"Con Eduardo y Saul, no comparto más que el territorio de la farsa, cierta camaradería insincera y mucho, muchísimo vino. De sus motivos para querer a Cordelia sólo diré que son menores que los míos y que carecen de importancia. Ese es al menos el privilegio al que me obliga mi propio juicio. Un hombre no ha nacido para considerar las razones de otros en asuntos de amor. La política puede permitirse ciertos lujos que el deseo por imperfecto que sea, tiene derecho a ignorar". (EL DESTINO DE CORDELIA, Ray Loriga)
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Qué razones podría alegar en favor de un amor que juega con mi tiempo menos severo y aún en la inverosímil esencia me alegra, a pesar de los encadenamientos cotidianos. No hay ninguna y de contarlo tal y como existe sin ser, es tal sinsentido, que en el catálogo extenso de locuras clasificadas oficialmente, tendría oportunidad de alojarme en muchas de ellas.
La morada ficticia y el silencio son el alma de esta noche, lunática a propósito y con el fin absurdo de componer un entusiasmo entre las dunas de ese desierto lecho, presidido por la esfera blanca sin segunderos ni códigos numéricos.
Bebo el apodo cariñoso contra la luz blanca. Y más tarde daré la mano onírica a la forma en que se traduce el sentimiento.
Desvelo, duermo y no sueño rebelarme.