“La visita, en una mañana lluviosa y madrileña, a esta exposición, lluviosa y extranjera, me lleva de vuelta al valor que tienen las cosas a pesar de nosostros, contra nosotros, sin nosotros. A la belleza objetiva, al tiempo de lo ajeno, a las ciudades que amamos sin conocer y que después de haber conocido podemos seguir amando siempre que seamos capaces de ignorar nuestra presencia, de borrar nuestaras huellas, de acabar de una vez por todas con la tiranía de nuestros recuerdos”. (DÍAS AÚN MÁS EXTRAÑOS, La ciudad y las nubes, Ray Loriga)
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De vez en cuando calzada con la nostalgia, y sólo por prescripción facultativa, visito la ciudad en la que vivo, como si no viviera en ella, teniendo en cuenta la añoranza sentida en la lejanía, y esa amalgama me permite contemplarla con el asombro que su belleza merece.
De vez en cuando miro debajo de mi sombrero, sin pudores infantiles, y miro a aquellos que amé y me amaron, borro la lista de agravios de algún suceso indigno de mención y declaro que mi vida también fue eso, porque sería inútil renunciar a ello, soy, con todo lo vivido.
De vez en cuando, armada de una ilusión casi infantil, asaltada por un pudor impropio de mi estatura actual, desnudo la forma de un amor nuevo y le regalo caricias secretas.
Y de vez en cuando me distancio, sólo lo suficiente para que el hechizo no se difumine.