jueves, 16 de diciembre de 2010

SIN DIARIO Y SIN NADA.




Esta noche no sé qué pasa, es como si no estuviera, como si me hubiese vuelto nebulosa o voluta de humo descendente -cosa nada fácil, por cierto-, pero siento que algo de mí se evapora.

No hay nadie. Los personajes se durmieron, a lo mejor es que van a hibernar, no me advirtieron de que tus propios personajes pueden decidir hibernar y listo. Esto me joroba.
Les he llamado varias veces, llamé al teléfono de la “esperanza” y nada. Me dicen que no tienen ni idea de ese tipo de problemas, que acuda a algún centro de salud mental. Les digo que mis personajes estaban completamente cuerdos, qué me podrían resolver allí. 
 
Lo he intentado con telepatía y ha resultado inútil, me afectó la teleapatía, ninguna conexión con ellos.

Estoy desolada, qué voy a hacer sin ellos, cómo conciliar el Sueño sin esos fantasmines rondando alrededor del lecho.

Si alguien tiene alguna pista, por favor póngase en contacto conmigo. Es realmente urgente, cuestión de vida o muerte.

Stop.

 (Esto lo vi en un hospital, no recuerdo si era electroencefalograma o electrocardiograma)

P.D.: Sé que como telegrama es más largo de lo habitual y me va a costar una pasta. Lo siento, soy insolvente.



miércoles, 8 de diciembre de 2010

L (50)



Me había puesto tu jersey azul, tu olor, las reminiscencias de nuestra adolescencia estimuladas a través de mi olfato. Te escuchaba sin poder evitar un ligero temblor, a pesar de no sentir frío ya.

Las cosas no han sido fáciles. Aún así aproveché estos años estudiando y preparando sin saberlo el futuro que comienza mañana. El niño fue creciendo, guapo, encantador, tierno, cariñoso y sin ningún rasgo parecido ni a su madre ni a mí. Tuve el presentimiento de que el niño no era hijo mío y hablé con su madre. Ella, decía que era mío, que no podía ser de otra forma. No pretendía engañarme, sus padres la obligaron a confesar. El miedo, la juventud, la inexperiencia y la verguenza hicieron el resto. Cada cierto tiempo y en la medida que el niño cambiaba, mi sospecha crecía. Ella no mintió, había tenido relaciones con otro, pero las fechas no coincidían. Insistí en que debíamos hacer una prueba de ADN. Ella estaba tan segura que no se negó. El resultado es el que te estás imaginando, he sido padre, durante todos estos años, de un chico que no es mío. ¿Complicado, verdad?

Mucho, dije, supongo que emocionalmente has pasado por un momento muy duro, el niño no es culpable de nada.

No, no lo es. Y el padre verdadero, la trama infernal del destino, está muerto. Como mi padre, se mató en un accidente de coche, iba borracho como una cuba. Hay más, a su madre, cuando el niño nació, los médicos le comentaron que no parecía ochomesino, sino un bebé nacido a los nueve meses. De todo esto se olvidó. Al parecer en el primer mes de embarazo tuvo su menstruación, es decir, que cuando yo estuve con ella ya estaba embarazada. Un equívoco que truncó mi vida, la suya, y creo que la tuya también, al menos de alguna manera te afectó.

Me afectó tanto que no te lo puedes ni imaginar.

¿Estás enamorada de Alberto?

Creo que estoy embarazada.

Me miraste, sonreíste con amargura y me explicaste que necesitabas verme antes de partir. Debías recoger el extremo del hilo perdido hacía diez años, porque ahora iniciabas un nuevo camino.



lunes, 6 de diciembre de 2010

XLIX




Me abrió el despropósito en tu rostro, la pose decaída y una mal esbozada sonrisa, rodeada por el descuido de tu barba. El apartamento estaba helado y olía a perro muerto. Había ceniceros llenos de colillas por todas partes, platos medio llenos de comida, botellas vacías dispuestas a rodar en cualquier momento hacia el precipicio de la imagen que contemplaba. Tengo frío, te dije, y fuiste hacia un camastro en la esquina de la habitación, sacaste una maleta de debajo, la abriste y cogiste un jersey azul. Es lo mejor y lo más limpio que tengo, dijiste al dármelo.

No contestaste a ninguna de mis cartas, luego te mudaste y durante un tiempo te perdí la pista. Creí que era lo mejor, Vampi, no podía soportar la situación, mantener contacto contigo, hubiese resultado muy doloroso para mí. Me cambié de casa cuando Alberto y yo nos casamos. ¿Y qué tal?, preguntaste, en un tono desafiante y dolorido al tiempo. ¿Qué tal tú?, te respondí, desenvainando el tono al que me inducía el tuyo. No éramos culpables ni tú ni yo, y sin embargo, había cierto rencor indefinido.

Me separé, dijiste a bocajarro, y me voy del país por un tiempo. La idea anterior fue el suicidio, una estupidez. Pensándolo mejor, coincidiendo con una oportunidad inesperada, acepté una propuesta de trabajo. En estos años, he sido todo lo buen padre que pude y el compañero que dadas las circunstancias podía ser. No hubo amor, respeto y algo de cariño, el niño nos unió. Seguiré en contacto con él, al fin al cabo, de alguna manera es mi hijo y soy el único padre que conoce.




martes, 30 de noviembre de 2010

XLVIII



23:00h- Alberto se ha ido, creo que definitivamente, en el fondo ambos lo sabemos. Nos pesa y nos cuesta admitirlo.

Es el primer día que el pequeño y yo estamos solos. La mañana me partió el corazón. Albertito jugaba a buscar a su padre, algunos días él se escondía y el niño buscaba en los sitios más inverosímiles. Esta vez no ha sido un juego. Reprimiendo la tristeza y el llanto le mentí, a los niños, a veces, no queda más remedio que mentirles, hasta que estén preparados para la verdad.

He pedido un mes de vacaciones sin sueldo en el trabajo, quiero paliar de algún modo lo que supondrá la ausencia de su padre. Sé que no es lo mismo, es lo único que se me ocurre. A lo largo de este mes, quizá se resuelva la situación.

Anoche recuperé la olvidada costumbre del diario, me ayuda a comprender y me acerca a lo más recóndito, a lo más oculto de mis emociones.

Aparece V. El celuloide guardado gira delante de mis ojos y muestra imágenes habitualmente ignoradas. No es que haya extrañado la presencia hace tiempo perdida.

Teresa te mencionó el otro día. No se lo conté, nunca supe hasta dónde estaba autorizada a divulgar tu secreto. Nunca supe tampoco cómo me localizaste en aquella ocasión, hilos misteriosos como flecos de algo inacabado. Fue tu hermana quien me llamó: "V está mal, le gustaría verte". Y sin pensarlo fui, apenas colgué el teléfono.

Ya no estás abuela. ¿Estoy yo? ¿Por qué viene otra vez el mar a ahogarme, con su recuerdo pulido? Me tiembla el pulso y no sé si salgo a la calle o al túnel en el que aún estoy.


domingo, 28 de noviembre de 2010

XLVII



04:00h- Tictactictactictactictac...

Abuela, me dejaste un corazón enorme de metal. Desde la cómoda, bajo un punto de luz tan pequeño como misterioso en su procedencia, emite sus esforzados latidos. El reloj de V en una muñeca de porcelana. La muñeca reparada, de cabeza fracturada, que también guardas en el bául junto a las pastillas. ¿Has visto, todavía tengo la muñeca que rompiste cuando eras pequeña? Perdóname, muñeca sin nombre de mirada inmutable, si hubiese sabido cuánto duele que te rompan, habría tenido más cuidado.

Salgo al pasillo frío, con el camisón blanco de franela que me prestó la abuela. Dice que mis pijamas de algodón frío no abrigan nada. Su ternura me condena a desenroscarme varias veces en la noche, cuando ya no puedo dar otra vuelta en la pesadilla.

Fantasma en dirección a la cocina. La sombra tiene sed, ha derramado tanta agua... El pasillo no está silencioso, un habitante sonoro lo puebla, el leve ronquido de la abuela. Un único signo de vida, la soledad es por ello más contundente. Como el tictactictac del viejo despertador.

