspondiente, según el plan estricto establecido en su lista. Curiosamente, le respondieron con amabilidad, sólo le hicieron esperar unos minutos, escuchando ALELUYA de Leonard Cohen, y cuando la chica que había atendido la llamada sustituyó a Leonard Cohen, fue para preguntarle si podía pasarse esa misma tarde a las 17h. Al muchacho le descendió la fiebre de la alegría y por supuesto contestó que sí, que iría encantado.Él no lo sabía, pero la insistencia y constancia de su recorrido había sembrado un reguero de rumores y bromas. Era el chico de BLANCA NIEVES.

El chico, cuyo nombre no hemos logrado averiguar aún, tal vez cuando reciba su primer Goya, que además de ser un entusiasta, había aprendido ciertas normas protocolarias, se presentó en la productora a las 16:47h. Vestía de negro y se había aplicado un gel de fijación fuerte en su melena, recogida impecablemente. También había pulido con cuidado los contornos de su barba y sus ojos brillaban como una noche estrellada, en parte por las décimas de fiebre.

A las 17h en punto lo hicieron pasar a un despacho modesto de mobiliario, repleto de libros, afiches y demás enseres complementarios de la actividad a la que se dedica su ocupante, que sonreía detrás de la mesa. El hombre de pelo revoltoso y prácticamente blanco, se levantó y le extendió su mano al tiempo que pronunciaba su nombre. Le hizo seña al muchacho de que tomara asiento. “Así que tú eres el chico de Blanca Nieves”, le dijo. “Bueno, dicho así, parece que yo fuera uno de los enanos”, contestó el chico con una amplia sonrisa.

Durante una hora conversaron animados. En primer lugar el chico explicó de qué trataba su proyecto. El productor dijo que, en principio, estaba interesado el menos en echarle un vistazo al guión y calibrar las posibilidades e ponerlo en marcha. El muchacho le entregó una copia y luego se estableció entre ellos, un diálogo variado con relación a la producción y dirección, así como redacción de guiones. Después se despidieron con cierta complicidad adquirida durante la entrevista. Ambos sintieron que fluía una especie de energía positiva entre los dos.

Justo antes de que el chico saliera del despacho, el productor le preguntó:

-¿Hasta qué punto serías flexible en cuanto a rectificaciones o posibles modificaciones en tu guión?

-Sería cuestión de hablarlo, es algo que todavía no me había planteado.

--Muy bien. Te llamaré en cuanto pueda decirte algo.

El “chico de Blanca Nieves” bajó las escaleras hacia la calle en una carrera de felicidad. “El sol, don Lorenzo”, pensó, “ha alfombrado las calles para mí”. Y por primera vez, desde que había participado en los campeonatos de atletismo del colegio y ganado el primer premio en “relevos”, se sentía importante. Era una importancia envuelta en incertidumbre y colmada de expectativa, que le aportaba una dosis extra de energía.

El productor por su parte, cuando esa noche llegó a su casa después de haber cenado una ensalada en un restaurante cercano a la productora, se sirvió una copa de “White Horse” y puso las “Cuatro Estaciones” de Vivaldi. Un vicio que jamás pudo evitar, cuando de leer guiones de novatos se trataba: el White Horse y las Cuatro Estaciones. Comprendió también que la curiosidad le había superado, antes de recibir al chico en su despacho y todavía más después de hablar con él.



El reloj sobrepasaba el límite prudencial de la medianoche, cuando sonó una carcajada. “Este chico está dotado para la comedia”, comentó en voz alta el productor”, como suelen hacer las personas que viven solas, hablando con el aire de vez en cuando. “Porrraorrra, porrraorrra, porrraorrra...”, se oyó la voz de la cotorra desde la jaula, que él había olvidado tapar, evitando intromisiones sonoras inoportunas del ave. Se levantó y tapó la jaula.

El “chico de Blanca Nieves”, discreto y precavido, no dijo nada a nadie y se dispuso a esperar acontecimientos.

Cinco días más tarde, el productor volvió a citar al chico. No le adelantó nada por teléfono, el chico sintió un hormigueo en la nuca, símbolo de incógnita y nerviosismo, como si le estuvieran rasurando con maquinilla, y se preparó para afrontar lo que fuera con el mejor ánimo, prometió no venirse abajo dijera lo que dijera el productor. Volvió a vestirse de negro y a sujetar su melena con la ayuda de su gel extra fuerte, y, esta vez, también se puso su anillo de plata en forma de calavera y el pendiente de diamante, comprado en Tiffanys, que le había regalado su padrino al cumplir la mayoría de edad.

