miércoles, 27 de octubre de 2010

SIN DIARIO/SIN NÚMERO (B)



Teresa apareció antes que Lucía. No sé cómo entró, cuando me di cuenta estaba de pie en medio de la sala y me miraba con cierta extrañeza. Curiosamente, y para mi alivio, vino sola, no la acompañaban ni Leo ni los niños, es más, vino adolescente.

Hola Teresa, le dije. Hola. ¿Todos éstos qué hacen aquí?, preguntó. Eso me gustaría saber a mí, contesté, al parecer no están de acuerdo con sus nombres, pero yo creo que aquí hay gato encerrado. ¿Y tú, a qué has venido?

Se sentó en una silla, la acercó a mi mesa, y se acomodó los vaqueros dentro de las botas como suele hacer.

Verás, dijo, estoy un poco cabreada. ¿Por qué?, le pregunté. Es que me he enterado de que me vas a casar con Leo y que voy a tener niños con él, dos. Como comprenderás, con la bronca que tuvimos, si cedo, voy a tener que repartir el nombrecito dichoso. A uno de los niños le voy a tener que llamar Leo y al otro Nardo. ¿Tú has pensado bien en eso?

¡¡Dios mío!! No me lo puedo creer, dije abrumada por la situación, mientras a los demás les daba un ataque de risa.

Tiene razón, che, dijo Charly, que se había convertido en el alma de la reunión. Si son mellizos, no le va a quedar más remedio.

Tú deja ya de meterte donde no te llaman, listillo. ¿Quién dijo que los hijos de Teresa son mellizos?

Venga, no te hagas la tonta, son idénticos, dijo Teresa.

Pero, ¿tú cómo lo sabes si todavía eres una adolescente? Además, los mellizos no son idénticos.

Me puse en pie y salí de la sala hacia el cuarto de baño, necesitaba refrescarme la cara. Aquello me estaba superando, no entendía nada.
 
Mientras estaba en el baño oí sonar el timbre del telefonillo. Cuando salí, allí estaba Lucía discutiendo con Charly por lo de siempre, la estilográfica hurtada. En realidad, no parecía que Lucía tuviese ningún conflicto con su nombre, ella continuaba en el papel que le había asignado. En ese momento sospeché que la revuelta había sido provocada por Amanda y secundada por el entusiasta Charly.


Éste parecía haber calmado a Lucía y estaban a punto de abrazarse cuando Lucía me vio. Parecía asombrada, sorprendida.

¡¡Mamá!!, exclamó de pronto acercándose a mí.




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