domingo, 9 de enero de 2011

LII (52)


Sequedad. Boca de pánico. Diría tantas cosas o no diría nada. Ningún sonido. Raúl duerme. Mejora y duerme. Regreso al día sólo espina del pez que se estancó en la orilla. Inquietud. Café y un poco de espanto al recinto misteriosamente habitado de la vieja cocina.


El diario cayó en mis manos como una hoja seca. Tu baúl, abuela. Y sé que lo habrás leído. Aquel cuaderno que creí perdido y nunca  más mencionaste, como no se menciona la enfermedad superada, a pesar de las secuelas.

La madrugada vino en mi busca leyendo sus páginas. Vampi ingresó al sueño en el que jamás estuvo. El mar mojaba nuestros pies. Su perfil en el horizonte: un techo de uralita bajo el que nos cobijábamos de la lluvia, Raúl y yo. Niños. Llovía en la infancia del pueblo.

Salgo a caminar con el nerviosismo agarrando mis piernas. Páginas de adolescencia paseándose alrededor del mar. También hoy predomina el gris y está sereno como si le hubieran pasado la plancha.

La prima Mada y sus llaves. Busca tu llave, Amanda. Ya, cómo la de Raúl. No, prima, la tuya es distinta, la conoces, está en la casa y te iluminará.

Quiero mucho a Mada, aunque algunas veces le daría un cachete. Esas fábulas suyas, esos recovecos de sus sueños y sus claves.

Cómo saber, mientras camino cerca del agua, que era ésa la llave, querida Mada. Una caja de lata con restos de pintura, medio oxidada en el trastero. Las llaves de la antigua casa del pueblo, que ya no existe, llaves de maletas, llaves de buzones, llaves de cerraduras extraviadas y la llave del baúl. ¿Por qué no sentí antes la necesidad de abrirlo?

Tu voz, abuela, dice que cada cosa tiene su momento. Y este momento me está asustando.

La playa sola es la naturaleza predominando sobre esta conquista de construcciones. Un lecho apacible donde el pensamiento descansa.

Estaban ahí, en el diario de la adolescente. Las otras llaves, las que nos prestaron Teresa y Leo. Eran de un apartamento vacío de los padres de Leo. Esa noche, tú guardando las llaves que abrirían el día siguiente como si fuera el primero de un nuevo calendario, no dormí. Tú confesaste que el sueño te había costado toda la noche, que te habías rendido una hora antes de que sonara el despertador.

Retorna un barco de pesca. Un punto en frágil equilibrio sobre la inmensidad marina. Es la imagen precisa, la que define mi estado anímico. Si alguien cae, te acercas y le ayudas a levantarse, sólo cuando sigues tu camino te das cuenta de que puedes tropezar en cualquier momento y caer también.

Cuando era pequeño, Raúl, me daba lecciones de fortaleza. Le recuerdo haciendo un barco de papel, llenando el fondo de la bañera y fabricando falsas olas con su mano. Me demostraba así, que un barco bien construido podía soportar las embestidas del mar y mantenerse a flote.

 



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