lunes, 18 de octubre de 2010

SIN DIARIO/SIN NÚMERO (A)





Ha ocurrido algo inexplicable en la realidad y quizás también en la ficción. Como no soy una experta en ninguna de las dos, tal vez me convenga pensar que fue un sueño.

Los personajes de este relato se rebelaron, no como seres extraordinarios, sino como el más corriente de los mortales, protestones, vanidosos, egoístas y con un afán de protagonismo que no les hubiera consentido, si ésto no hubiese trastocado la continuidad de la escritura.

Todo empezó por Amanda, la supuesta protagonista de la historia.

Una mañana bastante soleada, junto al café, Amanda se me acercó y puso sobre la mesa el mate. Me sorprendí al ver por primera vez a mi estimada y algo consentida Amanda. Le pregunté qué significaba aquéllo. Lee, me dijo, lee lo que pone en el mate. Amanda, dije, pone Amanda. ¿Cómo crees que me puedo sentir en cada punto y aparte, sabiendo que me has puesto el nombre de una yerba?, dijo.

Desde el sofá, colgando una llamada de móvil, me hacía señas Alberto, el casi ex marido de Amanda. ¿Y a ti que te sucede?, le pregunté. Verás, dijo, a mí el nombre no me disgusta, lo que no aguanto son las bromitas de todos éstos entre líneas y después de que guardas el documento. Albert Jamón, me llaman. ¿Tú estás segura de que guardas el documento mientras son adultos, o lo guardas con toda la adolescencia latiéndoles?

La verdad, dije casi disculpándome, no sé qué puedo hacer, todo esto me resulta extraño, se supone que soy yo quién decide cómo se llaman, qué hacen y qué no hacen, qué dirán y no dirán... Necesitaría la ayuda de alguien con experiencia en asuntos de este tipo. ¿Por qué se salen así del papel? A mí me pusieron el nombre que tengo y no pude decir nada al respecto.

En el descansillo de las escaleras, frente a la puerta de mi casa, sonaban las cuerdas de una guitarra afinándose. Me pareció algo raro, que alguien estuviese afinando una guitarra en las escaleras y me asomé. Un chico joven, de cabello algo largo aunque no demasiado, moreno, me sonrió y dijo: ¡Hola, soy Charly! Ya, dije, y resulta que a ti tampoco te gusta llamarte Charly. ¿No vino contigo Lucía? A lo mejor es la única que está conforme con su nombre.

Entonces me enseñó una estilográfica que sacó del bolsillo. Está viajando en metro, dijo, enseguida viene.

Entró detrás de mí en casa y se sentó en el sofá al lado de Alberto. ¿Así que vos sos el marido de Amanda, el papá de Albertito? Encantado. Che, ¿qué fue de tu vida desde que te separaste? Ésta no cuenta nada de eso.

Alberto no dijo nada. Me di cuenta de que podían rebelarse contra el nombre pero no podían ir más allá.

Charly se dirigió otra vez a mí. La verdad que a Lucía no le importa llamarse Lucía, a mí me gustaría que su nombre fuese otro. No sé cómo explicarte, me gustaría que sonara más fuerte, más grave.

Tomé un sorbo de café. Si les apetece café pueden servirse, están en su casa.

Jajajaja... Y en tu ordenador, dijo Charly. Está bien, pongo la cafetera. Lucía está llegando, me late distinto el corazón cuando se está acercando, me late en el cuello, como para que le cante.

¡Qué romántico!, dije. Todo culpa tuya, dijo Charly.

¿Alguno de ustedes sabe si va a venir alguien más, aparte de Lucía?





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