sábado, 26 de diciembre de 2009

26/12/2009 - Sábado.



“... Nadie podía quitarle el derecho a pensar que a veces Dios se equivoca al repartir sus favores y si no sería mejor que Dios se dedicara a amontonar las virtudes en lugar de diseminarlas. La excelencia y no el equilibrio debería ser la meta. ¿No vale más un héroe que dos o tres o un millón de hombres vulgares? Pero en fin, el asunto tenía ya mal arreglo. A Ullrich le había tocado el pene más grande, y a Andreas, todo lo demás. No era mal reparto”. (El hombre que inventó Manhattan, Ray Loriga)


* * *

La crisis a veces me pone la piel de plástico, sobre todo en los pies. Por otra parte, llueve bastante y no viene mal ser, hasta cierto punto, impermeable. Lo peor de todo es que surgen goteras, con tanta lluvia es algo previsible. Juntar tres paraguas no ha servido de mucho, son mudos e incapaces de invocar a los dioses encargados de reparar vías de agua. ¿Se me estarán inundando los pies?

En caso de sol abrasador tener piel de plástico no es conveniente. Así decido, por si se diera la ocasión, en una de esas medianoches raras, mezclar en la vasija de los pactos angelicales diversas sustancias que, aplicadas en las dosis adecuadas y a las horas de los feitizos, vayan transformando el derivado del petróleo en una epidermis de poros abiertos. Quizá la próxima primavera me encuentre bajo una sombrilla, intentando entender los desequilibrios virtuales de eso que se llama Bolsa, con sus índices y sus puntos, que no suelen ser suspensivos sino puntos de suspense. Y suspendidos mis sentimientos entre variables incomprensibles, como si fuesen jeroglíficos dibujados en la gruta de una isla desconocida, tal vez descubra que regreso a la piel de la vida.

Vale. Mientras todo esto sucede moldeo nubes de menta, las volutas de entonces, y esos anillos de compromisos fantásticos, emulando a los peces de colores del acuario. También, a la hora en que solemos citar a los huracanes, hago acopio de brazaletes suficientes y con su sonido amenizo el ensayo puntual de los abrazos que ésos vientos deben a la suave brisa, como si dirigiera un tráfico aéreo excesivo. Hay instantes en estas ceremonias en que se cruzan extravagantes aves de un edénico paisaje.

O no digo nada. Escucho la cara B de discos guardados en los desvanes de la memoria. O disparo con silenciador en el aire turbio de una noche de resortes imprudentes e insolentes. Aunque si callo a la sombra que acostumbra a arañar las paredes del sueño, escribiendo consignas altivas, puedo, suavemente, deslizar algo parecido a una sucesión de frases besando la huella serena del anhelo.

Si recorro la línea del corazón y veo a esos bichitos apenas perceptibles, danzando palma extendida y comprendo cierta indecisión en el movimiento que no equilibra la intención de bofetón o caricia, pienso en los castillos de arena que arrastraron las olas en la orilla de la decepción. Y todos los bichitos casi invisibles desfilan por la paralela de la vida con su corazón de lupa y un verso cada uno.

Y ahora, a esta arriesgada hora de la noche interior, voy a colocar a la entrada esa pequeña alfombra que casi siempre decía WELCOME.

 
 

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