Este frío intenso, la blancura de los azulejos, la luz fluorescente y el maltratado diario con un vaso de agua. Casi viva, en este simulacro de depósito de cadáveres y su asepsia.

Hoy quise ahogar todas las palabras que te recuerdan. La rotonda del paseo era nuestra plaza y su patíbulo. Desde el escaparate de aquella acera, donde me abrazaste para deshacer todos los abrazos pendientes, me mira el maniquí de labios carnosos y entreabiertos a punto de decirme que no es verdad ese día, que ese calendario era falso, que busquemos el verdadero... Pero el maniquí que me miraba desde su escaparate no dijo nada y tuvimos que someternos al calendario falso.

De pronto, como si el látigo de los dioses marinos se agitase iracundo, las olas fustigan a las rocas y casi alcanzan a la barandilla. La línea del horizonte se tambalea y me caigo, con el diario abierto y un discurso de lágrimas mudas. Este dolor no vale de nada. Alrededor todo sigue. Las parejas, que no somos nosotros, continúan besándose a pesar de todo. Tan sólo nuestro pequeño mundo se ha partido en mil pedazos.

Y yo que lamentaba el despiste suicida de una mosca, maldije al retoño de tus juegos con rabia y espuma entre mis labios. No me conocías y jugabas al deseo en la fiesta. Nadie habló, hasta que fuiste una parte de mí, hasta que la separación significó mutilamiento. Las continuas exigencias provocaron la confesión de la madre, el niño que amamanta es tuyo, dijo, y vinieron a buscarte. Y a ti los niños te derriten el alma, no soportarías su desamparo enturbiando tu vida.

No podré conformarme ni consolarme con las cartas prometidas. El niño que paseará de tu mano, quizá no merezca la mentira de un sentimiento que se mantiene a través de correo ordinario.



 
 

sábado, 27 de noviembre de 2010

XLVI



03:00h- O'clock. ¡Oh, cloc!

El pez hambriento muere. Ha desvestido sus escamas sobre la noche y la luna, me despierta clavándome sus espinas donde antes anidaban aves. Pez agallas. Debo tenerlas, dicen. Y a cal y canto, encierro la destreza y miro, sólo miro, cómo el pez expulsa las burbujas de las horas. La oscuridad, líquido amniótico. No quiero nacer de nuevo, sabiendo que no estarán tus brazos.

Ella siempre ha respetado estos silentes renglones en cautiverio. Ella sabe qué es estar rota y golpea despacito, con nudillos de algodón, en la puerta, para no asustar la brizna de vida. Muchas veces no le respondo, como si estuviera dormida en el lecho más lejano, ella sabe que no es así. Y diluye la insistencia, aleja sus zapatillas con su diminuto cuerpo, hasta que toma las armas del menaje en la cocina, haciendo llegar a mi cueva subterránea una señal de continuidad que aún no puedo permitirme.

Dice que he crecido mucho en estos dos meses y me mide contra una pared de recuerdos de mi infancia. Dice que mi voz es como la de una mujer, diciendo adiós desde el muelle al barco infantil.

Y yo sigo mondándome la piel de escarcha que dejó tu adiós y tus lágrimas, sin la capacidad de pronunciarte. Porque tu nombre llega siempre en un sobre lacrado y nadie se atreve a abrirlo. Sólo la madrugada desierta juega con murmullos interiores y dibuja claridades transparentes en la vigilia negra del cuarto. Eres agua escurriéndose desde dos vértices que ya no pueden verte.

Mi sigilosa abuela ha trazado un plan de paseos y fruta fresca, de verduras y legumbres. Lo explica fervorosamente atenta a los precios, mientras revisa los cajones en el mercado, a veces acompañada por mi sombra. Dice que a mi edad no se toman medicinas, ha guardado las pastillas que me recetaron en un baúl y después pasó la llave. A tu madre no le digas nada. Si no le digo nada a nadie, abuela. Bueno, ya sé que últimamente no hablas mucho, sólo escribes y escribes, como si le debieras carta al diablo. El aire del mar te hará bien. Quieres que te acompañe, hoy está muy sereno, como si le hubieran pasado la plancha. No discute mi gesto negativo, ni mi gorra hasta las cejas, ni la bufanda por encima de la nariz, ni las gafas oscuras que me pongo antes de salir sola.

El pez intenta respirar fuera del agua y trata de creer que la noche oscura es un océano. Se propone una ruta de transatlántico, una huida del caparazón apretado y solitario.

 
Te juré que me moría y lamento faltar a mi palabra, mientras escribo que quien nos prohibió el retorno es un asesino. En la plaza bendita, en la plaza maldita. Cara y cruz de la moneda que se nos oxidó entre las manos.
 
 

jueves, 25 de noviembre de 2010

XLV


Bajo el reflejo de la luna, los balcones muestran sus sedientas bocas. Insomnio en las ventanas del estío.

Amanda descalza de nuevo sus pies y piensa en llaves. La llave que la encerró aquel otoño. Y duele. Busca un punto de color entre los parpadeos dorados del horizonte. Deposita aquel dolor sobre su regazo, como si fuera un niño perdido que necesita consuelo. Y las llaves que imagina, la simbología de las mismas, tienen ahora su poder renovado.

Vampi, llegó aquel día triste y sin lluvia, plagado de plomo, con el rostro de una máscara herida, el gesto que no había visto hasta entonces. Se quitó las gafas, descubriendo una mirada torturada y la abrazó con desesperación y llanto.

Noticia y desgarro. Amanda siente la fractura de aquel tiempo, el instante desarmado por un destino burlón. Seca las lágrimas del niño perdido y pasea descalza sobre el enlosado tibio. El suelo parece que lastima, los pasos se tornan nerviosos.

Vampi se despide y desde las azoteas aúlla el animal acorralado durante todos esos años. La joven Amanda enmudece y gira vertiginosamente hacia el centro del infierno, mientras las lágrimas de Vampi se posan sobre su hombro, como una legión de ángeles muertos. No sabe. No oye. No ve. No es. Entre sus brazos comienza a contraerse en la amargura y se quiebra.

Recorre la distancia que la separa de la mesa y coge un cigarrillo.

Después están sentados en la plaza, la misma que los vio besarse por primera vez y ella se pregunta cómo llegaron hasta allí. La gente pasa, pasean por una ciudad ajena a la tristeza de ellos. Vampi es congoja y cansancio, el llanto le ha agotado. Ella siente que sus arterias se petrifican. Él suplica que le diga algo. Ella tiene una boca vacía, las palabras que eran suyas, de ambos, han sido sustituidas por un puñado de arena y todo lo que podría decir se almacena en algún rincón al que no llega, mientras las tenazas del espanto destrozan su garganta. Necesito llorar, Vampi, dice ahogándose, en un susurro, pero no puedo, me muero, te juro que me muero.


En la plaza, el tejido minucioso de la muerte. Y piensa Amanda, que es allí donde quizás resida la resurrección.

domingo, 21 de noviembre de 2010

XLIV


Llovía como si hubieran hecho agujeritos con un alfiler en el cielo nublado . El autobús iba lleno, pero su asiento no estaba libre y el de Vampi estaba ocupado por un señor con boina y bigote. Sorteando espaldas, bolsos, mochilas..., encontró a Vampi cerca de la puerta de bajada.

Aquí no se puede respirar. ¿Nos bajamos en la próxima y cogemos el siguiente? De acuerdo, toca el timbre, lo tienes detrás de ti.

Esta noche soñé contigo, le dijo ella, mientras bajaban. ¿Y cuándo me lo vas a contar? Ahora. ¿No tienes clase? Hoy no. Perfecto, una mañana de lluvia con un sueño por delante, vamos a tomar un café con porras.

Se apearon de la mano, como quien se baja de una barca que surca un río aburrido. Sin paraguas, desafiaron los hilos de lluvia persistente y a tramos de inquietud corrieron y caminaron, cuando sin resuello se miraban y reían.

Entraron en un café con mesas de madera y mármol, donde los cristales estaban empañados y al sentarse contemplaron en silencio, recuperando el ritmo de la respiración, las formas difuminadas al otro lado del ventanal. Amanda pidió dos cafés y una de porras para los dos, desde la mesa.

Pareces contenta.

Tú también.

Lo estoy y estoy impaciente por oír tu sueño.

