miércoles, 18 de enero de 2023

VIAJES "IN SITU"

La hoja de papel me asusta como el fantasmita de guasa(p), hace tanto que no escribo... En estos momentos me gustaría tener un cigarrillo entre los dedos. Es una asociación que hace mi mente porque, cuando comencé mis escrituras en este blog todavía fumaba, pero hace cuatro años le gané la batalla a mi enemigo. Ahora cuando corro como una gallina detrás del autobús no llego ahogada, tosiendo y con mil pulsaciones por minuto. O sea, me gustaría envejecer sin malos humos.

Mi última lectura me sumergió en mares lejanos, nada más ajeno al verdadero tema del libro. La fantasía se dispara, la memoria es caprichosa, como un perro al que le tiras un palo y te trae cualquier cosa. Tal vez la amistad, el amor que hay en ella, sean los vehículos. 

Tenía pocos años y la playa me encantaba. Sabía nadar, mi madrina me había enseñado y los días de oleaje no nadaba para no tragar agua, pero la tragaba peleándome con las olas. Esto sucedía en un paraje cerca de la ciudad, donde los pinares y las abundantes dunas eran los lugares de juego de los niños y niñas que solíamos juntarnos para subirnos a los árboles o tirarnos rodando por alguna de las dunas más grandes.

Él no estaba allí sino en Bahía Blanca. Era mayor, para mí un gigante, tendría unos dieciséis años aproximadamente. Me daba la mano y me acompañaba a casa para protegerme de los juegos peligrosos de los otros chicos. Le vi por última vez el día que fue a casa de mi madrina a enseñarle cómo le quedaba el traje de la academia militar. No tenía mucho significado para mí, era como ver a uno de los soldaditos de plomo que mi primo no me dejaba tocar. Aquella insensatez, justificada por la infancia, fue mi primer enamoramiento o algo parecido. Todos mis muñecos y muñecas que no eran muchos fueron bautizados con el diminutivo de su nombre.

En esa época ya sabía qué era la muerte, uno de los hermanos de mi madrina había muerto y ella me tomó de la mano y, con el permiso de mi madre, me llevó a la habitación donde se velaba. Lo recuerdo como si fuera su última siesta, también sabía que a partir de aquel momento no volvería a tomar mate en el galpón.

En la primera infancia me acerqué a las letras de la mano de mi madrina que me regalaba "teveo(s)" o comics. Eran mi mejor entretenimiento. Después vino "Mujercitas" y similares. Poco a poco la lectura fue convirtiéndose en mi refugio y además en mi libertad. Quiero a las escritoras y escritores que me alejan de los problemas durante unas horas. Siento una cercanía que me emparenta de alguna manera con ellas y ellos. Tengo tanto que agradecerles, tanto que contarles sobre el bien que me hacen.

No quiero nombrar a ninguno, les doy a todas y a todos, un abrazo enorme y mis mejores deseos. Espero que sigan siendo mi refugio.


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