martes, 27 de abril de 2010

Armonía y esperanza. (Amén)



“La coexistencia y la armonía... Todo tiene que equilibrarse. La naturaleza está equilibrada. Las bestias viven en armonía. Los seres humanos no han aprendido a hacerlo. Siguen destruyéndose. No hay armonía, no hay proyectos. En la naturaleza todo es muy diferente. La naturaleza está equilibrada. La naturaleza es energía y vida... Y restitución. En cambio los seres humanos sólo destruyen. Destruyen la naturaleza. Destruyen a los demás. Y acabarán por destruirse a sí mismos”. (LOS MENSAJES DE LOS SABIOS, Cap. 8: Cambiar el mundo, BRIAN WEISS)






No parece que últimamente la naturaleza esté muy equilibrada y, sin embargo, no hay duda, lo está. Pienso que sólo emite respuestas a las desmesuradas intervenciones que en ella y sin respeto alguno hacemos.

No hace mucho, asisto a una exposición, en la que una fotografía mostraba la imagen de una joven madre africana, con su niño atado a la espalda y un recipiente de agua sobre su cabeza. Caminaba bastante para recoger ese agua. La mujer era del Chad. Cada fotografía estaba acompañada de su historia. La mujer pertenecía a una familia que en su pequeña tierra había encontrado petróleo. Una gran compañía estadounidense le compró la tierra por una suma insignificante. Con ese dinero se pudieron hacer una casa de ladrillo rudimentaria, comprar otra tierra de similares dimensiones a la que tenían y un cerdo.

La semana pasada explota una plataforma petrolífera frente al estado de Louisiana. El contenido de miles de barriles de petróleo se derraman en el océano, a no demasiados kilómetros de la ciudad más conocida de ese estado Nueva Orleans. Supimos de ella y de sus secretos de familia cuando Katrina la inundó con furia y destapó el lado oscuro y menesteroso del “sueño americano”.

Pero estas incongruencias no son de ahora mismo, ya en el pasado cuando se colonizaron esos lugares, la huella de nuestra más triste condición humana se abrió camino, desechando lo que no vale. Esas tierras fueron colonizadas por españoles, alemanes y franceses. Los Choctaw, antiguos habitantes de la zona, sobre los márgenes del Mississippi, después de los conflictos bélicos protagonizados por los colonos, debieron dejar sus tierras. Fueron forzados a establecerse en Oklahoma, en una extensión que se creyó estéril. Muchos de ellos murieron en el éxodo, bautizado como Trail of Tears (Caravana de Lágrimas), pero muchos sobrevivieron. Los Choctaw eran agricultores, su dieta era casi exclusivamente vegetariana. El historiador George Catlin, cuenta: “…la tierra estaba literalmente cubierta de viñas, produciendo la mejor cosecha de deliciosas uvas…y colgando de tales racimos sin fín… nuestro progreso era a menudo completamente detenido por cientos de acres de pequeños ciruelos… cada arbusto que podía verse estaba tan cargado por el peso de esta fruta, que muchas veces se quedaban literalmente sin hojas en sus ramas y bastante doblados hacia el suelo… y camas de groselleros y cactus comestibles” (Muchos de los alimentos “salvajes” que los exploradores anglos encontraron durante sus viajes eran cultivados cuidadosamente por los indios).

Así, con nuestras manos también podemos convertir algo aparentemente infértil en todo lo contrario. Lamentablemente, con frecuencia, hacemos lo contrario de lo que, en ´la Oklahoma árida, hicieron los Choctaw.

No obstante, quién de nosotros no sabe hacer el “indio”.
 



La tentación del verbo.


“Una mujer que reúne a sus pretendientes bajo un mismo techo no tiene intención de querer a ninguno, por la misma razón que aquellos que creen ver fantasmas buscan fantasmas y nada más”. (EL DESTINO DE CORDELIA, Ray Loriga)

-¿Tú crees?- dice ella, como si hubiese escuchado sus palabras. Está a punto de dormirse sobre el brazo del sofá y sonríe al pensar que haya sido precisamente él quien lo ha dicho...

“Todo es amor... Todo es amor. El amor lleva a la comprensión. La comprensión a la paciencia. Y entonces se detiene el tiempo. Y todo pasa aquí y ahora”. (LOS MENSAJES DE LOS SABIOS, Cap.6: El poder curativo de la comprensión, BRIAN WEISS)

* * *

Desde la calle suben los ecos de la vida que continúa, a pesar del sueño de la mayoría. La realidad es que la ciudad comienza a dormirse y en los retazos de cielo que se vislumbran aparecen las huellas del cansancio.

Ahora, aquí, no está insomnio, sino el susurro aparente de un péndulo invisible, contra la pared, contando segundos solitarios, en tanta compañía... El verbo necesita un sustantivo al que aferrarse, quiere sostenerse en una acción, planear, avanzar, discurrir... Y siente cómo se le enervan varios adjetivos escondidos, cómo escalan y ascienden hasta los párpados silentes. Cede y toma posesión de una detención colmada de presagios. Y callado, divaga entre imágenes aún no dichas, y en sentido figurado, o figurándoselo, dichosas. Porque era eso lo que añoraba el verbo, recostarse serenamente sobre las imaginadas luces que pretende y alegrarse de ver. Remonta entonces, cometa y vuelo, sobre las almas que ya han dejado de mirar al mundo y admira, siente, se emociona y carga de toda posibilidad, eludiendo cualquier margen filoso que pueda constituir un escollo en el discurso amante.

Recorre una avenida. Pasa delante de una fuente. Se detiene frente al escaparate de todas las tentaciones contenidas y compra por muy poco el regalo que deseaba.

Luego envuelve cuidadosamente el tesoro menos costoso y, ya sin miedo, pone su voz entre los pliegues del papel.

Aquí, ahora, sólo el reloj de arena transparente de la playa, mientras el verbo, sumergido, indaga...
 
 




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