¿Y tú soñaste conmigo?

Esta noche no.

Amanda pareció decepcionada. Su rostro se ensombreció levemente. Dirigió su mirada hacia el camarero que venía con los cafés y las porras.

Ahí va, te lo cuento. Me quedé dormida después de leer la nota que escribiste en la servilleta, pensando en por qué me pedías que si no soñaba inventara. Con la luz apagada, intenté imaginar algo fantástico, no quería decepcionarte, no sabía si preferías algo así o algo relacionado con el suspense. En realidad, aunque no sea real, la que estaba en suspense era yo. Más bien en suspenso, para empezar. Me vino una imagen de caparazones de tortugas gigantes, no sé por qué. Recordé la pared en la que nos apoyábamos aquella noche, la del mordisco, jajajaja... Y regresaban los caparazones de tortugas gigantes, con esos dibujos atractivos y la sensación de que pesan demasiado para sostenerse a flote en el agua.

¿Te enfadarías si te dijera que me estás poniendo un poco nervioso?

Sí.

Vale, sigue con las tortugas.

¿No te gustan las tortugas?

Vampi extiende la porra que sostiene en su mano hacia la boca de Amanda. Ella muerde y mastica.

No tengo nada en contra de las tortugas.

Bueno sigo. ¿Sigo?

Sigue, por favor.

Pensando en todas esas cosas, y en que no había escrito nada en mi diario, me dormí.

¡Ah, tienes un diario!

Sí, me lo regaló mi prima Mada en mi cumpleaños.

No recuerdo cómo empezaba el sueño, sólo una parte. Estaba leyendo un libro raro, estaba escrito al revés y tenía que leerlo frente a un espejo. Me veía en él mientras leía. Entonces el libro desaparecía y me quedaba mirando las palmas de mis manos extendidas. En cada una tenía un ojo. Tapaba mis ojos con mis manos y aparecías tú. Me decías: "Tú no te llamas Amanda". Te contestaba que ya lo sabía. Estábamos en otro lugar, un lugar desconocido. Yo te preguntaba cómo habíamos llegado allí. Y tú me decías: "Lo que no sé es cómo hemos ido a otro sitio". Me destapaba los ojos y dejaba de verte, estaba de nuevo frente al espejo con el libro entre las manos, pero el libro ya no estaba escrito al revés. Seguía leyendo y se me cerraban los ojos, como cuando estás quedándote dormida sin darte cuenta. Tú me dabas la mano y caminábamos hacia una plaza. En el centro de la plaza había un banco de color blanco y en él estaba mi carpeta. Cogía la carpeta y apuntaba tu nombre.

¿Vampi?

No, otro. Y después el nombre de otros que iban apareciendo en la plaza. Tú te sentabas y mirabas cómo iba escribiendo los nombres de los que venían. Cuando todos se fueron, me senté a tu lado. Y tú decías: "Sé el nombre que me has puesto y no me hace ninguna gracia".

¿Qué nombre me pusiste?

Me dijiste que ya lo sabías, tú estabas allí.

¡Qué graciosa!





lunes, 15 de noviembre de 2010

XLIII


Amanda y Teresa están sentadas en la escalera delante del Instituto. Amanda le cuenta a su amiga la conversación que mantuvo con Vampi en la que le confesó la muerte de su padre y su borrachera en el mismo bar donde estuvieron.


O sea, que es un "desconchado", dice Teresa, estirando una de sus botas y alisando sus vaqueros. ¿Un "desconchado"? Sí, tía, como las paredes, cuando se le afloja la pintura. Unos nos desconchamos antes y otros después, él se desconchó antes por lo de su viejo. Eso me recuerda al mío.


Siempre me llamó la atención que el asiento estuviese libre, hasta que el otro día le vi escondiendo algo en el bolsillo. Una caca de plástico, sí, una caca de plástico. Eso guardaba en el bolsillo y es lo que ponía en el asiento hasta que llegaba a mi parada.


Es que estoy realmente preocupada, no entiendo qué les está pasando. Mis padres eran normales, Amanda, tanto que resultaban un pestiño. Que no haga ni caso, ya, ni caso. Que sí, Teresa, no les hagas ni caso. Tu madre no se larga a tomar café con la amiga, pues tú te vienes a mi casa o sales a pasear o te reconcilias con Leo y al gordo que le den. Caray, Amanda, no te reconozco, ¿has querido decir que a mi padre, "al gordo", le den? Te extrañarás tú, que vas poniéndole motes a diestro y siniestro. También tienes razón. Eso, al gordo que le den y si se pota encima, que se limpie.


En todo caso un desconchado romántico, Teresa. Y canibal. Calla, no me hagas reír, tendrías que haberte oído cuando empezaste a salir con Leo. De esa cosa con patas no he podido decir nada tan ñoño. El rencor te produce amnesia, guapa. Bah, sigue.

Por lo de la servilleta, lo digo, la nota y las condiciones, que la leyera cuando me fuera a dormir. Ya, en vez de limpiarse el morro, te pone palabritas de soñador. ¡Teresa! ¿Y qué, te has inventado algo? No le irás a contar lo que sueñas de verdad.

¿Qué te parece si caminamos un poco? En estos escalones se me está quedando el culo helado. A mí también, la verdad.

No te he contado que mi hermano Raúl le lleva flores a su hermana. Ese niño ya apuntaba maneras desde que empezó a gatear. ¿Maneras de qué? De perdedor.

Teresa y Amanda se ríen a carcajadas.

Eres una exagerada, que sea romántico no significa que vaya a ser un perdedor. Amanda, tú no te has dado cuenta de que el mundo está hecho para los tipos duros, los que no tienen corazón. Y para las mujeres calculadoras, dice Amanda.

Y vuelven a reirse.

Lo que quieres decir es que nosotras también somos perdedoras. Lo serás tú, bonita, que te estás enamorando como una Cenicienta de tres al cuarto. Yo que ya he abandonado a Leocadio, empiezo a prepararme para ser mujer fatal o una fatal mujer, que el orden de los factores no altera el producto.

¿Leocadio, no se llamaba Leonardo? Que más quisiera él, ese sería un nombre hasta glamuroso, pero, cielo, desde que se lleva mal conmigo y se hace el duro, es Leocadio. Eres una payasa. Le dijo la sartén al cazo.

A ver, aléjate un poco. ¿Qué tengo? Ponte de perfil. Teresa, no me tomes el pelo, ¿qué tengo? Me parece que te han crecido las... No seas boba, que me van a crecer. Entonces todavía no te las ha tocado, jajajajajaja...

No me puedo creer que no sepas nada de Leo. Pues no te lo creas. Mientes, te habrá llamado varias veces y le habrás colgado, te conozco. Sólo le he colgado dos veces y no ha vuelto a llamar, no soy tan pécora como crees. Ni siquiera sé por qué os peleasteis. Yo tampoco me acuerdo muy bien.

Ambas ríen.

Creo que estábamos hablando de los nombres de los niños. ¿Cómo? Una tontería. Él decía que si tuviese un hijo varón le pondría Leonardo, como su padre y como su abuelo. Y yo le dije que no sería hijo mío. Él muy serio preguntó que si no me gustaba su nombre. Le dije que a él y a su padre y a su abuelo le quedaba bien ese nombre, pero que ningún hijo mío tendría un nombre que fuera una combinación de astrología y botánica. Tú estás loca, me dijo, cómo que una combinación de astrología y botánica. Pues, Leo es uno de los doce signos del zodíaco y Nardo, que yo sepa una flor de lo más cursi y folclórica. Se puso colorado y de pronto hasta se le pusieron saltones los ojos. Estás loca, sin duda. A mí no me llamas loca por nada, le dije, acaso no es suficiente con tres Leos Nardos en la familia. ¿Y si tuvieses una niña cómo la llamarías Nenúfar? O mejor aún, Loto, por si te da buena suerte y te toca la bono idem. Me miró con cara de reventar en cualquier momento y me dijo: "Teresa, vete a la mierda". Se dio media vuelta y me dejó plantada en la calle y encima se llevó las entradas del cine.

Amanda tiene un ataque de risa, no puede parar, le caen lágrimas.