Esa tarde-noche, el muchacho estaba sentado frente a un refresco, en una mesa de madera de su café favorito, reflexionando sobre lo ocurrido en la productora:

1. Tenía el dinero para poner su proyecto en marcha.
2. Tenía una ayudante de producción misteriosa, que se pondría en contacto con él al día siguiente y que, al parecer, era polivalente: se encargaría con él de localizaciones, formación del equipo técnico, etc.
3. Y tenía que ajustarse a un presupuesto que le obligaba a reducir los personajes a tres, los exteriores a ninguno y, como consecuencia, a cambiar de forma radical el guión.

“Yo lo haría sobre la marcha”, le había aconsejado el productor, sonriendo paternalmente. “No te preocupes, por lo que he deducido de tu guión, lograrás hacerlo con esa pasta. Andrea te será de gran ayuda, no lo dudes”, había añadido jovial.

Sin embargo, él, de pronto, se sentía desorientado, no desanimado sino desorientado.

Esa noche durmió poco. A las seis de la mañana estaba tomando café, a las siete estaba completamente vestido, revisando en su portátil el guión. “Tres personajes”, se dijo. “¿Cómo narices voy a adaptar una historia, que es por lo menos para once, a sólo tres personajes?”. “¿Voces en off? ¿Imágenes fijas, fotografías, dibujos...?”

Se hizo muchas preguntas y no encontraba ninguna respuesta que le ayudase.

A las 8h sonó su móvil.

“Hola, soy Andrea. Octavio ya me puso en antecedentes de lo tuyo, chaval. Encantadísima de currar contigo. Me flipó tu historia, tío. No sé cómo se te ha podido ocurrir una versión tan cachonda de ese cuento tan cursi. Claro que tenemos que apañarnos con tu imaginación y mi experiencia en economía de recursos para que puedas rodarlo. Pero tú no te asustes, colega, ya verás cómo lo sacamos adelante Supongo que estarás deseando empezar, así que si te parece podemos quedar a las 9h en un bar donde ponen unas porras de tamaño gigante, tú no tienes hambre, yo tengo un hambre que me muero. De ahí nos vamos al lugar donde podemos empezar. El sitio no es el Palacio Real, pero tiene su encanto, ya te contaré una leyenda que le atribuyen algunos. Es la primera localización, tampoco habrá muchas más, por lo que me ha explicado Octavio, jajajajaja... Te acabará gustando, lo sé, es estimulante para un tipo como tú que tiene tanta imaginación. El apartamento que te voy a mostrar lo conozco desde hace tiempo y, en cuanto leí tu historia, con las reducciones que tendrás que hacer en función de la pasta, se me ocurrió que podía ser el lugar ideal. Esto va así, tío, cuando te hayan dado un Oscar ya cambiará, jajajajajajaja..., pero mientras tanto... ¿A ti los poltergeist te amilanan? Bueno, jajajajajaja..., tranquilo, no me contestes ahora, nos vemos en un rato y hablamos. Toma nota de la dirección...”

Andrea casi no había respirado durante la llamada. Lo dijo todo como si disparara a una diana. Cuando colgó, le mandó una foto suya al móvil, en la que se la veía risueña, guiñando un ojo, más joven de lo que había calculado, con mechas de colores imposibles dispersas en su melena, apoyada en un semáforo con la luz en verde.

(21:00h- Acepté tu propuesta y aquí estoy, en la terraza de mi casa en Madrid, esperándote. Me he puesto aquel vestido tan caro que aún no había estrenado y logré maquillarme adecuadamente, después de tanto tiempo sin hacerlo. Raúl y Alberto insistieron tanto en que viniera, incluso fingieron un enfado. Llegué esta mañana y estuve escribiendo hasta la hora en que fui a comer con Lucía y Charly. Le prometí a mi hijo que volvería con el cuento terminado, y lo cierto es que me he entusiasmado con la idea. Con Mada, mi prima pitonisa, he quedado mañana. Faltan veinte minutos para que pases a buscarme y veinte años para que reencuentre entre mis recuerdos esta sensación tan extraña.





“La linde que contemplo, abrazada a los colores del regalo atardecer, posee el nombre de un equilibrista arriesgado. Ya ha tragado su moneda de la suerte y exhala la canción de un verano que hizo un ramillete de cuentos con nombres y ciudades dispares. Como si la lengua de la ficción hubiese encontrado la pócima mágica, escondida en el interior de la lámpara que ya no le “servía” al genio. Y me brinda la imagen clara de un pentagrama, construido con azoteas solidarias en las noches de maullidos interiores y campanas silenciosas al vuelo de las mariposas que renacen en la aurora. Creo que sí...”)


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