Sólo quedan las cenizas de los sueños nocturnos
-un viaje al centro del subconsciente-,
bendecidos por una inocencia angelical.
Bajo la almohada reposan
por si la noche necesitara
algún fragmento de subsistencia con que formar los de ésta.
La mañana sucumbe a las últimas y pausadas imágenes.
Hay un temblor entre los omóplatos del tiempo
que aspira matinalmente a descubrir al Astro
a pesar de que los ojos pronostican niebla.
La mañana me sugiere el rugido de un reloj relajado
como si nadie tuviera prisa por llegar al mediodía.
Un rastro leve de párpados pesados
se va diluyendo a medida que late el segundero.
El aromático café establece un pacto con la vigilia y el olfato.
Mi mañana es silente,
oigo sólo mis sonidos,
veo a través de la ventana pasos solitarios.
En un rincón del pensamiento
se forman recuerdos de infancia
y los latidos rememoran la algarabía de la infantil ilusión
intuyendo la playa y su oleaje balsámico.
La memoria de la mañana trepa a los árboles y se desliza entre las ramas.