Sí, tú riéte de mí, la llevas clara, con un caníbal que encima va armado con cacas de plástico. Llevará al menos alguna pistola de agua, por si la cosa se le pone difícil y a algún guarro o guarra le importa una mierda sentarse encima, ¿no?

Amanda se arrima a la pared y no puede parar de reírse.


La mujer rompe el silencio en la altura. Se calza los zapatos abandonados y pasea sonriendo. Enciende un cigarrillo, encendida ya la alegría del recuerdo, y escucha el golpe sigiloso de los tacones sobre las baldosas. Una, dos, tres, cuatro...
 

domingo, 14 de noviembre de 2010

XLII


Alberto se fue a un apartahotel. Al niño le explicaron un viaje largo por motivos laborales y acordaron sinceridad.

Vio salir a Alberto con la maleta y la noche redobló sus horas, sopesando el silencio, como si en él hubiesen quedado prendidas todas las dudas y los desencantos. Esa madrugada, después de una infusión relajante, Amanda buscó un cuaderno y decidió poner letra de nuevo a la melodía frustrada en que se había convertido su vida.

Y escribió un camino seco de hojas crujientes como cáscaras de maní, un tiempo melancólico detrás de los visillos de la habitación. Los compañeros y amigos, la añoranza y la extrañeza entre cada verso de cada canción.

Volvió sobre la sábana prestada de la prestada cama y sus signos, como pequeñas estrellas lastimadas.

Escribió un adiós y un por qué no, si ya se ha perdido. Un abrazo enamorado y un abrazo mecido en la ternura, cerrando cicatrices. Sin pretensión alguna, fue tamizando la diferencia, al margen de los listados de ventajas y desventajas, que no suelen estar en los bordes de la vida.

Automáticamente, alumbró el nombre del padre y de su juventud y se mostró la manera de dormir entre los brazos al nombre que había sido o debía de haber sido.

Describió sobre el pentagrama desesperado cada nota de lluvia y llanto, mientras las olas rompían en una orilla desconsolada.

Y ahí detuvo el tiempo retomado, dejó el bolígrafo sobre el cuaderno y se sirvió un poco de ron con hielo. Buscó entre los discos, puso uno y, con los auriculares puestos, bebió a pequeños y espaciados sorbos el sabor amargo del amor perdido. Sin embargo, el presente confundía sentidos con el pasado y la música la invadió con un sentimiento irrescatable.

sábado, 13 de noviembre de 2010

XLI


En torno a la luna una bufanda de lana amarilla, un lazo y un nudo que se desata poco a poco con el soplo de un ser invisible.

Amanda desdobla la servilleta de papel y la deja sobre la mesa de la terraza. Desdobla su propia vida, desplegándola, impulsándola al vuelo sobre las azoteas.

"Sueña conmigo. Si no recuerdas lo soñado, inventa un sueño con nosotros".


-Es un poco tarde, pero si necesitas que hablemos, hablaremos. Me cambio de ropa y enseguida estoy contigo.

Sola en el salón, frente a las imágenes mudas de la televisión, más relajada, espera a que Alberto vuelva. Ahora es una anciana la que relata su terrible experiencia en uno de los campos de concentración nazis.

Alberto vuelve al salón. Abre el mueble donde guardan las bebidas y se sirve un ron. No le pone hielo. Se sienta en un sofá junto al de Amanda.

-Tú dirás.

-Cuando estuvimos en Barcelona, abrí por error el cajón donde habías puesto tus camisas y jerseys. Habías bajado a toma café. Me llamó la atención una caja que sobresalía entre tu ropa y no resistí la tentación de abrirla. Pensé que era uno de esos regalos de empresa, de los que suelen hacerte. Me pareció un bolígrafo excesivamente valioso y, al observarlo con atención, descubrí una inscripción poco común en ese tipo de obsequios. La impresión, la duda y otros motivos, en ese momento incomprensibles, me impidieron hacer ningún comentario al respecto. Tu improvisado viaje a Londres aumentó mis dudas y mis sospechas. Decidí hacer algo que jamás me hubiese imaginado que haría, seguirte.

Alberto cambia su postura y toma un sorbo de ron. El trago ha sido largo y la bebida le rasca la garganta. Tose.

-Te vi entrar con ella en el aeropuerto. Te vi mirarla y besarla. No sé si te estaría hablando, si lo que hubiese visto fuese menos importante de lo que me pareció. Porque me pareció ver a un hombre enamorado de otra mujer.

Alberto se levanta, va hacia el ventanal que da a la terraza y le da la espalda a Amanda. Amanda permanece en silencio, aguarda su reacción, sus palabras. Él sigue mirando hacia afuera.

-Amanda, yo te quiero, pero no puedo negarte lo que has visto. Tampoco puedo afirmar que sea todo lo importante que te pareció. Estoy confuso, nunca me propuse engañarte.

-No quiero que me expliques cómo pasó, cómo surgió. Quiero tu verdad, la de tus sentimientos y si eso te va a llevar un tiempo averiguarlo, espero que no sea demasiado. Esta situación no es cómoda para ninguno de los dos. No estoy dispuesta a fingir y no soportaría que siguieras fingiendo.

-¿Qué sugieres?

-Estoy convencida de que no hay recetas infalibles en estos casos y que lo más adecuado, al menos para mí, es la distancia.

-¿Que me vaya? ¿Y el niño?

-Le podemos decir que harás un viaje más largo de lo habitual.



miércoles, 10 de noviembre de 2010

XL


Cuarto peldaño, descenso.

La tarde pasó suavemente, charlando en casa de su amiga, los niños jugando... Las ideas de Amanda se iban aclarando a medida que le iba contando todo a Teresa.

Me voy a separar de Alberto, Teresa. No podemos seguir engañándonos. Este amor le ha transformado, tal vez ni siquiera él sepa qué le está sucediendo.

Me asusta su miedo, Teresa. Hace tiempo que oculta esta relación y eso supone que teme algo. Hay algo que no quiere perder de lo nuestro y algo que no quiere perder de su nueva relación.

Alberto es un hombre muy metódico, rutinario a veces hasta la exasperación, controlador, necesita prevenir casi todo lo que hará, le da mil vueltas a todo antes de decidir. Cuando compramos el último eléctrodoméstico, sin ir más lejos, se informó de precios, prestaciones, de todas las marcas y modelos, de tiendas, tardó una semana en darme a elegir tres modelos de tres marcas diferentes, que según sus deducciones eran los mejores en relación precio calidad. Un humidificador para la habitación del niño, Teresa. Y ahora le veo lanzarse a la aventura con una chica, mintiendo, jugando a dos bandas, improvisando como si lo hubiese estado haciendo toda su vida.

¿Por qué nombró Teresa a Vampi?

El niño ya está acostado, su padre no llega hasta las 22h. Demasiado tarde. En el coche, de vuelta a casa, se le cerraban los ojos. Después del baño y la cena se quedó dormido en el sofá y lo llevó a su cama en brazos.

¿Tendrá ánimos para hablar con su marido?

Amanda enciende la televisión y cambia de canales, la deja sin sonido y mira las imágenes. Un niño engominado, vestido con camisa blanca, pajarita negra y un pantalón negro, canta como si fuera un adulto, sus gestos son copia exacta de algún cantante. La cámara enfoca a una mujer sonriente y con lágrimas en los ojos, evidentemente emocionada, y luego regresa al cantante diminuto, saludando de forma histriónica. Cambia de canal y deja un reportaje. En la pantalla aparece un anciano, superviviente del holocausto alemán, lo sabe por los subtítulos.

Le llega el rumor del ascensor deteniéndose en su planta y las puertas abriéndose. Luego, la llave en la cerradura de la puerta de entrada.

Cuando su marido entra en el salón, no entra él sino otro, al que nunca le había visto ese reflejo luminoso en la mirada. Esta vez sí, esta vez, quizás por su propia actitud, descubre cierta incomodidad.

-Alberto, tenemos que hablar.





martes, 2 de noviembre de 2010

SIN DIARIO/SIN NÚMERO (D)


Volviéndome loca. Envolviéndome en la locura de quizás un sueño. Si al menos pudiera escribirlo con mayúscula. Así: Sueño.

Porque la presencia que no se refleja en los espejos volvió con sus estipulaciones, su capacidad de incapacitar límites entre las realidades más crudas y las ficciones mejor cocidas.

