sábado, 24 de abril de 2010

Distancias...


“La visita, en una mañana lluviosa y madrileña, a esta exposición, lluviosa y extranjera, me lleva de vuelta al valor que tienen las cosas a pesar de nosostros, contra nosotros, sin nosotros. A la belleza objetiva, al tiempo de lo ajeno, a las ciudades que amamos sin conocer y que después de haber conocido podemos seguir amando siempre que seamos capaces de ignorar nuestra presencia, de borrar nuestaras huellas, de acabar de una vez por todas con la tiranía de nuestros recuerdos”. (DÍAS AÚN MÁS EXTRAÑOS, La ciudad y las nubes, Ray Loriga)


* * *

… es en la distancia donde reside el calibre exacto de la piel, la cercanía -primer plano- revoluciona la percepción con su exigente carga de presencia y obligatoriedad de vivir. Lo amado pierde la contundencia que realmente tiene, difuminándose en los conflictos cotidianos, como cuando te acercas a un cuadro de Van Gogh, sus delirantes pinceladas desvirtúan el conjunto y su resultado, al alejarse unos pasos.

De vez en cuando calzada con la nostalgia, y sólo por prescripción facultativa, visito la ciudad en la que vivo, como si no viviera en ella, teniendo en cuenta la añoranza sentida en la lejanía, y esa amalgama me permite contemplarla con el asombro que su belleza merece.


De vez en cuando miro debajo de mi sombrero, sin pudores infantiles, y miro a aquellos que amé y me amaron, borro la lista de agravios de algún suceso indigno de mención y declaro que mi vida también fue eso, porque sería inútil renunciar a ello, soy, con todo lo vivido.

De vez en cuando, armada de una ilusión casi infantil, asaltada por un pudor impropio de mi estatura actual, desnudo la forma de un amor nuevo y le regalo caricias secretas.

Y de vez en cuando me distancio, sólo lo suficiente para que el hechizo no se difumine.



Un día más o un día menos


Pasos perdidos en la estantería. Las muñecas rusas pasean de mayor a menor sobre las cornisas de la madrugada que comienza. Turno de seguir. Turno de repasar los títulos. El día fue ascendiendo y descendiendo sobre las ondas del silencio, la ausencia y el nombre del poeta. Era otro día, éste alquilaba trajes de ayer y miraba su aspecto en el espejo de la puerta del ropero. El café llegó tarde, tras una larga siesta desvirtuada y de borrosos sueños. Al despertar ya no estaba el diario de los conflictos, ni los asuntos del escritorio tenían importancia. Sólo ese latido de páginas poniéndome una blusa fresca, de mangas dispuestas a un abrazo que permanece en el aire...

Presentir. Postsentir. ¿Cuándo y qué sentir?

En el centro, en el instante dicho a la nada que escucha.

El cielo de esta madrugada parece despejado, sin embargo revolotea entre las antenas una confusa ambición de permanencia, como un juego dictado por dioses falsos.

No veo al hombre desnudo sino sus frases en boca de otro, como un Cyrano altivo, que sabiendo el final de la obra, sale del escenario y vaga por los callejones de otro barrio. Todos los actores conocen el juego menos la marioneta cautiva...

Miro mis uñas y sé que he arañado todos los pasadizos de la carencia onírica. He de consolarme de todos modos con un destino de sartenes y escobas, ajuar de morada catacumba. Y es por eso que la ilusión se disfraza, decae con la ropa diaria y retorna a los símbolos de aquel pulso independiente.

La trampa está abierta y el corazón cerrado.



(Me arrodillo, junto las manos y suplico a ese cielo abierto sobre una ciudad que miente.) 





 

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