domingo, 18 de julio de 2010

SIN DIARIO VIII


Amanda se piensa en la sensación rescatada, como si hubiese salvado a un niño de un incendio. El suelo de la terraza quema los tacones y los pasos no dados, el calor aplasta contra el cielo cualquier sospecha de muerte . Una mano roza otra mano y de pronto los dientes del pasado hacen vibrar las botas sobre los vaqueros. Una fuerza oculta, tal vez en el centro de la tierra, horada suavemente las suelas, cuando a la luna le nace aquella profunda mirada de la noche. Desde algún sitio acude la proposición: caminemos sobre la luna. Y el reloj sólo espera el beso.


Porque la noche de aquel viernes que agotaba el verano, Amanda, extendida sobre su cama discutía dulcemente consigo misma el desorden sufrido. Suma y resta se equilibraban en el desequilibrio de sus emociones. Los dedos de aquella mano y la mirada. Su mano entre los dientes de la silenciosa arrogancia. Y sus defensas, su chaleco antibalas, su látigo verbal, su virtuosidad en la huida, todas sus excusas, sin ella, suspendida de los desconocidos ojos, que la habían dejado en la vigilia, en un pasadizo secreto hasta entonces.

-No puede ser que sólo eso te haya dejado tan colgada de ese tipo.

Teresa, con su lógica, abría una brecha inútil en una realidad que ya no le pertenecía. Sólo eso era un millón de alfileres clavándose de arriba a abajo en todo su cuerpo y un enigmático código, capaz de eludir durante minutos eternos la palabra, trasladándola al sitio que prescinde de todo entorno y almacena la huella imborrable.


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