¡¡Quiero dormir!!, grité. Vampi, asomó la nariz al dormitorio y me preguntó si estaba bien. Desde debajo de las sábanas le respondí que estaba perfectamente, siempre que todos se estuvieran callados. Preguntó si él también debía callarse. Sí, tú, que aún no tienes nombre, también, al menos que tengas algo importante que decir y sirva en la solución de este lío, le contesté.

Sentí cómo alguien se sentaba en el borde de mi cama. Retiré un poco la sábana, destapándo uno de mis ojos y vi a Vampi sentado, pensativo.

Si no fuese fruto de tu imaginación, diría que te estás enamorando un poquito de mí, dijo.

Me destapé, además del ojo derecho, la nariz.

Que yo sea el único que no tiene nombre y Amanda la cabecilla de la revuelta, es muy significativo.

Ay, Señor, éste me quiere psicoanalizar. Me destapé el ojo izquierdo. ¿Y qué más?, dije.

No sé, tal vez te recuerde a alguien.

Soy yo la que te ha dado voz en esta historia, ¿no lo has pensado?

Por eso mismo.

Tú no sabes lo que dices, todavía eres muy joven. Vete a la sala y a ver si te encuentras a tu Amanda y no a la del mate, ¿vale?. Llévatelos a todos, diles que no le voy a cambiar el nombre a ninguno, si no les gustan los que tienen tendrán que esperar a otra historia, es decir, a otra vida. Adiós, Vampi, encantada de conocerte.

Se levantó con cierta pereza.

Una cosa más, le dije, no te hagas ilusiones, tú también tienes o tendrás nombre y puede que no te haga ninguna gracia.

Él salió de mi habitación y por fin me dormí.

jueves, 28 de octubre de 2010

SIN DIARIO/SIN NÚMERO (C)




Amanda se había dormido durante unos minutos. Al despertar la luna ocultaba una parte detrás de uno de los edificios más altos. De esos escasos minutos de sueño, sólo rescató la imagen de Vampi sentado en un autobús completamente vacío, recorriendo una playa.



Eres igual a mi madre, te lo aseguro, dijo Lucía.

No soy tu madre, afirmé irritada. Y debí de elevar demasiado el tono, porque en la sala se hizo un silencio profundo, un silencio que difuminó a mis personajes y su revolución bautismal.



Amanda nunca había estado con Vampi en una playa. Tan sólo la imagen de Vampi la había acompañado una vez hasta la orilla rota. También había una enorme luna entonces, espiando su dolor adolescente.



En aquel silencio redentor, en el que todavía permanecía el eco apenas perceptible del reclamo de Lucía, salí de la sala hacia mi dormitorio. Allí, apoyado en la barandilla del balcón, me encontré a Vampi.

¿Tú también? Ahora me dirás que no estás conforme con ostentar un mote cuando todos tienen un nombre, al que, por cierto, todos quieren renunciar, dije exaltada.

No, tranquila, a mí me gusta el mote que me puso Teresa, dijo Vampi sonriente.

Vale, me alegra que te guste y que hagas responsable del mismo a Teresa. Ahora, si no te importa, vete con los demás o donde te parezca, me duele la cabeza y me voy a recostar un rato, le dije.
Me tiré en la cama y miré hacia el balcón. Vampi ya no estaba y la casa continuaba en silencio. Cerré los ojos e intenté relajarme.
 






miércoles, 27 de octubre de 2010

SIN DIARIO/SIN NÚMERO (B)



Teresa apareció antes que Lucía. No sé cómo entró, cuando me di cuenta estaba de pie en medio de la sala y me miraba con cierta extrañeza. Curiosamente, y para mi alivio, vino sola, no la acompañaban ni Leo ni los niños, es más, vino adolescente.

Hola Teresa, le dije. Hola. ¿Todos éstos qué hacen aquí?, preguntó. Eso me gustaría saber a mí, contesté, al parecer no están de acuerdo con sus nombres, pero yo creo que aquí hay gato encerrado. ¿Y tú, a qué has venido?

Se sentó en una silla, la acercó a mi mesa, y se acomodó los vaqueros dentro de las botas como suele hacer.

Verás, dijo, estoy un poco cabreada. ¿Por qué?, le pregunté. Es que me he enterado de que me vas a casar con Leo y que voy a tener niños con él, dos. Como comprenderás, con la bronca que tuvimos, si cedo, voy a tener que repartir el nombrecito dichoso. A uno de los niños le voy a tener que llamar Leo y al otro Nardo. ¿Tú has pensado bien en eso?

¡¡Dios mío!! No me lo puedo creer, dije abrumada por la situación, mientras a los demás les daba un ataque de risa.

Tiene razón, che, dijo Charly, que se había convertido en el alma de la reunión. Si son mellizos, no le va a quedar más remedio.

Tú deja ya de meterte donde no te llaman, listillo. ¿Quién dijo que los hijos de Teresa son mellizos?

Venga, no te hagas la tonta, son idénticos, dijo Teresa.

Pero, ¿tú cómo lo sabes si todavía eres una adolescente? Además, los mellizos no son idénticos.

Me puse en pie y salí de la sala hacia el cuarto de baño, necesitaba refrescarme la cara. Aquello me estaba superando, no entendía nada.
 
Mientras estaba en el baño oí sonar el timbre del telefonillo. Cuando salí, allí estaba Lucía discutiendo con Charly por lo de siempre, la estilográfica hurtada. En realidad, no parecía que Lucía tuviese ningún conflicto con su nombre, ella continuaba en el papel que le había asignado. En ese momento sospeché que la revuelta había sido provocada por Amanda y secundada por el entusiasta Charly.


Éste parecía haber calmado a Lucía y estaban a punto de abrazarse cuando Lucía me vio. Parecía asombrada, sorprendida.

¡¡Mamá!!, exclamó de pronto acercándose a mí.




lunes, 18 de octubre de 2010

SIN DIARIO/SIN NÚMERO (A)





Ha ocurrido algo inexplicable en la realidad y quizás también en la ficción. Como no soy una experta en ninguna de las dos, tal vez me convenga pensar que fue un sueño.

Los personajes de este relato se rebelaron, no como seres extraordinarios, sino como el más corriente de los mortales, protestones, vanidosos, egoístas y con un afán de protagonismo que no les hubiera consentido, si ésto no hubiese trastocado la continuidad de la escritura.

Todo empezó por Amanda, la supuesta protagonista de la historia.

Una mañana bastante soleada, junto al café, Amanda se me acercó y puso sobre la mesa el mate. Me sorprendí al ver por primera vez a mi estimada y algo consentida Amanda. Le pregunté qué significaba aquéllo. Lee, me dijo, lee lo que pone en el mate. Amanda, dije, pone Amanda. ¿Cómo crees que me puedo sentir en cada punto y aparte, sabiendo que me has puesto el nombre de una yerba?, dijo.

Desde el sofá, colgando una llamada de móvil, me hacía señas Alberto, el casi ex marido de Amanda. ¿Y a ti que te sucede?, le pregunté. Verás, dijo, a mí el nombre no me disgusta, lo que no aguanto son las bromitas de todos éstos entre líneas y después de que guardas el documento. Albert Jamón, me llaman. ¿Tú estás segura de que guardas el documento mientras son adultos, o lo guardas con toda la adolescencia latiéndoles?

La verdad, dije casi disculpándome, no sé qué puedo hacer, todo esto me resulta extraño, se supone que soy yo quién decide cómo se llaman, qué hacen y qué no hacen, qué dirán y no dirán... Necesitaría la ayuda de alguien con experiencia en asuntos de este tipo. ¿Por qué se salen así del papel? A mí me pusieron el nombre que tengo y no pude decir nada al respecto.

En el descansillo de las escaleras, frente a la puerta de mi casa, sonaban las cuerdas de una guitarra afinándose. Me pareció algo raro, que alguien estuviese afinando una guitarra en las escaleras y me asomé. Un chico joven, de cabello algo largo aunque no demasiado, moreno, me sonrió y dijo: ¡Hola, soy Charly! Ya, dije, y resulta que a ti tampoco te gusta llamarte Charly. ¿No vino contigo Lucía? A lo mejor es la única que está conforme con su nombre.

