martes, 7 de septiembre de 2010

SIN DIARIO XXXV


Primer peldaño, descenso.

El día alargó su brazo en mecánicos movimientos, respuestas automáticas, los habituales gestos tantas veces repetidos que se ejecutan sin pensar.

El niño duerme y Amanda fuma un cigarrillo a solas en la terraza.

El teléfono suena a las 22h, Alberto llama desde Londres. Está cansado, el día ha sido agotador. Y Amanda puede imaginárselo ciertamente agotador. La cama del hotel revuelta. Ella en la ducha. O quizás él llame desde el hall y ella esté arreglándose en la habitación. Durante un instante, juega con la tentación de arruinarle el viaje, decirle que los ha visto y sabe que no está solo en Londres. Sin embargo, deja que hable y ante la imposibilidad de contestarle con naturalidad, le dice que no se encuentra bien, que se acostará enseguida, el niño está bien, ha disfrutado mucho con los abuelos y ha preguntado por él antes de dormirse.

Cuelgan y entre los hilos, sobre los que se trasladan las palabras, anida el eco falso.

Amanda contempla la casa, pasea y vuelve a sentarse. Piensa en muebles dejando huella de su tiempo, instalados para una vida, y en muebles bajo telas blancas a la espera de una decisión.

Recorre con su pensamiento los cajones que nunca se ordenan, cajones sin contenido definido, en los que se encuentra a veces una razón o una respuesta inesperada. Contenido inocente y contenido culpable.

Y regresa a los cuerpos en la distancia, a la piel de su marido bajo las caricias de esas otras manos.

Encuentra sin querer otras manos también sobre la piel que tuvo.

Segundo peldaño, descenso y sinceridad.

Es doloroso, no el dolor descargado a la orilla del mar, con aquella inocencia, es diferente.



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