lunes, 28 de junio de 2010

Palabras abiertas.






Lo sé, prometí llamarte. No sabía dónde estaba. Recordé vagamente una cita con alguien. Creo que no fui. Y después, cuando las nubes despejaron ese cielo de tormenta exasperante, supe que no había cumplido con lo acordado. No te enojes. Nunca quise ofenderte. Son esas malditas pastillas, borran hasta los límites de la ciudad si se lo proponen, la ubicación de los objetos, el orden de los números.

Soñé contigo, eso es todo.

(Memo-rizando, 22/10/09)


No es lo mismo arrepentirse que repetirse. Como en esos espejos enfrentados, la imagen viaja hasta el infinito y el grito busca un hueco saludable donde situarse. Un espacio libre de la memoria culpable, algo como una alambrada abriéndose con palabras sanadoras, un bienaventurado hechizo, que alivie la realidad de su peso y teja una nueva tela en la que envolverse.

Dar pasos sobre el camino ya andado, borrando las diminutas esperanzas del nuevo principio, son pasos que desgastan inútilmente el almanaque de los sueños.

Cada noche puede rescatarse de la resaca del día un vocablo bendito, un pez exótico, un término que prometa, no el fin del sentimiento, sino el final de aquello que lo destruye con tanta facilidad.

¿Son esos demonios quizás las dudas, o haber trazado la silueta de una fantasía que no logra materializarse?

En la cornisa distraída de la madrugada, ese pasadizo sobre el cual cualquier desequilibrio resulta peligroso, la voz desmaya la forzada vigilia y vacía la vida como si volcara el silencio de golpe sobre la frente.

Todavía el miedo. Todavía todo como piezas dislocadas rogando una reconstrucción redentora. Y el sentimiento crece con eco deudor, la mirada retorna una y otra vez sobre un horizonte que no se sabe si se ha perdido definitivamente.

La palabra se abre y la ventana cerrada sitúa su simbología en un pasado extinguido.
 
 
 








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