Entonces me enseñó una estilográfica que sacó del bolsillo. Está viajando en metro, dijo, enseguida viene.

Entró detrás de mí en casa y se sentó en el sofá al lado de Alberto. ¿Así que vos sos el marido de Amanda, el papá de Albertito? Encantado. Che, ¿qué fue de tu vida desde que te separaste? Ésta no cuenta nada de eso.

Alberto no dijo nada. Me di cuenta de que podían rebelarse contra el nombre pero no podían ir más allá.

Charly se dirigió otra vez a mí. La verdad que a Lucía no le importa llamarse Lucía, a mí me gustaría que su nombre fuese otro. No sé cómo explicarte, me gustaría que sonara más fuerte, más grave.

Tomé un sorbo de café. Si les apetece café pueden servirse, están en su casa.

Jajajaja... Y en tu ordenador, dijo Charly. Está bien, pongo la cafetera. Lucía está llegando, me late distinto el corazón cuando se está acercando, me late en el cuello, como para que le cante.

¡Qué romántico!, dije. Todo culpa tuya, dijo Charly.

¿Alguno de ustedes sabe si va a venir alguien más, aparte de Lucía?





lunes, 20 de septiembre de 2010

SIN DIARIO XXXIX


El camarero trae los cafés y Vampi continúa.

Me senté en una de estas mesas, puede que en esta misma. ¿No te acuerdas? No, sólo de algunas cosas.

Me había tomado dos copas de esa mierda de brandy y aquí pedí la tercera. A mí no me gusta el brandy. Mi padre sí que le daba bien a esa porquería.

Hacía unos meses que mi padre se había estrellado con el coche y con suficiente alcohol en la sangre como para que el coche se incendiase.

Estaba triste. Con sinceridad, no estaba triste por la muerte de mi viejo, me alegré de que palmara. Estaba triste por eso mismo, por sentirme bien y aliviado después de su muerte.

No era un tipo agradable, sabes. Siempre había sido violento y cada día bebía más y más violento se volvía. Nos trataba como si fuésemos cosas, a mi madre la despreciaba totalmente. Estoy convencido de que nunca la quiso. Tampoco puedo entender qué vio mi madre en aquella bestia. Sé que suena crudo, mal, que un hijo no debería de hablar así de su padre, pero es lo que siento.

Ese día, el de mi cumpleaños, en la mesa de al lado había un tipo sentado solo también. Yo ya iba cargado, no lo notaba, aún pensaba con fluidez, no se me trababa la lengua. Tenía la sensación de que mi boca era más pequeña y mi lengua la ocupaba casi por entero. Le entré al tipo. Te pareces a mi padre le dije. Él sonrió, como si se alegrase de que alguien le dirigiera la palabra. Dijo algo como que él no había tenido hijos, no recuerdo muy bien, si había enviudado sin tenerlos o si nunca se había casado.

No tenía ningún parecido con mi padre, no sé por qué se lo dije. La conversación siguió y me cambié a su mesa, sentándome enfrente de él. A medida que iba apurando a sorbos lentos la copa que había pedido, más hablaba. Lloré, al contarle que mi padre, un modelo a seguir, había muerto hace poco. Le conté que mi madre estaba desconsolada y yo había tenido que tomar las riendas de la familia.

Inventé y le relaté una relación con un padre que en mi vida nunca había existido. El tipo estaba conmovido. Me hacía preguntas y me escuchaba como un verdadero padre. A mí se me empezaba a trabar la lengua, perdí la coordinación de mis movimientos, tiré de un manotazo la copa que se acababa de pedir, un whisky con hielo de los caros. Me tranquilizó, me dijo que no pasaba nada, que era algo que le podía ocurrir a cualquiera.

Necesité ir al servicio y fui tropezándome con todas las mesas. Cuando salí del baño, pasé por la barra y pedí otra copa. El camarero la llevó a la mesa y el buenazo que me estaba soportando la borrachera pagó todo.

Con la torpeza con la que hablaba ya, le dije que había tenido que dejar de estudiar y buscar trabajo, que a mi vieja le habían concedido una pensión de viudedad de vergüenza, lo único verdadero de todo lo que le conté. Él me daba consejos, me contó cosas de su infancia y de su juventud, y a mí empezó a darme vueltas todo. No veía. No entendía nada de lo que decía.

De pronto el tipo estaba a mi lado, de pie, pasándome la mano por la cabeza, consolándome de no sé qué, yo debía de estar llorando. Mi estado era lamentable. Algo trepó en mi interior, algo quemaba desde abajo hacia arriba y estallaba en mi cabeza. Y afuera aquel tipo acariciándome el pelo.

Me levanté de un salto, como una fiera. Agarré al tipo por el cuello y la emprendí a puñetazos con él, mientras lo insultaba. No podía parar. Puños, patadas... Me fui, entiendes, Amanda, me fui del que era. Y si todo esto te lo he contado con cierta coherencia, es porque lo pensé mucho, intenté rescatar lo perdido en la memoria. Cuando volví a tener conciencia de mí mismo, estaba en un calabozo de una comisaría.

Es horrible. Sí, sí que lo es. El tipo me denunció y con razón. Y desde ese día, hasta ahora, contigo, no volví a entrar. El resto lo dejamos para otro día, ¿vale? ¿Hay más? Siempre hay más. ¿Qué soñaste? ¿Recuerdas? Lo habías apuntado en tu carpeta.

Bueno..., me has dejado un poco impresionada, no sé si mi memoria...

Vampi arranca una servilleta del servilletero que hay en la mesa, saca de su bolsillo un bolígrafo y escribe. Luego le pasa la servilleta doblada a Amanda.

Tendrás que seguir las instrucciones. No debes leerla hasta que te hayas metido en la cama esta noche. ¿Lo cumplirás? Claro, claro.

Amanda está realmente impresionada a causa del relato de Vampi. Le mira con cierta incredulidad y con ternura. Le mira como si hubiese adquirido corporeidad, como si perdiera halo de duende, de ser fantástico.

¿Nos vamos? A mí se me hace tarde. Sí, vamos.
 
 
 
 
 

martes, 14 de septiembre de 2010

SIN DIARIO XXXVIII


Amanda no puede dormir. Se acuesta, apaga la luz, el sueño no llega. Su cabeza da vueltas al regreso de Alberto, sólo faltan unas horas.


Se levanta, va a la cocina y prepara un café. De uno de los armarios, saca una caja de galletas de chocolate. Luego se acerca a la habitación del niño y mira desde el marco, la puerta está entreabierta. Duerme apaciblemente, ajeno al torbellino que se ha desatado en su interior y a las posibles consecuencias.

Regresa a la cocina, pone el café y va al salón.

Hace mucho que no habla con su amiga Teresa. Vive en las afueras de la ciudad, con el gordo Leo, con quien se casó finalmente.

Recuerda que durante aquellos días de problemas, habían discutido y estuvieron un tiempo distanciados, como si todo se hubiese confabulado en contra de la pobre Teresa.

Es tarde, tal vez ya esté acostada. En un impulso coge el teléfono y marca su número. Responde ella.

-Hola, Teresa, soy Amanda.

-¿Cuánto tiempo? ¿Qué pasa? Porque te pasa algo, no es normal que llames a estas horas. Ültimamente ni siquiera es normal que llames.

-¿Estabas acostada?

-No, el que está roncando como un bendito es Leo. Uno de los niños está con fiebre y no se ha dormido hasta ahora mismo. La noche pasada le tocó a Leo y ésta me toca a mí.

-No será nada grave.

-Anginas. Su hermano no pilla un catarro ni aunque lo tires al río y lo dejes todo el día mojado y éste pobre, se pone en una corriente de aire y ya está estornudando.

-Menos mal que en algo son diferentes.

-Son diferentes en todo, no sólo en eso. ¿Me vas a contar lo que te ocurre?

-Alberto se ha enamorado de otra. Estoy mal, confusa y no sé muy bien qué hacer.

-Lo siento, Amanda. No sé qué puedo decirte. Sabes que puedes contar con nosotros siempre que lo necesites, aunque sólo tú sabrás qué hacer. ¿Cómo sabes que se ha enamorado de otra?

-Descubrí algo, un regalo sospechoso y lo seguí.

