sábado, 31 de julio de 2010

SIN DIARIO XIV


El presente y sus ausencias, en la azotea donde descansa Amanda. Un firmamento barrido de briznas algodonosas, impoluto, corona la ruta de un ayer que nunca se ha extinguido del todo. Quizá la expectativa que se ha ido conformando involuntariamente en las fibras sensibles de Amanda, sea lo único que altera el sosiego latente en la noche.

Y el tamaño que le ha dado el tiempo, la fortaleza puesta en contra de los vientos furibundos, esa acumulación de consejos y recomendaciones de las que cualquiera hace acopio y pone a disposición de los otros, todo el bagaje adquirido durante esos años de vida, no la eximen de las dudas, del picotazo imperceptible del desamparo...

Recoge puntos de luz dispersos en la bóveda. Mira y recupera asombro. Tal vez el mismo que espera encontrar bajo la tela de su vestido, cuando logre apartar dudas, reflexiones, análisis, temores.



Intensidad. Si los sonidos de su interior fuesen audibles. Si los calendarios atareados en fabricar cuadernos la remitieran a una fecha indolora. Si la luz de entonces la tomase por sorpresa, mientras apoya sus codos distraída en la almena de esa muralla heredada en el camino. Si el disfraz, adecuado o no, que le vistió la vida, se descosiera definitivamente mostrando su desnudez olvidada. Si las posturas o imposturas aprendidas soltaran sus vértebras y su musculatura. Si el vocabulario prendido con verbos suficientes, hallase un recodo insuficiente donde el gesto fuese imprescindible. Si el freno impuesto perdiese todo ese líquido que un día fue lluvia y la detención fuese imposible. Si los rostros que ahora son, en la cronología inevitable, careciesen de sentido.

Porque Amanda había escrito:

Desde entonces, como una caja vacía, tu jersey abandonado, te representa en una soledad de colores al abrir el ropero. Son días de asueto, días baldíos, todos están fuera de la ciudad. Como cuando finaliza un año y hacemos la consabida lista de propósitos, me propuse tareas y cometidos que siempre aplazo. Sin embargo, la insustancial presencia vino a instalarse otra vez, a traición, en el amplio espacio solitario de estos días y la fuerza de la gravedad me arrastra hacia abajo. Doy vueltas por la casa y reviso muecas en los espejos de este silencio denso. Retomo lecturas y entre los renglones siempre me asalta alguna frase, que me aleja del momento y regresa a las despedidas.

La ciudad casi desierta y poblada ahora de marquesinas donde nadie espera, se transforma en espiral. He vuelto a pasar cerca o delante de los lugares anotados en la memoria.

En esta casa también suena el teléfono y al descolgar abre una puerta donde las voces callan. Estas anécdotas son habituales en todas las casas del planeta, me digo. Aunque sea inevitable volver al tiempo de las señales y el vértigo.
 



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