-Vaya, de Matahari.

-Algo así.

-¿Por qué no te acercas mañana a merendar con el niño y hablamos?

-Mañana regresa Alberto. En realidad no llegará hasta la noche. Está bien, iré.

Retomar la comunicación, perdida desde hacía algún tiempo, con su amiga Teresa, la reconfortaba. No resolvía nada, pero era un punto de apoyo que la ayudaba a sobrellevar la carga.

Tercer peldaño, descenso y toma de decisiones.

La noche continuó extendiéndose entre pensamientos rutinarios, la sensación de desmoronamiento y una anticipación a lo se le avecinaba. Procuró no torturarse con el dolor de la traición.

Había perdido todos los ases y no guardó ninguno en la manga. Estaba decidida a no hacerse trampas, exponiendo sus propias cartas sobre la mesa. y esto la situaba frente a sí misma exenta de falsos caparazones en los que resguardarse.

Algo se le escapaba, la reacción de Alberto. Ya no era el mismo hombre que había conocido. Y si bien su intención era la de sinceridad absoluta, no sabía cómo actuaría ante una actitud engañosa de Alberto.



La mujer del presente entra en la casa, la de entonces, suya todavía, y entra en la cocina de hoy y abre la nevera, saca la caja de bombones que le regaló Jorge, coge uno y vuelve a meter la caja dentro. Se apoya en la mesada y saborea el chocolate del presente, mira la casa sin sombras de otro tiempo, tan suya y de su hijo, tanto tiempo vivido desde aquel angustioso, de decisiones dolorosas. Y ahora sabe que los lugares se adaptan al estado de quien los vive.

Vuelve a pensar que Jorge tarda demasiado y no está segura de que no le haya ocurrido nada, supone que en ese caso se lo habría dicho. Su voz parecía más bien exaltada, con el brío de alguien que está contento. Sonríe y vuelve a salir a la templada terraza.

 
 

lunes, 13 de septiembre de 2010

SIN DIARIO XXXVII


Vampi está recostado en la pared, con su abrigo oscuro, fumando. Amanda se detiene y le observa durante unos minutos. Saca algo del bolsillo y vuelve a guardarlo.

En la mirada de la niña no está solamente la imagen de Vampi. Hay una parte de ella que está en Vampi y algo de él que está en ella al mismo tiempo.

No traigo la carpeta. ¿Qué tal funciona tu memoria?

No hay respuesta. Se abrazan y se besan.

Bien, funciona bastante bien, recordaba que me gustaba besarte. ¿Por qué me llamas Vampi? Teresa, mi amiga Teresa, empezó a llamarte Vampi. Le contaste lo que te hice en la mano y ella decidió llamarme Vampi. Así fue. Está bien, me gusta, puedes seguir llamándome Vampi.

¿Qué escondes en el bolsillo?

Vampi ríe con ganas.

Una tontería de efectos mágicos. Algo que me ayuda a reservar el lugar que te corresponde. O sea, una de tus dementes ideas. Te lo contesto mañana por la mañana en el autobús. ¿Puedes esperar hasta mañana? Bueno, sólo hasta mañana.

Me cae bien Teresa. ¿Cuándo la voy a conocer? Apenas te conozco yo a ti. Eso no es verdad, nos conocemos hace siglos. Tú no lo recuerdas, pero un día hace millones de años fuiste la única comida que tenía. Y te tenía que comer cruda, porque todavía no sabíamos nada del fuego.

Amanda ríe a carcajadas.

¿Hace mucho que conoces a Teresa? Desde párvulos. Cuéntame más.

Ahora está mal, estoy preocupada por ella. Sus padres tienen problemas y el padre está bebiendo más de la cuenta.

El rostro de Vampi cambia repentinamente, como si una sombra muy oscura le tapase el rostro.

Mi padre se mató hace dos años en el coche. Iba borracho.

Amanda lo mira espantada.

Lo siento. Yo también, pero ya no se puede hacer nada. Podemos inventarnos algo para ayudar a tu amiga. Eso estoy pensando yo desde hace días y no se me ocurre nada. ¿Tomamos una caña?

Los dos se echan a reír.

Mejor un café. Vale, aunque a esta hora me apetece más una caña.

Han caminado sin rumbo, en la dirección que les marcó la brújula de su conversación y de pronto se detienen tratando de reconocer el punto de la ciudad en donde se encuentran.

Aquí al lado hay un bar antiguo, me gusta mucho, podemos ir a ése. Así que a ti también te gusta ese bar. Sí, no vengo mucho, pero me encanta. ¿Tú vienes a menudo? Hace un año que no entro.

Se sientan junto a la cristalera que da a la calle y cuando se acerca el camarero piden dos cafés.

Te lo voy a contar. Celebré, aquí, solo, mi cumpleaños.





jueves, 9 de septiembre de 2010

SIN DIARIO XXXVI


Paralelas que conforman la avenida iluminada. Asomarse a una ciudad anterior y ver la ciudad que es hoy.

Entre las calles, una realidad y una ficción.

Dar con los nudillos de todo ese tiempo en cada ventana y mostrarle al callado firmamento el fantasma de los nombres inventados, de los nombres que nunca han sido sino renglones de soledad entretenida en preciados tejidos. Y en esa red, pila bautismal, capturar exóticos peces, hoy realidades de nombres en ciernes.

Neón tras neón, discurso vertiginoso de la geometría nocturna, como ángeles custodios sobre el entramado de su incesante actividad. Y después, despertando sueños, la percusión del alba vidrio a vidrio, segmento a segmento y en los rincones que aguardan un fragmento de la melodía.






martes, 7 de septiembre de 2010

SIN DIARIO XXXV


Primer peldaño, descenso.

El día alargó su brazo en mecánicos movimientos, respuestas automáticas, los habituales gestos tantas veces repetidos que se ejecutan sin pensar.

El niño duerme y Amanda fuma un cigarrillo a solas en la terraza.

El teléfono suena a las 22h, Alberto llama desde Londres. Está cansado, el día ha sido agotador. Y Amanda puede imaginárselo ciertamente agotador. La cama del hotel revuelta. Ella en la ducha. O quizás él llame desde el hall y ella esté arreglándose en la habitación. Durante un instante, juega con la tentación de arruinarle el viaje, decirle que los ha visto y sabe que no está solo en Londres. Sin embargo, deja que hable y ante la imposibilidad de contestarle con naturalidad, le dice que no se encuentra bien, que se acostará enseguida, el niño está bien, ha disfrutado mucho con los abuelos y ha preguntado por él antes de dormirse.

Cuelgan y entre los hilos, sobre los que se trasladan las palabras, anida el eco falso.

Amanda contempla la casa, pasea y vuelve a sentarse. Piensa en muebles dejando huella de su tiempo, instalados para una vida, y en muebles bajo telas blancas a la espera de una decisión.

Recorre con su pensamiento los cajones que nunca se ordenan, cajones sin contenido definido, en los que se encuentra a veces una razón o una respuesta inesperada. Contenido inocente y contenido culpable.

Y regresa a los cuerpos en la distancia, a la piel de su marido bajo las caricias de esas otras manos.

Encuentra sin querer otras manos también sobre la piel que tuvo.

Segundo peldaño, descenso y sinceridad.

Es doloroso, no el dolor descargado a la orilla del mar, con aquella inocencia, es diferente.



sábado, 4 de septiembre de 2010

SIN DIARIO XXXIV

Diminuta equilibrista sobre la baranda de la terraza. Su lomo brilla. La mujer cubierta de insectos de adolescencia sensible.

Por qué nunca grita, estremeciéndose de asco, ante la visión de una cucaracha. Por qué se queda observando el brillo blanquecino sobre su lomo y la forma en movimiento.


Los adolescentes, pactaron con palabras y más besos. Las horas de la mañana se consumieron como los fuegos artificiales, estallaban luces y más luces de colores. El remordimiento por la clase perdida no hizo acto de presencia.

Prioridades del alma, escribió la niña, la noche siguiente, y la palabra amor hasta que llegó al final de la página. Y a pesar de creer que dibujar corazones era una cursilada insoportable, dibujó corazones de varios tamaños, como burbujas saliendo de la boca de los peces amantes, nadando hacia el borde del cuaderno.

Por la mañana entra en la cocina envuelta en su halo amoroso. Busca música romántica en la radio, canciones que hablen de su amor y se lo recuerden, lo repitan, lo cuenten a todas horas... No se da cuenta de cómo la miran sus padres y Raúl. Éste esconde la sonrisa en la taza de colacao. En un instante en que su hermana baja a la realidad cotidiana del desayuno en la cocina, le guiña un ojo y Amanda enrojece, despertando de su ensoñación.

La madre disimula y el padre refunfuña algo incomprensible, recuperando la emisora de las noticias.

En el pasillo, saliendo de casa, se cruza con su hermano y le dice, muy seria, con el dedo en alto, tú y yo tenemos que hablar. Raúl sonríe y le dice que se limpie el bigote. Amanda echa un vistazo rápido en el espejo de la entrada, una fina línea de chocolate sobre su labio superior, se limpia y levanta otra vez el dedo hacia su hermano antes de salir.

Baja las escaleras y sabe que falta algo. No ha sonado el teléfono, es eso.

Sube al autobús de forma diferente. Sin titubear se dirige al asiento junto a Vampi y ve que esconde algo rápidamente en el bolsillo de su abrigo.

Hoy no has llamado. ¿No me vas a dar un beso? Buenos días. ¿Aquí, delante de toda esta gente?

Se acerca y lo besa fugazmente.

Hoy no has llamado. Ya te dije que tuvieras cuidado con esos enfermos que llaman y no dicen nada. ¿Cómo sabes que no dice nada? Si dijera algo sabrías por qué llama. Eres tú, seguro que eres tú. ¿Qué soñaste esta noche, colecciono sueños? ¿Qué escondiste en el bolsillo antes de que me sentara? Parece que tenemos varias preguntas sin respuesta. Abre tu carpeta y apunta. Que apunte qué. Las preguntas que no nos hemos respondido y no tendremos tiempo de responder antes de que te bajes. ¿Estás hablando en serio? Claro. Venga, rápido, apunta y dime a qué hora nos vemos esta tarde.

Amanda abre su carpeta de anillas y anota. Vampi: qué soñaste. Amanda: qué escondiste. Cierra la carpeta.

Mi hermano se ríe de mí. Ese enano, por tu culpa. Se ha dado cuenta de todo. ¿De qué se ha dado cuenta? Apunta, Vampi, de qué se ha dado cuenta. Por cierto, por qué me llamas Vampi. Apunto, Vampi, por qué me llamas Vampi.

Lo besa rápidamente en los labios.

A las seis y media aquí mismo, en esta parada. ¿Puedes? Sí, hasta la tarde, corre. Y ella se baja.

Teresa está en la entrada del Instituto.

-¿Qué te pasó ayer? Por la tarde estuve a punto de llamar a tu casa, si no fuera porque mi padre estuvo potando toda la tarde, ese cerdo.

-Teresa, tía, es tu padre.

-Y un cerdo, tenías que verlo potar y quejarse, medio zombie.

-Hay que hacer algo, se va a enfermar.

-Ya está enfermo. No aguanto más a esos dos. Son mis padres, pero no los aguanto. ¿Me vas a decir que te pasó?

-Estuve con Vampi.

-Os habéis enrollado, lo sabía, si estás boba perdida.

-Luego te lo cuento, vamos a clase o nos la cargamos, que yo ya falté ayer.



Sobre el pavimento gris de la azotea, el aire cálido mezcla en una misma copa transparente el sentimiento puro y los sentimientos quebrados. Amanda se asoma y distingue las paralelas que conforman la avenida iluminada.
 
 

viernes, 3 de septiembre de 2010

SIN DIARIO XXXIII

Como una luz al fondo del abismo, continúa en su marco oscuro la luna. En ninguna de las azoteas circundantes está tendido el miedo de antaño, ni la torpeza de la mentira como sanadora inmediata.


Queda el espacio desnudo absorbiendo horizonte.


Querido diario: ayer estaba tan nerviosa que no podía escribir. Tardé mucho en dormirme y me hubiese gustado contar lo que había pasado, pero no podía. Sólo podía pensar, una y otra vez en todo lo ocurrido desde que subí al autobús por la mañana.

Soy otra. Si se lo digo a alguien va a pensar que estoy loca. No lo estoy, o sí, un poco, no loca de verdad, sólo... loca de una manera pasajera, o no. Quisiera seguir así siempre. Por favor, que no se me pase nunca...

En su pequeño oasis, el diario, la niña describe la mañana y el suceso que la ha transformado. Revive y marca la fecha de una frontera traspasada.

No vio a Vampi al subir al autobús. No tuvo tiempo de asustarse. La voz de él le susurró desde atrás, junto a su oído. Estoy aquí. Y Amanda supo que al girarse, empezaría algo que sólo había imaginado. En la mirada hubo un tácito acuerdo. Bajaron del autobús con los pasos de la rebelión.

Sé muchas cosas de ti. Eso no puede ser, sólo nos vemos en el autobús. Desde que nos encontramos en aquel bar, donde no bailabas con tus amigos. Y me mordiste la mano... No te hice daño, ¿verdad? No, pero tienes una forma un poco extraña de expresarte. Hace mucho tiempo los hombres besaban las manos de las mujeres. Sí, pero no las mordían. Lo estaban deseando, no se atrevían. Te lo imaginas, no lo sabes, no todos estarían deseando morder las manos que besaban. No estarían deseando morder todas las manos, sólo algunas manos. ¿Eres tú el que llama por las mañanas y no contesta? ¿Alguien llama por las mañanas a tu casa y no contesta? Sospecho que eres tú. Ten cuidado, los tipos que hacen esas cosas están chalados. Tú estás un poco chalado. Y te gusto.

Amanda lo mira y sonríe.

Te sientes muy seguro de ti mismo. ¿Tú no? No. Yo tampoco, es una apreciación errónea. ¿Entonces? Hago algunas cosas porque las siento así y otras porque cómo iba a llamar tú atención si no, entre tanto buitre. Buitres, ni más ni menos. Sí, esos pájaros que revolotean sobre las presas. Tú haces lo mismo. Ya, pero soy el buitre que te gusta. Lo ves, como eres un poco chulo.

Vampi la coge de la mano.

Vamos por aquí, hay una plaza. Lo sé, conozco la ciudad. ¿Te apetece ir a esa plaza? Sí. Tienes un hermano muy simpático. ¿Conoces a Raúl? Y Raúl conoce a mi hermana, están en la misma clase. Por eso sabes cosas de mí, mi hermanito es un bocazas. No, no lo es, es pequeño todavía. ¿No lo sabes? Le gusta mi hermana. ¿Ah, sí? Seguro que hay un montón de cosas que no sabes de tu hermano. No cuenta nada, Raúl también es un poco raro. Y un romántico, corta flores y se las lleva a mi hermana, ella sí me lo cuenta todo. ¿Por qué no bailabas aquel día? ¿Y tú? A mí me dolía un pie. Ya, botas nuevas. Te fijaste. Sí. ¿Nunca bailas? Algunas veces, ese día no me apetecía. Si hubiese estado bailando no habrías tenido la oportunidad de morderme la mano. Es verdad.

Llegan a la plaza.

¿Nos sentamos un rato? Vale.

Y antes de sentarse, Vampi la abraza y se besan. Aquel beso que a ojos de cualquiera parecería no terminar nunca, Amanda lo vive como un viaje a toda velocidad por un mundo extraño, donde todo gira hacia el centro de la tierra. Como si el límite de los dos cuerpos se hubiese diluído.

No se separan. Se miran y vuelven a besarse y luego permanecen abrazados un rato.

¿Nos sentamos? Estoy algo mareada.

Él se ríe.

No tiene gracia. Me río porque yo también estoy un poco mareado. Nunca me habían besado. No puedo decir lo mismo, puedo decir que nunca había sentido lo que sentí besándote, te besaría toda la mañana.

Ella se ríe.

Qué loco estás. Tú también estás un poco loca, es la única explicación para que estés aquí sentada y hayas permitido que un caníbal te besara. A lo mejor tienes razón. Ha sido muy extraño. ¿Qué? El beso, lo que he sentido. ¿Te gustó? ¿Tú que crees? Te gustó mucho. Sí.






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